El cazador. Angélica Hernández

El cazador - Angélica Hernández


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sonrió ligeramente y lo empujó para que entrara en la siguiente puerta.

      —Adentro está todo lo necesario para que te asees. Vendré por ti en… — lo miró de arriba abajo—. Media hora. Más te vale no intentar nada estúpido. —Y con esa amenaza, le quitó las esposas y lo dejó entrar al cuarto de baño.

      No era mucho. Aunque tampoco se esperaba esto. Había huecos en el suelo, de los cuales salía despedido vapor. Era agua caliente, y a los lados había jabón, champú y todas esas cosas. Respiró profundo y se quitó la ropa. Algunas partes de la tela se habían quedado pegadas a su cuerpo a causa de las heridas, así que las arranco con un rápido movimiento y una mueca de dolor. No tenía otra ropa que ponerse y ni en sus más horribles sueños, usaría esa que estaba más sucia que el chico de los ordenadores. Se le escapó una risa al preguntarse cuál sería la reacción de Sander y Olivia si él decidía pasearse desnudo por los túneles.

      Terminó de asearse antes de la media hora que le habían dado, así que solo se quedó flotando en el estanque de agua tibia.

      Alguien llamó a la puerta un par de veces y Dylan salió del agua. Abrió la puerta y se encontró con un pequeño montón de ropa sobre el suelo. La levantó y cerró de nuevo. De seguro el tres no quería verlo pasearse desnudo. Se sintió extraño cuando la risa escapó de su boca.

      Se colocó la ropa interior, el pantalón y los zapatos, pero la camiseta no le quedaba bien, así que salió de esa forma del baño. Afuera no había nadie ¿Tan rápido confiaba en él? ¿O es que acaso no le temían? Sacudió la cabeza y avanzó hacia el espejo, ya no estaba tan mal, incluso se sentía más ligero sin toda esa mugre encima. Cruzó la puerta y se encontró con el mugroso de las computadoras. El chico levantó la vista y dejó sus ojos clavados en Dylan.

      —¿Te molesto? —preguntó Dylan sintiéndose cohibido ante la mirada del chico.

      —P-ponte una camiseta —espetó el cuatro ojos.

      —¿Por qué? —replicó.

      El chico desvió la vista y la clavó en la pantalla.

      —Porque es de mala educación —contestó huraño—. Por eso… Y además…

      Dylan entrecerró los ojos.

      —Te gusta —dijo al fin y soltó una ligera carcajada.

      —¿Qué? —dijo el chico, estaba alterado.

      —Te molesta porque te gusta.

      —¡Cállate! —interrumpió.

      —¿Y si no lo hago qué? —soltó una carcajada y el chico lo miró con odio—. Descuida, no se lo diré a nadie. Déjame adivinar el objeto de ese amor oculto… ¿Sander? Eres demasiado obvio, chico.

      El muchacho apretó los puños y una de las pantallas explotó. Dylan soltó un silbido por lo bajo.

      —Deberías hacer algo con toda esa ira reprimida, podría darte alguna enfermedad.

      El chico se puso de pie y Dylan avanzó dos pasos hacia él. No era muy alto, no le llegaba ni a los hombros, tampoco parecía demasiado, pero no debía dejarse llevar por las apariencias, si lo tenían a cargo de todo el sistema de seguridad era por algo.

      La puerta sonó cuando alguien la abrió.

      —¿Qué está pasando? —preguntó el tres—. ¿Dex?

      —Nada —espetó Dexter y se dio la vuelta para seguir trabajando.

      Sander enarcó una ceja hacia Dylan a modo de pregunta, pero él solo se encogió de hombros.

      —Necesito otra camiseta —dijo y sonrió.

      —¿Qué te parece tan divertido? —preguntó Sander mientras le volvía a colocar las esposas.

      —Las personas, ellas son divertidas cuando aprendes a observarlas —contestó y juntos caminaron hacia su celda.

      En el camino le entregaron una camiseta de su talla, y siguieron avanzando. Sander lo llevaba por un camino que no le parecía familiar. Llegaron a uno de los muchos huecos en la pared. Cuando Sander abrió la puerta, vio que había una cama con mantas, y algunos cambios de ropa, también otro par de zapatos y sobre una mesa descansaba una bandeja con comida caliente. ¿Por qué le darían una habitación? Sander lo empujó dentro y caminó hacia la puerta.

      —Vendré por ti mañana temprano. Nadie está gratis en este lugar, todos trabajamos por algo. Ya se me ocurrirá algo que tú puedas hacer —dijo y cerró la puerta.

      Dylan se quedó atónito mirando el lugar por el que el tres había salido. ¿Por qué se preocupaban por él? ¿Acaso Olivia se lo había pedido? Sacudió la cabeza, no estaba bien sentirse así hacia estas personas, eran un grupo demasiado grande y Dylan no podía estar ligado a nada que no fuera Cheslay.

      Más niños. Estaban llevando más niños al complejo.

      Cheslay lo notó porque la despertó el llanto de un bebe. ¿Qué hacía un bebe en el complejo militar de mayor seguridad en el mundo? La joven se incorporó sobre su cama.

      La semana anterior había sido el percance de Dylan, cuando les avisaron de la muerte de Lousen. Cheslay se encogió al recordar la sensación de ese momento cuando le anunciaron que su mentor estaba muerto, que se había ido para siempre. Ahora lo único que tenía era a Dylan, la única persona por la que valía la pena dar su vida si era necesario.

      Él fue trasladado a otro lugar, donde le hicieron pruebas durante toda la semana. Y cuando volvió, sus padres ya estaban en una nueva casa dentro del complejo, ahora Dylan y Cheslay no eran vecinos, él ya vivía más alejado, y ahora estaban rodeados de otros niños, iban desde uno hasta trece años. Habían llevado tantos que le era imposible contarlos, quizá serían trescientos o más. Todos ellos desaparecían durante un día o dos y luego regresaban con la herida sobre su cuello. La primera cirugía a la que eran sometidos.

      Miró por la ventana, no podía pasar de media noche, la luna brillaba sobre el cielo de una forma tan pura, que incluso por un momento, creyó que el mundo podía tener solución. Suspiró profundamente y caminó hacia su cama, ya no podría conciliar el sueño, mucho menos con ese niño que no paraba de llorar, quería ir a la casa del niño y poner una almohada sobre su rostro hasta que este se callara o muriera, no le importaba cual sucediera primero.

      Algo sonó en la parte de afuera, le tomó solo unos segundos darse cuenta de que eran pequeñas rocas que golpeaban la ventana. Cheslay sonrió y se dirigió hacia ese lugar, miró a través del cristal y vio cómo Dylan tenía varias piedras flotando sobre su mano, estas salían despedidas hacia la ventana con una velocidad practicada.

      La joven abrió la ventana y sacó la cabeza para ver al chico.

      —¿Qué estás haciendo? —preguntó.

      Dylan frunció el ceño.

      —Amm ¿Una visita nocturna? —respondió— ¿Puedo entrar?

      Cheslay asintió y se retiró de la ventana. La habían cambiado de habitación. Ahora estaba en el segundo piso, su padre había mandado quitar las enredaderas, así que, si Dylan subía, tenía que ser por el árbol que estaba frente a la casa y para poder entrar, debía saltar como tres metros hasta su alfeizar.

      Cheslay observó como él cogió impulso, las rocas que antes flotaban cayeron sobre el suelo con un sonido hueco. Dylan llegó a las primeras ramas del árbol y lo trepó con suma facilidad, para luego llegar a la ventana y entrar con un sigilo digno de un ladrón.

      —Vaya —comentó ella con una media sonrisa.

      —Esto se vuelve cada vez mejor —dijo él.

      Ella lo miró de abajo hacia arriba, cerciorándose de que él estuviera completamente sano, sin heridas a la vista, sin otros experimentos.


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