Julio Ramón Ribeyro. Antonio González Montes
juventud en la otra ribera”
El modelo actancial
El sujeto del deseo (Plácido Huamán)
El destinador
Ayudantes y oponentes en la historia de Plácido Huamán
Solange: ¿ayudante u oponente de Plácido Huamán)
Solange y la red de oponentes de Plácido Huamán
El objeto de deseo o de valor
El cuadrado de veredicción: lo aparente y lo oculto
Vigencia del cuadrado de la veredicción
Programas narrativos en “La juventud en la otra ribera”
Programas narrativos de apropiación
Programas narrativos de atribución
Programas narrativos de renuncia
Programas narrativos de atribución y de renuncia (combinación factible)
Programas narrativos de desposesión
Los narradores y sus historias
Un joven llega a Francfort
Desde Génova
En la isla
En el departamento parisino
Monique y la historia de su hermano
El gasfitero y su pequeña historia
Madame Nguyen, la vietnamita en París
Los sucesos en el bar de Saygón
El propietario del bar
El capitán Dupuis, descendiente de Descartes
La amonestación del director y la requisitoria del general Ney
El probable sustractor del documento sobre la sustracción
El pibe argentino polemiza con el joven francés
El veredicto del médico
A modo de colofón ¿edificante?
Prólogo
Poco antes de morir, Julio Ramón Ribeyro (1929-1994) tuvo pruebas elocuentes (que —nos consta— recibió con tan honda satisfacción que, a pesar de su temple reservado y sabiamente estoico, salía a flote en su mayor predisposición al entusiasmo y a conceder entrevistas y apariciones públicas) de que, por fin, se lo situaba entre los mejores cuentistas de la lengua española: el premio Juan Rulfo (de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara) y la edición de sus cuentos completos en una colección que no hacía mucho había creado la Editorial Alfaguara con clásicos de la talla de Juan Carlos Onetti y Julio Cortázar. En ambos reconocimientos influyó mucho la “campaña” a favor suyo que venía efectuando, desde los años setenta, Alfredo Bryce Echenique, sin duda el creador consagrado internacionalmente que se dedicó con mayor tesón y generosidad, en vida de Ribeyro, a difundir sus obras.
Ya en los años sesenta, desde la publicación de Tres historias sublevantes (1964) y Las botellas y los hombres (1964), reinaba, en el Perú, el consenso de que Ribeyro era el cuentista más dotado de las letras nacionales. Valoración que animó al editor Carlos Milla Batres a reunir sus cuentos en dos volúmenes, bajo el título de La palabra del mudo (1973, con un notable prólogo de Wáshington Delgado), claramente presentándolo como una de las voces más admirables del cuento hispanoamericano. Sitial que poco a poco, pero con paso firme, fue imponiéndose hasta los importantes reconocimientos que comenzó a cosechar Ribeyro al final de su existencia.
Un cuarto de siglo después, Ribeyro goza de un interés creciente entre los lectores y críticos de todo el ámbito hispánico; y no solo por sus cuentos, sino también por sus aportes a géneros (poco transitados en las décadas del cincuenta hasta la de los ochenta) en boga: diario personal (La tentación del fracaso), aforismos (Dichos de Luder) y textos híbridos (Prosas apátridas). Abundan los libros y las tesis universitarias que lo estudian con rigor y penetración crítica. Destaquemos aquí las contribuciones críticas de James Higgins, Peter Elmore, Irene Cabrejos, Jorge Coaguila, Luis Fuentes Rojas, Eva Valero Juan y… qué duda cabe, Antonio González Montes, quien nos entrega ahora un nuevo libro de consulta imprescindible, esclarecedor y sustancioso.
Miembro de número de la Academia Peruana de la Lengua, profesor universitario de dilatada trayectoria, González Montes se ha dedicado, con esmero admirable, a estudiar voces de la narrativa peruana, tanto figuras del período colonial (ahí el Inca Garcilaso de la Vega) como de la literatura contemporánea (verbigracia, Carlos Eduardo Zavaleta y Mario Vargas Llosa). Dentro de ese conjunto de artículos y libros publicados, descuella la manera sistemática con que ha analizado a dos autores fundamentales: César Vallejo (todos sus cuentos y novelas) y, por supuesto, Ribeyro.
Estamos ante el tercer libro que consagra al autor de La palabra del mudo. Luego de Ribeyro El arte de narrar y el placer de leer (2010) y Ribeyro. El mundo de la literatura (2014), ha tejido una reveladora cartografía de los variadísimos ámbitos geográficos en que se localizan sus cuentos: Julio Ramón Ribeyro, creador de dos mundos narrativos; Perú y Europa. Ha escogido una temática digna de examinar en el universo literario de creadores con un mirador amplio de la diversidad nacional e internacional (ejemplos señeros de las letras peruanas: Ventura García Calderón, Ciro Alegría, Carlos Eduardo Zavaleta, Mario Vargas Llosa, Alfredo Bryce Echenique y Miguel Gutiérrez); pero que resulta especialmente idóneo en el caso de Ribeyro, dado que el artífice de Silvio en el Rosedal enfatizaba el entorno geográfico de sus narraciones (actúa en ello el legado de los grandes realistas europeos del siglo xix que Ribeyro veneraba: Balzac, Stendhal, Flaubert, Maupassant, etcétera), llegando a aportar la división en costa, sierra y selva, en sus Tres historias sublevantes; a resaltar como un microcosmos su barrio miraflorino de Santa Cruz, en Relatos santacrucinos. Y, en el marco internacional, a separar los cuentos localizados en el Perú de los ubicados en Europa, en los dos conjuntos nuevos que dio a conocer en el tomo II de La palabra del mudo: El próximo mes me nivelo y Los cautivos, respectivamente.
Aunque utiliza los conceptos teóricos y los aportes metodológicos de la narratología, opta por una exposición clara y didáctica, al alcance tanto del público interesado como del público en general, así como enormemente útil para los estudiantes universitarios.
En concordancia con el trasfondo sapiencial (búsqueda profunda y problematizadora de la verdad, en pos de la ansiada sabiduría, y no meramente de la información acumulada por la ideología reinante) de los escritos de Ribeyro, González Montes percibe un hilo conductor en sus libros:
una experiencia vital y artística que lo condujo a intentar comprender, más que narrativamente, su heterogénea sociedad de origen, a la vez que accedía a una visión más amplia del mundo, basada en su instalación progresiva en el mundo europeo, en especial en Francia, y dentro de este país, en París, una ciudad con la que se identificó, como lo hizo con Lima, y de modo particular, con el distrito de Miraflores. (p. 16)
En consecuencia, leer cabalmente a Ribeyro implica un “aprendizaje vital y artístico”,