En el ardor. Мишель Смарт

En el ardor - Мишель Смарт


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      Se le ponían los pelos de punta solo de pensar en bailar con otra de esas mujeres, por muy hermosas que fueran. Podía encontrar una mujer hermosa allá donde fuera, pero no había tantas con sustancia.

      Notó que se ponía tenso al acordarse de la conversación de esa tarde. No la había visto rabiosa nunca y esa rabia había tenido algo de posesiva. Había estado celosa.

      Normalmente, cuando una amante mostraba indicios de ponerse posesiva, era el momento de pasar página. En el caso de Amy, le parecía increíblemente atractivo, sus celos le habían encantado, aunque eso fuera raro.

      Siempre había sospechado que ella le ocultaba una parte de sí misma. Le entregaba su cuerpo y disfrutaba tanto como él cuando hacían el amor, pero lo que pasaba por su inteligente cabeza seguía siendo un misterio.

      Había sido distinta de sus amantes habituales desde el primer momento. Era hermosa y muy inteligente, le había llamado la atención como no había hecho ninguna otra mujer. La rabia de antes no le había alterado, como lo habría hecho la de cualquier otra persona, le había despertado la curiosidad, le había quitado otra capa a esa mujer apasionada y brillante de la que no se cansaba. Cuando estaba con ella, se olvidaba de todo lo demás y vivía el momento, se dejaba llevar por la voracidad.

      La gravedad de la enfermedad de su abuelo se agarraba a él como una lapa, pero se mitigaba cuando estaba con Amy, pasaba a ser una ligera punzada de dolor y pesimismo. Cuando estaba con ella, se olvidaba del peso de las responsabilidades por ser el heredero al trono y podía ser un hombre, un amante, su amante. Era como una vibración constante en las entrañas, y no pensaba renunciar a ella estuviera casado o no.

      –¿Hay alguna otra que te haya gustado? –le preguntó Teseo.

      –No.

      Helios había sabido siempre que tendría que casarse. No lo había cuestionado nunca. No tenía sentimientos al respecto ni en un sentido ni en otro. El matrimonio era una institución en la que se engendraría la siguiente generación de Kalliakis y era afortunado porque podía elegir a su esposa, aunque con ciertas condiciones. Sus padres no habían tenido tanta suerte. Su matrimonio se había concertado antes de que su madre dejara de llevar pañales. Había sido un desastre, y él solo esperaba que su matrimonio no se pareciera nada al de ellos.

      Se fijó en la princesa Catalina, que en ese momento estaba bailando con un príncipe británico. Era increíblemente hermosa y refinada, se le notaba la cuna. Su hermano era amigo suyo del colegio y las veces que habían comido juntos en Dinamarca le había demostrado que era una mujer inteligente además de hermosa, aunque un poco seria para su gusto.

      No tenía la irreverencia de Amy.

      Aun así, Catalina sería una reina excelente y él ya había perdido bastante el tiempo. Debería haber elegido hacía cinco meses, cuando les comunicaron la gravedad de su abuelo a él y a sus hermanos.

      Catalina se había criado en un mundo sujeto al protocolo, como él. No esperaba el amor ni se hacía ilusiones. Si la elegía, sabría que era un matrimonio por deber, donde no entraban los sentimientos. Justo lo que él quería.

      Además, formar una familia con ella tampoco sería un sacrificio. Estaba seguro de que se crearía un lazo si los dos ponían algo de su parte. También brotaría cierta… química. Aunque, naturalmente, no sería la misma química que tenía con Amy, eso era irrepetible.

      Se le cruzó por la cabeza la imagen de Amy alejándose por el pasadizo en penumbra abrazando el montón de ropa y la toalla, con el pelo rubio mojado cayéndole por la espalda y contoneando el trasero desnudo. En ese momento, había sido tan altiva como cualquier princesa, y estaba deseando castigarla por su insolencia. La llevaría al borde del orgasmo tantas veces que acabaría rogándole que la dejara explotar.

      Sin embargo, no era ni el momento ni el lugar para imaginarse el esbelto cuerpo de Amy entre los brazos.

      Sofocó implacablemente el ardor que le quemaba las entrañas y se concentró en las mujeres que tenía delante. Tendría que dejar a un lado a Amy durante unas horas para llevar a cabo la tarea que tenía entre manos.

      Llamó a un camarero para que le llevara una copa de champán y darle un buen sorbo antes de que pudiera volver a bailar.

      –¿Qué te pasa? –le preguntó Teseo con los ojos entrecerrados.

      –Nada.

      –Pareces un hombre en una cata de vinos que se da cuenta de que todas las botellas están tapadas.

      –¿Mejor? –preguntó Helios con una sonrisa forzada.

      –Ahora pareces un asesino en serie.

      –Tu apoyo no tiene precio, como siempre –Helios vació la copa y se levantó–. Si tenemos en cuenta que no soy el único príncipe que tiene que casarse y tener herederos, creo que tú también deberías mezclarte con nuestras hermosas invitadas.

      Sonrió con sorna ante el gesto de disgusto de Teseo. Si bien él aceptada su destino con la férrea resignación que le habían inculcado en el internado inglés donde se había criado, sabía que su hermano, más rebelde, tenía las mismas ganas de casarse que una cebra de entrar en la jaula de un león.

      Luego, mientras bailaba con la princesa Catalina a una distancia prudencial para que sus cuerpos no se tocaran, y sin la más mínima intención de salvar esa distancia, volvió a pensar en su abuelo.

      El rey no había asistido esa noche, estaba guardando las pocas fuerzas que le quedaban para la gala de celebración del aniversario. Si estaba dispuesto a dar el último paso y sentar la cabeza, era por ese hombre extraordinario que había criado a los tres hermanos desde que él tenía diez años.

      Haría cualquier cosa por su abuelo.

      Pronto recibiría la corona, antes de lo que había deseado y esperado, y necesitaba una reina a su lado. Quería que su abuelo pasara en paz a la otra vida, con la tranquilidad de saber que la continuidad del linaje de los Kalliakis estaba garantizada. Si el tiempo era considerado con ellos, su abuelo podría llegar a verlo en el altar.

      Capítulo 2

      DÓNDE SE había metido?

      Helios llevaba quince minutos en su apartamento y Amy no contestaba a sus llamadas. Según el jefe de seguridad, se había marchado del palacio. Su contraseña personal indicaba que se había marchado a las ocho menos cuarto, más o menos cuando sus hermanos y él estaban recibiendo a los invitados.

      Volvió a llamarla mientras iba al mueble bar y se servía una generosa copa de ginebra. La llamada terminó en el buzón de voz. Se bebió el líquido cristalino y se llevó la botella a su despacho.

      Los monitores de seguridad mostraban imágenes de los pasadizos secretos, pero solo él podía verlas. Miró con detenimiento la pantalla de la cámara número tres, que estaba enfocada hacia la puerta que los conectaba. Había algo en el suelo que no podía distinguir claramente…

      Fue a la puerta, la abrió y vio una caja. Era una caja llena de frascos de perfume, joyas y recuerdos. Eran los regalos que le había hecho a Amy mientras habían estado juntos. Los había amontonado en una caja y la había dejado en su puerta.

      El arrebato de furia lo desgarró por dentro. Levantó un pie antes de saber lo que estaba haciendo y le dio una patada a la caja. El cristal se hizo añicos y el ruido retumbó en medio del silencio.

      No hizo nada durante un buen rato, se limitó a tomar aire mientras temblaba de furia y dominaba las ganas de hacer mil pedazos lo que quedaba en la caja. La violencia había sido la solución de su padre para los problemas de la vida. Siempre había sabido que era algo que él también llevaba dentro, pero, al contrario que su padre, sabía controlarlo.

      Esa furia repentina que se había adueñado de él era incomprensible.

      Amy, que sabía lo retrasada que iba, cerró la puerta de su apartamento


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