Guerrero espiritual. Antonio Bezjak

Guerrero espiritual - Antonio Bezjak


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lo trago, se lo merecía, siempre piensa en hacer cosas malas. Una vez quería robar el sándwich del gordo Frank y compartirlo conmigo, yo me negué y él insistía, «eso es robo» le dije, y el respondió muy tranquilo «¿y qué? Después nos confesamos con el cura y todo queda ahí, nos vamos igual al cielo», «si lo haces te delato» le dije y me respondió «chao, marica», desde ahí que yo le tengo sangre en el ojo, pero ahora pagó.

      Me sentía bien, había vengado la muerte de los pajaritos y ya no morirían más.

      Cuando llegué a casa, conté a mi padre lo sucedido, pero esta vez se enojó de verdad.

      —Te crees Robin Hood —me dijo—, y si la piedra le hubiese dañado un ojo, ¿tú se lo devolverías? Y si hubiese caído en la sien y muere, ¿tú le devolverías la vida?

      Realmente estaba furioso mi padre, pero tenía mucha razón, nunca pensé que las cosas podían haber llegado tan lejos. Fallaron mis matemáticas, pero me quedó claro que la vida es lo más preciado.

      Era el año 1940, yo ya tenía quince años. La etapa de la niñez, con todas sus aventuras, cuentos y juegos, en que se dejaba volar la imaginación había quedado atrás. Ahora aprendíamos la polka y cantos folclóricos, Slavko tocaba muy bien el acordeón y yo la guitarra, y cantábamos juntos, nuestros intereses habían cambiado. Todos habíamos crecido y unos más que otros, hasta las niñas se veían diferentes y muy guapas y las mirábamos con otros ojos y ellas también a nosotros. Y lo mejor de todo es que las muchachas a mí me encontraban guapo y simpático así que me aproveché de esto y pronto me convertí en un don juan. Mi abuelo materno fue muy mujeriego, él encantaba a las mujeres y luego las dejaba, mi abuela decía que era un diablo muy atractivo y rompecorazones, por eso cuando llegó a viejo se quedó solo, yo creo que tengo algo de él.

      Una tarde de verano salí con mis amigos de paseo al parque, y había cinco lindas muchachas recostadas sobre la verde hierba, dos de ellas estaban con sus faldas semiarremangadas dejando ver generosamente sus lindos muslos. Slavko dijo:

      —Me gusta la de falda roja, pero siempre me rechazan las mujeres, no sé entablar amistad con ellas, en cambio Jure nunca se sonroja y siempre tiene suerte con ellas.

      —Yo opino que se acerque y les hable.

      —Sí, es el candidato preciso —dijo el pesado de Neri. Como todos estaban de acuerdo, no dudé en acercarme a ellas.

      —Buenas tardes, señoritas, ¿puedo hacerles una pregunta?

      —Sí, por supuesto —respondieron muy risueñas.

      —Lo que pasa es que mi mejor amigo tuvo una visión. Es el más alto del grupo, dijo que en su visión había visto a la señorita de rojo, que, por supuesto, ¿cómo se llama?

      —Nevenka —respondió.

      —Y yo, Jure —dije presentándome y dando un beso en la mejilla a cada una de ellas.

      —¿Y cuál es la visión…?

      —Dijo que Nevenka sería su esposa de toda la vida. —Ellas estallaron en risas—. Es el más alto del grupo, puedo llamarlo.

      —¡No! —respondió ella,

      —¿Te perderás a tu futuro esposo?

      Y sus amigas empezaron a corear «¡que se conozcan!, ¡que se conozcan!», así que hice una seña para que se acercaran. «Otra vez lo hizo, Jure sí sabe llegar a las mujeres, algún día averiguaré su secreto.» Las presentaciones se hicieron rápidamente y:

      —Jure —me dijo—. Tú tienes que hablar con Nevenka —acercándome a empujones hacia ella.

      —¿Así que serás mi futuro marido? —dijo ella a Slavko.

      —Sí —respondió el sorprendido—. ¿Cómo lo sabes?

      —Tu amigo me contó tu visión.

      —Parece que Jure no sabe guardar secretos —le dijo, pero la mentirilla sirvió para que comenzara, días más tarde, un romance muy agradable con ella, después de improvisar una visión que nunca llegó a ser realidad porque no coincidieron las versiones; de todas maneras, agradeció a Jure por su ayuda.

      Slavko, Frank y el pesado de Neri estaban muy entusiasmados con las jóvenes y yo me había asegurado para mí, las dos más hermosas, ello sin desmerecer la belleza de las otras. Radinka y Lubiana compartirían conmigo, desde un principio hubo afinidad, a mí me gustaron las dos, sus gestos, sus sonrisas, sus bocas, si ya sentía ganas de abrazarlas a las dos, parece que ellas también deseaban lo mismo porque se notaba demasiado en la expresión de sus ojos. Lubiana para romper el hielo preguntó:

      —¿Y tú, no has tenido una visión…?

      —Sí, contesté—. Tuve una, con dos hermosas mujeres en un parque de frondosos árboles y coloridas flores.

      —¿Sí…? —dijo Radinka—, inventa tu visión entonces. Y que sea interesante.

      Las dos jovencitas eran tan hermosas que yo no sabía a quién conquistar.

      —¿Tan hermosas como nosotras?

      —No tanto, pero casi.

      —¿Y por qué no nos conquistas a las dos? —dijo Radinka.

      —Nosotras no somos egoístas —dijo Lubiana riendo.

      —Pero debemos alejarnos del grupo —dije—, y ellas accedieron.

      —Jure nos contará un secreto, volvemos luego —dijo Radinka a sus amigas.

      Al rato yo era la encarnación de mi abuelo, comenzó entre los tres un juego compartido de caricias y mil besos, solo faltó que el acto se consumase. Se notaba en el brillo y la expresión de los ojos de las dos y creo que en los míos también, los gestos y las caricias habían subido tanto de tono que ya ardíamos de deseos de hacer el amor, pero ni yo ni ellas habíamos entrado en esa etapa de la vida aún. Lubiana dijo:

      —Estamos llegando muy lejos, tienes que decidirte por una de las dos.

      —¡Imposible! —dije.

      A mí me habría gustado nacer en Arabia, y ser un mercader millonario y tener un harén con muchas hermosas mujeres y todas muy bien complacidas por mí, de modo que ninguna se sintiera menospreciada. Pero bueno es solo un sueño, la realidad es otra. Pronto se acabarían estos agradables encuentros. Este corto lapso de la vida ya tocaba a su fin, las caricias y mimos con estas bellezas fue solo una pequeña visita al paraíso, ¡sí señor!

      Europa se encontraba en guerra, Alemania estaba invadiendo toda Europa y nuestro país también. En la frontera austrohúngara estaban los guerrilleros del ejército rojo de Tito repeliendo el ataque alemán. ¿Por qué éramos invadidos? No lo sé, corrían mil explicaciones sin argumentos contundentes, mi padre decía:

      —Es mejor pertenecer a Alemania que a Yugoslavia.

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