El Arca. Ann Rodd
a los bebés, para que ella se frotara algunas partes del cuerpo.
Ya un poco más limpia y con nueva ropa interior, Zoey se acomodó dentro de la bolsa de dormir y lamentó no poder cepillarse los dientes. Sabía que no podía malgastar el agua en eso. Además, dudaba que para Zack fuese un problema.
Ella suspiró, mirando el techo de piedra por algunos instantes, y se preguntó quién habría vivido allí. Sin embargo, pronto bajó la vista y se giró porque sintió que Zackary se recostaba a su lado.
—¿En qué piensas? —preguntó el muchacho.
—En la gente que vivió alguna vez aquí —musitó ella—. No puedo evitarlo.
—Yo tampoco, pero supongo que se nos pasará pronto.
Ella se acurrucó, desde dentro de la bolsa de dormir, contra él. Entonces, Zack se giró sobre su costado y pegó su rostro al de Zoey, frente con frente. Se miraron por un minuto entero, con la mente lejos de la ciudad y más centrada en ellos mismos.
Zack se estiró para besarla, y Zoey le correspondió con anhelo. En esos días, apenas si se habían dado cortos besos y ella quería algo más, algo que le entibiara el cuerpo y le reconfortara el alma. Pero, cuando el afecto empezó a ponerse intensó, él se alejó un centímetro.
—Zoey.
—¿Sí? —preguntó ella.
Zack se mojó los labios.
—Quiero decirte algo… —comenzó, un poco dudoso.
Ella esperó, en silencio y sin moverse mientras él buscaba las palabras correctas y cerraba, durante un momento, los ojos.
—Quiero que sepas que… A pesar de todo lo que pasó, yo no me arrepiento de nada —soltó él por fin.
Zoey lo miró en silencio, tratando de entender a qué se refería. Pasados algunos momentos, llegó a la conclusión de que él hablaba sobre aquello que habían mencionado durante la tarde: las cosas raras, las muertes, la maldición y todo lo demás. Y le dolió, porque significaba que él estaba aceptando su propia tragedia, al final de cuentas.
—Zack —empezó la muchacha, pero no sabía qué decir. Llevaban meses juntos, enfrentándose a miles de cosas y preguntándose qué hubiese sucedido si él no estuviera muerto y ella estuviera libre del dije—. Yo no sé…
Él se estiró para darle un corto beso, cortando sus intentos por decir algo.
—Sé lo que piensas —murmuró el chico—. En que estoy muerto y en que quizá parezca mentira lo que digo. Claro que desearía estar vivo. Desearía que todo hubiese sido distinto en mi vida y en mi familia. Pero, al final, cuando soy sincero con lo que siento por ti, me doy cuenta de que, si no estuviese muerto, esto entre nosotros no existiría. Y, por más egoísta que suene, para ti y para mí, yo te quiero conmigo.
Ella apretó los labios y contuvo las ganas de llorar. Muchas otras veces durante ese largo año Zack le había dicho que preferiría haberla dejado al margen de los problemas, a pesar de que eso hubiese significado que jamás en la vida hubieran tenido una relación. Zoey lo había entendido, porque comprendía que él la quería lo suficiente como para pensar por encima de lo que podía sentir. Estar sanos y salvos era lo primero y, para alguien que había muerto y vuelto a la vida con la única misión de protegerla, era lógico.
Pero ahora, que él pronunciaba esas palabras, ella también comprendía que él la quería lo suficiente como para decirle que no se imaginaba la vida sin ella. Zoey derramó una lágrima, aunque no supo si de pena o de emoción, porque se sentía exactamente igual. Ya no podía configurar su vida sin él.
—No quería hacerte llorar —susurró Zack, pero Zoey negó—. Es que, pase lo que pase, sea como sea que termine esto, yo siempre voy a quererte conmigo.
—Yo te quiero conmigo también —contestó ella, apretándose contra él—. A pesar de todo y con lo que eso significa. No podemos cambiar lo que ocurrió.
Zack suspiró.
—No… —Apoyó su frente contra la de ella una vez más
y sonrió—. Te amo, ¿lo sabes?
Ella asintió.
—Yo también te amo.
En algún punto, cuando empezaron a besarse como hacía mucho tiempo no hacían, Zoey se preguntó en qué iba a terminar su situación y si, algún día, tendrían otra oportunidad. No podía responderlo porque, cuanto más se pegaba a su pecho, más su corazón intentaba convencerla de que así sería.
Sin embargo, en el fondo, ella sabía que no era cierto. Que no había posibilidades.
Zoey comió menos y caminó menos. Se sentía agotada mientras avanzaban por el camino de piedra y adoquines, entre las laderas de unas montañas rocosas. Llegado un momento, Zack la cargó sobre su espalda.
Cranium iba a su ritmo, como siempre, y ellos, con afán de ser cuidadosos, más atrás.
Zoey apoyó el mentón sobre el hombro de Zackary y bostezó. Comenzaba a extrañar dormir sobre un buen colchón y tener una mullida almohada, pero en esos últimos dos días dentro del extraño mundo sin sol, cuya única fuente de luz era tenue y parecía venir de la nada misma, había optado por poner la bolsa de dormir sobre Zack para acurrucarse entre sus brazos.
Era lo más cómodo que conseguiría y en la escuela ya había dormido muchas veces así.
—Extraño a Jess —dijo ella, bostezando una vez más—. Extraño oírla hablar sin parar y me decirme qué hacer. Y extraño también a James, con sus tonterías… —suspiró.
Zack no le contestó, siguió caminando, ajustándola sobre su espalda con un movimiento de los brazos, de los cuales colgaban también los dos bolsos llenos de cosas. El pobre chico parecía una mula.
—¿Qué crees que estén haciendo? —insistió Zoey.
—Mmm… No lo sé. ¿Quizá están viendo televisión en sus casas? Podemos imaginarnos en su lugar, ¿no? Mirando The Walking Dead, para reírnos un poco de la situación.
Zoey puso los ojos en blanco y luego se los frotó. Estaba destruida.
—A Jessica no le gusta y creo que a James le daría miedo.
—Qué aburridos.
Siguieron a Cranium hasta que el animal se detuvo de golpe, alzó el hocico y comenzó a olfatear el aire. Desde donde estaban, los dos jóvenes se quedaron quietos y evaluaron su actuar hasta que, como si nada, la criatura bajó la nariz y siguió correteando hasta desaparecer detrás de una curva poblada por árboles viejos y grises.
—Vaya, me asustó —dijo ella, abrazándose al cuello de su compañero—. ¿Viste cómo se detuvo de la nada? No había hecho eso antes.
—No… —Zack frunció el ceño—. Me huele raro.
—¿Ves magia por algún lado?
—Para nada, pero hay algo en este lugar…, no sé, no me confío. El bicho ese puede ser el único en la zona, pero llevamos tres días de caminata aquí dentro, si no me equivoco.
—Tres y medio. Hoy sería el cuarto en realidad.
—Tres y medio —repitió él—. Dejamos atrás una ciudad y hemos atravesado, al menos, dos montañas. O sierras o lo que sean.
Zoey giró la cabeza y miró ladera abajo. Lo poco que se podía ver dejaba en evidencia cuánto camino habían atravesado. La primera ciudad, cerca del portal, se había dejado de apreciar hacía tiempo.
—Y quedan todavía muchas montañas al frente —musitó ella cuando alcanzaron la curva y vieron lo que todavía les deparaba el trayecto: numerosos picos rocosos y una larga