Más allá del dolor. Magdalena Ierino

Más allá del dolor - Magdalena Ierino


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      —Sí, eso —dijo él y contestó despacito—. Rece, hermana, rece por nosotros.

      —Sí, por supuesto; ustedes también. Agradézcanlo a Dios… y a la Virgen.

      —Sí —dijo y se alejó.

      Quedé profundamente impresionada. En ese momento vinieron a buscarme, salimos y subimos al auto de nuestros acompañantes. De pronto, vi al joven que me había hablado cruzar la calle. La señora que estaba colaborando con nosotras vivía en la misma ciudad y estaba al volante, entonces le pregunté:

      —¿Conoces a ese joven?

      —Sí, ¿por qué?

      —Me acaba de relatar una historia fantástica —Le conté en pocas palabras lo que me había dicho.

      —Es así. Fue una noticia que conmocionó a toda la ciudad y trascendió también.

      En el Monasterio no nos habíamos enterado. Yo, al menos, no sabía nada. Ella me dio más detalles y completó la historia: era un matrimonio joven, no eran creyentes, al menos no practicaban ninguna religión. Vivían en un departamento en el cuarto piso y tenían un hijito de dos años. Un día la mamá bajó un minuto, el fatídico minuto, creyéndolo dormido y cuando regresó, se dio cuenta que el nene no estaba en su andador. Comenzó a buscarlo desesperada hasta que se le ocurrió asomarse por el balcón. El chiquito estaba tirado en el patio del departamento de planta baja. Bajó corriendo, a los gritos, pidiendo ayuda al portero para que abriera el departamento, que estaba vacío. Entraron. Lo tomó en brazos y corrió enloquecida hasta el hospital cercano. Entregó a su hijo y se quedó afuera. Todos trataban de calmarla y consolarla, preparándola para lo peor. Caer de un cuarto piso, un bebé. Finalmente salieron los médicos y le dijeron:

      —Señora, su hijo está perfectamente bien. No tiene ni un rasguño. Lo vamos a dejar en observación, pero no tienen nada.

      Pasaron las horas y el nene estaba como siempre. La mamá hablaba con él que, en su media lengua infantil, le dijo que una señora lo había llevado en brazos.

      —¿Una señora? —, preguntó emocionada la mamá— ¿Con pantalones o vestido?

      —Con vestido del color del chupete de ese nene —dijo él señalando a otro niñito internado.

      El matrimonio se acercó a la fe. Años más tarde, alguien me habló del protagonista de esta aventura que tenía ya unos seis o siete años. Era, por supuesto, un niño absolutamente normal, con las travesuras propias de los niños. Pero el episodio no se le había borrado y un día le dijo a su catequista, que fue quien me lo contó:

      —Sabe señorita, la Virgen es bonita, bonita.

      El día del accidente era 12 de diciembre, fiesta de la Virgen de Guadalupe.

      Podemos decir que fue protagonista de un milagro. Un milagro es un suceso extraordinario que revierte las leyes de la naturaleza, para que algo, como en este caso, no termine como normalmente debió haber terminado. ¿Por qué a veces suceden y otras no? Volvemos a plantearnos el porqué. Y en este caso, como en muchos otros, no vale. Hay cosas que no podemos poner bajo el microscopio, hay cosas, como el amor, el dolor, la vida, la muerte, la alegría… que no tienen un porqué. Se resisten, gracias a Dios, a que los cosifiquemos, a que los desmenucemos y analicemos. Hay razones del corazón que la razón no entiende. Y hay cosas en la vida de las que solo Dios sabe el por qué. No porque sean irracionales sino porque están como el dolor, más allá. En este caso, más allá de la cosificación, más allá de los razonamientos y las sabidurías puramente humanas. Todo lo que se refiere a Dios entra en esta lógica. Algo que he descubierto en estos años de profundizar en los textos bíblicos es que Dios, la mayoría de las veces, no responde a las preguntas curiosas o interesadas que le hacen las personas. Esto es bastante evidente en los evangelios. El Dios encarnado, Jesús, normalmente responde con otra pregunta, como queriendo llevar a un nivel más profundo o más alto a su interlocutor. Te daré más adelante algunos ejemplos.

      ¿Qué hacer entonces? ¿Negarse a pensar? ¿No hacerse ni hacer a Dios ninguna pregunta? ¿Concluir, si no recibimos respuesta, que sencillamente Dios no existe o que si existe no se interesa en absoluto por nosotros? Me parece que ese no es el camino. Al menos no me parece un camino que posibilite seguir viviendo dignamente cuando el dolor nos invade. Hay que buscar otra salida, sobre todo esto: buscar. Orientar el pensamiento para que comience a sintonizar con la lógica de Dios.

      Una cosa más, yo no sabía nada de este episodio ni que se atribuía a la Virgen la salvación del niñito. Mi respuesta a lo que el papá me decía fue totalmente espontánea y… acertada. Años después, me encontré investigando sobre la Virgen de Guadalupe. No hay casualidades en las cosas de Dios, ¿no crees?

      ¿Tienes alguna respuesta a una historia como esta? ¿Te parece posible que Dios se interese por nosotros? ¿Por todos?, ¿o solo por algunos privilegiados?

      Magdalena

      Una tarde de domingo

      Querida Graciela:

      Me parece escucharte: “Muy lindo el episodio del nene, ¿por qué no pasó lo mismo con el accidente que tuvimos en mi familia?”. Ya sabes que no tengo respuesta, como tampoco la tengo para tanto dolor como hay en el mundo, ni siquiera para mi propio dolor, pero creo que los milagros ocurren todos los días y cuando son espectaculares como este que te conté nos remiten a otra realidad, a otro sentido. Cuando Jesús pasó por esta tierra curó a muchas personas pero no a todos. Esas curaciones, esas intervenciones milagrosas, que suceden aún hoy, pueden estar hablándonos de otra realidad, pueden estar invitándonos a pensar que quizá lo que vemos, sentimos y sufrimos no es todo sino solo una parte, como la punta de un iceberg.

      Recuerdo otros porqués que he escuchado y para los cuales tampoco he tenido ni tengo respuesta, aunque este que te voy a comentar era totalmente distinto al tuyo.

      Una tarde de domingo estaba atendiendo la portería del Monasterio cuando llegó una chica. Había venido desde Olavarría en busca de algunas respuestas para su vida. La invité a pasar a la capilla para que dialogara con el Dueño de Casa. Estuvo allí un ratito y luego regresó a donde estaba yo. A veces, el Dueño de Casa nos pide que traduzcamos lo que Él quiere decir. Normalmente, sobre todo en el verano, los domingos pasa mucha gente por aquí y también suele haber bastantes llamados telefónicos, pero ese día, como si hubiera estado previsto, y sin duda lo estuvo por Alguien, nada interrumpió el diálogo que María Teresa, que así se llamaba nuestra visitante, necesitaba, y pudimos hablar sin interrupciones. Maite comenzó a contarme los cuestionamientos que en ese momento se movían en su corazón. Ella es profesora en varios colegios de Olavarría y en la escuela que funciona en la Cárcel de Sierra Chica que está muy cerquita de aquí. Muchas personas como sacerdotes, religiosos, catequistas, profesores… van regularmente a dar allí sus clases o para un acompañamiento espiritual para que los internos puedan encontrar un sentido nuevo a sus vidas y, si salen, puedan reintegrarse a la sociedad. Tratan de cumplir el mandato del Señor: estuve preso y me visitaron (Mt 25, 36) y se conmueven, lógicamente, con lo que allí se vive y con las historias que escuchan.

      Maite se estaba planteando algo mucho más profundo:

      Yo he tenido una familia, padres, hermanos que me quieren y a los que quiero, me han dado una educación, me han transmitido la fe, tengo un trabajo que me gusta, amigos, salgo, me divierto ¿y ellos? Algunos tienen mi edad e incluso menos, ¿qué han tenido? Palizas, padres alcohólicos, abusos, abandonos, muchos no conocen a sus padres, fueron despreciados, han vivido en la marginalidad, les ha tocado todo lo sucio, lo feo, y ahora están allí, encerrados, algunos de por vida, ¿por qué? ¿Por qué yo tuve y tengo tanto y ellos nada?

      Por supuesto que para estos porqués tampoco tenía respuesta. La escuché, que es lo que ella, como la mayoría de la gente, necesita más. A veces basta verbalizar los cuestionamientos y, al escucharnos a nosotros mismos ante otro, se aclara un poco el panorama. No recuerdo qué le dije pero seguramente traté de animarla para que siguiera dándoles lo que sabía y podía, dejando


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