Grandes Éxitos. Esteban Charpentier

Grandes Éxitos - Esteban Charpentier


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      Héctor Urruspuru entra ahora en escena en este, que como ya lo señalé, es un libro a dos voces, podría agregar a dos voces en un mismo plano potenciándose. Hago esta salvedad pues las distintas poéticas, contrariamente a lo que insinúan muchos, no se imponen unas a otras. En el referido proceso de desarrollo poético a través de los tiempos ejercen, unas sobre otras, efectos colaborativos. Tal es este caso.

      Urruspuru confiesa que Buenos Aires es su ciudad, ¿infiere que es de su propiedad? cuando exclama “Ciudad mía: estoy sentado en un prado”. No hay dudas, no se puede negar que es un poeta porteño, hijo y producto de esta ciudad caótica y apropiadora que imprime su sello en las experiencias y en el lenguaje de los seres que la habitan.

      Pero, su lirismo, intenso, vital, en el que los relojes parecen haberse detenido, apela a distintos elementos, despliega claves singulares para poner en escena el amor, la vida, el dolor y la soledad. Habrán de aparecer en sus textos: cromlechs, menhires, referencias al druidismo; cisnes, ave consagrada a Apolo; el lobo, animal protagónico de varias mitologías y asociado a las tinieblas y la violencia; el ouroboros, símbolo de la naturaleza cíclica y del eterno retorno; ciudades lejanas, la desaparecida Niníve y Nagazaki, destruida por la modernidad nuclear; y entre otras cosas, los kamikazes, volando solitarios sin retorno hacia la nada.

      Todo ello le es instrumental para “... encontrar los elementos de un tiempo detenido…”. Cualidad que Gastón Bachelard sostiene es la marca en el orillo “…de todo poema verdadero.” Produciendo un extrañamiento de la realidad que nos instala en un universo abisal.

      A Urruspuru le complace adoptar máscaras la de Vivaldi en “Las cuatro estaciones”, poema de amor construido a partir de la composición del maestro veneciano y un personaje de Melville, le servirá para declarar en un tono irónico, pero por eso no menos metafórico o cierto, que todo es lectura, reescritura y desarrollo desde Homero hasta nuestros días.

       “Soy Bartleby! Soy Bartleby! Hijo de todos los amanuenses copista de las lunas... todo lo copié! La Divina Comedia bajo continua lluvia de grappa del Po. Al Decamerón letra a letra con derretida vela negra del averno. Al Don Quijote en trazos ininteligibles y era mi mano un molino loco, volador. Bajo los efectos del opio adormilado en pipa churchwarden terminé para mi jefe muerto el Ulises de Joyce... Y un día me copié a mí mismo. Envuelto como para regalo, heterónimo de las nadas... desaparecí en un caluroso Portugal. Solo, dejé flotando el ruido de mi pluma de cálamo marrón, sobre papel de arroz. (Y en la luz-ojos-gastados, de una lamparita de 25 watts, que se apaga lenta, quedó en el aire el perfume dulce amargo de mi tinta negra).”

Foto Esteban Charpentier
ESTEBAN CHARPENTIER

      Falta tiempo para escribir sonetos,

      para hacer el amor,

      para esperar en una misma esquina.

      Falta razón para otro brindis,

      para una mano más,

      para una lágrima escondida.

      Falta espacio para un abrazo tibio,

      para el silencio de la música,

      o el misterio burlón de la alegría.

      Falta el verde en las calles,

      el rojo en los vestidos,

      el blanco en las heridas.

      Falta emoción en las palabras,

      escrúpulos en el espejo,

      calor en las nostalgias compartidas.

      Falta la luz en los amaneceres,

      los surcos en la tierra,

      el lápiz y el pincel de los suicidas.

      ¡Falta pan, falta envido, falta vida!

      Las muchachas que ya no puedo amar

      llevan enjambres de peces alborotados en sus mochilas,

      tiñen sus cabellos del color de las hojas del ciruelo,

      vuelcan collares de almendras en sus camisas,

      desvirgan sus orejas

      con setas y caracoles hundidos.

      Las muchachas que ya no me miran

      vuelan con alas de seda de bautismos,

      toman lo que quieren de los escaparates

      elevándose en un vuelo infinito,

      llevan guirnaldas encendidas en la frente,

      y una cajita de música por vestido.

      Las muchachas que ya no me aman

      me dicen: señor, ¿me da permiso? Tienen un aire tan elemental, tan Blancanieves, que piden desvestirse con la luz encendida y muerden las manzanas de a poquito.

      Las muchachas que ya no me nada

      portan panales pequeños en sus corpiños

      y vierten sus primeras mieles escarlatas

      en el trono de un príncipe maldito.

      Las muchachas que digo, que ya no conmigo,

      llevan entre sus piernas

      perlas y animalitos.

      Dicen que sí tantas veces,

      que enamoran hasta a los grillos

      y lanzan por las ventanas

      sus desnudos cristalinos.

      Las muchachas que ya ni mirar puedo

      se sacan el corazón para exhibirlo,

      tienen dientes de risa nacarada,

      pies de mariposa albina,

      boca de azúcar y membrillo.

      Las muchachas que ya no puedo amar, ni me aman,

      que ya no me miran, ni miro,

      las muchachas que ya no me nada,

      que ya no conmigo,

      traen la muerte blanca en sus caricias

      y yo les acerco la mejilla

      en una suerte de suicidio.

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