Esquematismo. Joan Costa
predominio ocular, sino que éste es propio de los primates. Pero desde un punto de vista general, reconocemos la significación preponderante de los estímulos visuales y de las vías ópticas en el progreso psíquico. Son también estos estímulos los que permiten probablemente el paso más rápido que va del automatismo psicológico al tipo de reacción consciente que se adelanta al estímulo por un instinto de previsión, es decir, el descubrimiento en el entorno próximo, de un excitante que todavía está latente, inactivo. La proyección visual es la sensación más adecuada para servir a tales exigencias de orientación. La acción humana es acción guiada por los ojos.
La filogenia ha abierto el camino del hombre a través de su cerebro óptico. A él debemos lo que somos. Nuestro característico cerebro posee, por medio del proceso de su construcción progresiva, la estructura de la función visual. De él somos deudores de lo específico de nuestra mentalidad, de la imaginación y del conocimiento.
El universo de los sentidos
Los sentidos poseídos por una especie cualquiera son los que delimitan su universo vital. “Toda evolución favorable en el campo de atención de un sentido, o toda adquisición de nuevos sentidos, agrandará su universo, especialmente en el caso del hombre, ya que gracias a su inteligencia es capaz de conseguir y desarrollar rápidamente lo que de otro modo la evolución y la selección natural no lograrían sino muy lentamente. Esta dilatación del universo sensitivo humano sigue un proceso explosivo, pues es un proceso en cadena. Toda ganancia da origen a nuevas ideas, bases de partida de una expansión ulterior más amplia” (Gerardin) (3).
Parece una cosa natural que el mundo que nos rodea habría de tener el mismo aspecto para todos los seres vivos que lo habitamos. Esto es absolutamente falso. En efecto, no es fácil para nosotros ponernos en el lugar de un animal para saber cuál es su universo sensible. Pero sin embargo, podemos obtener una buena aproximación observando atentamente su comportamiento al someterlo a un análisis fisiológico detallado, lo que hoy es la base de la biónica.
Para un insecto como la hormiga, el universo es muy limitado: son los surcos que enlazan su hormiguero con las fuentes de su alimentación. En estos surcos hay un movimiento incesante de hormigas que van y vienen. Se las ve de vez en cuando palpar el suelo y, en cierto modo, chuparlo. Ello se debe a que la hormiga no ve prácticamente nada, lo que no es en absoluto sorprendente, ¿para qué le servirían los ojos en su hábitat, en la oscuridad absoluta de las galerías de un hormiguero? Ha sido necesario que la naturaleza encuentre otra solución que sea independiente del día y de la noche. Esta solución consiste en el olor. Los surcos recorridos por las hormigas son para ellas una especie de bandas olorosas, y es por esta razón que las huelen y las palpan para seguirlas. Es muy difícil para nosotros imaginar lo que puede ser un universo de olores, pues nuestro olfato está muy poco desarrollado. En realidad nos servimos de él para muy poca cosa comparado con la utilidad que nos presta la visión.
Uno de nuestros animales familiares, el perro, se mueve también en un universo de olores. Del mismo modo que nosotros reconocemos a nuestros amigos por los rasgos de sus rostros, un perro reconoce a sus amos entre una auténtica mezcla de olores. Pero esta mezcla es tan matizada como pueden serlo los rasgos de una cara para nosotros. El perro que corretea olfateando con su nariz ve bastante mal, justo lo que necesita para caminar a ras del suelo. Además, no distingue los colores (entre los mamíferos, casi no son más que el hombre y los monos los que gozan de este privilegio). El universo visual del perro es incoloro, y por tanto, es secundario en relación con su universo de olores.
Todo cambia radicalmente si observamos a la rana. Su universo es, como el del hombre, un universo visual. Pero estos dos universos visuales no tienen nada en común. La rana no ve la belleza de las flores y el paisaje, pero en el instante en que una mosca entra en su campo visual, la percibe perfectamente. Cuando nosotros queremos ver claramente una cosa, tenemos que dirigir la mirada y mover la cabeza en la dirección en que aquella se encuentra, ya que nuestro campo visual, de alto grado de percepción es, por el contrario, muy restringido. No ocurre nada parecido en la rana. Ella ve mal, pero ve “uniformemente mal” en un amplio campo de visión. Y no ve más que lo que se mueve muy deprisa. Tal como explica Rudolf Arnheim, una rana rodeada de mosquitos muertos, moriría de hambre pues no los puede ver más que si se mueven muy deprisa (4). Si el objeto que se le aproxima es demasiado grande para que pueda ser una presa fácil, no hay para la rana otra solución que huir. Su visión de los colores es muy imprecisa, pero es suficiente para que sepa distinguir el color azul del agua del verde de la hierba. Como se encuentra casi siempre cerca del agua, tiene muchas posibilidades de que al saltar caiga en ella, donde encuentra su protección. Se dice a menudo que una rana que mira sin moverse a una culebra que se desliza hacia ella para devorarla, está hipnotizada por la serpiente. La realidad es mucho más simple, y es que, sencillamente, no ve la culebra que se le acerca.
Las abejas que revolotean por todas partes libando en las flores, viven también en un universo visual. Lo que necesitan se limita simplemente a saber localizar a gran distancia las flores donde encontrar el néctar y el polen. El universo visual de la abeja no tiene, pues, nada en común ni con el de las ranas ni con el de los hombres. Para este insecto, su universo sensorial son las flores, pero éstas no son vistas a través de un ojo compuesto, sensible a la polarización de la luz. Quien dice flores, dice colores. La abeja ve, en efecto, los colores, pero no como nosotros. Su ojo no aprecia el color rojo, pero por el contrario es muy sensible a la radiación ultravioleta, invisible para nosotros. El análisis de las preferencias naturales de las abejas ha demostrado que se dirigen más bien hacia las estructuras radiales o granulares. ¿No es esto lo característico de las estructuras florales? La abeja no ve ni las flores que están brotando ni las marchitas: unas y otras le son absolutamente inútiles. Pero en cambio, las flores totalmente abiertas se le aparecen de forma llamativa, las estructuras radiales son acusadas por los fenómenos de la luz polarizada y el núcleo flamea bajo la luz solar ultravioleta.
El pájaro que vuela en lo alto vive también en un universo fundamentalmente visual. Pero una vez más, este universo visual es suyo propio y muy diferente del nuestro. Hay que hacerse, por tanto, a la idea de que el mismo sentido, el visual, puede jugar de manera totalmente diferente para subdividir el mundo sensible que nos rodea según los distintos universos perceptivos de las especies vivas. Cuánto más alejados entre sí estén los modos de vida de estas especies, mayor es la diferencia que existe entre sus respectivos universos sensitivos. Muchos pájaros vuelan muy deprisa; por tanto, necesitan ver desde muy lejos, y si ven desde muy lejos tienen que tener una visión muy aguda. El ejemplo más conocido es el de las aves de presa que revolotean en el espacio mirando a su víctima en el suelo, sea un ratón o un conejo, y bruscamente se lanzan sobre su presa con gran precisión. Los pájaros ven muy bien los colores, lo cual les ayuda a apreciar el relieve. Se ha discutido mucho sobre esta cuestión de la sensación de relieve. ¿Se debe únicamente a la visión binocular? Sin embargo, es un hecho probado que el hombre aprecia mucho menos el relieve en una imagen en blanco y negro que en la misma imagen en colores (5). Los dos ojos de los pájaros, a diferencia de los nuestros, miran generalmente hacia regiones diferentes del espacio por la sencilla razón de que sus ojos están situados a ambos lados de la cabeza. El ejemplo más espectacular es el de la perdiz; cada ojo tiene un campo lateral de visión superior a la mitad del horizonte, ya que en realidad, tiene los ojos detrás de la cabeza. La percepción del relieve no puede, pues, ligarse a la visión binocular; quizá aquí el color juega el papel principal.
Además del universo visual de las formas, el movimiento y los colores, ¿existen otras posibilidades de subdivisión sensitiva del mundo exterior? Pues sí, ya que la variedad de los sentidos es casi infinita. Por ejemplo, los murciélagos que revolotean persiguiendo a los mosquitos y mariposas nocturnas, se mueven en un universo de gritos agudos, pero demasiado agudos para que nosotros los podamos oír. Pero es inútil proseguir más lejos. Está bien claro que cualquier pequeño rincón del campo de percepción puede ser objeto de múltiples subdivisiones sensitivas totalmente diferentes. La causa es que los sentidos facilitan a cada uno las informaciones específicas que precisa para vivir, y por consiguiente, hay tantos universos de sentidos como especies vivas sobre la tierra. Cuanto más evolucionada es una forma de vida, más variadas son sus necesidades vitales y más desarrollados tienen que estar sus sentidos.