Pack Bianca y Deseo enero 2021. Varias Autoras

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hacia delante y apoyando los codos en el escritorio.

      Pasaron las siguientes horas hablando de las ventajas e inconvenientes de sus respectivos negocios. Hacia el final de la tarde, Douglas se relajó en su sillón y sonrió.

      –Si eres quien dices ser y no te hubiesen secuestrado de bebé, no sé dónde estaría ahora mismo Richmond Developments.

      –Venga ya, papá. Ni siquiera sabemos si es de la familia –protestó Kristin, que todavía no parecía dispuesta a aceptar a Logan como hermano.

      –Kristin, cuanto antes te hagas a la idea de que la dinámica de esta familia va a cambiar, mejor.

      –Bueno, para mí no va a cambiar nada, ¿no? Al fin y al cabo, siempre habéis querido que Keaton, vuestro hijo mayor, tomase el timón cuando os jubilaseis. ¿Va a ser ahora Logan quien lo haga?

      Logan miró primero a su padre y luego a su hermana con sorpresa. No había esperado nada de eso ni tampoco lo quería. Además, no tenía ningún derecho a quitarle a Keaton su lugar en la empresa.

      –Ya sabes cuáles son mis deseos –le dijo Douglas muy serio–. Y te agradecería que no me causases problemas.

      –Papá, deja de tratarme como si tuviese cinco años.

      –Deja de comportarte como si tuvieras cinco años.

      Kristin miró a su padre como si aquello le hubiese dolido.

      –Será mejor que vuelva a mi despacho.

      Y, sin más, se marchó.

      –Siento que hayas tenido que presenciar esto –le dijo Douglas a Logan–. Kristin tiende a dejarse llevar por las emociones.

      –Eso no es justo, Doug. Tú la has provocado –objetó Nancy.

      –Y tiene que aprender que en ocasiones hay que utilizar la cabeza y no el corazón.

      Logan observó a sus padres.

      –Bueno, al parecer, nos hemos quedado los tres solos –añadió Nancy–. ¿Por qué no vamos a casa? Logan, ¿te gustaría quedarte con nosotros hasta que encuentres un alojamiento?

      –Tengo una habitación en un hotel –le respondió él–. Además, mi idea es volver a Nueva Zelanda, no instalarme aquí.

      –No –gritó Nancy–. Llevo treinta y cuatro años sin ti. No te puedes marchar tan pronto.

      –Bueno, no inmediatamente, pero en algún momento tendré que volver, tengo que seguir dirigiendo mi empresa.

      –Y tal vez otra más –añadió Douglas en tono enigmático–, pero, por el momento, vas a venir a cenar con nosotros, ¿verdad?

      –Sí, eso sí que me gustaría. Gracias.

      Todavía tenía muchas preguntas pendientes. Podían continuar con la conversación durante la cena, aunque no estuviesen sus hermanos. «Ni Honor». Porque, aunque no quisiese pensar en ella, era evidente que su cuerpo no iba a poder olvidar a la prometida de su hermano.

      Honor esperó en tensión a que Keaton llegase a su apartamento. Comprobó que la mesa estaba bien puesta, encendió las velas y recolocó las flores que había comprado de camino a casa.

      Todo parecía perfecto. Al menos, lo parecía. Aunque ella tenía la sensación de que su vida iba a cambiar de manera irrevocable. Eso la aterraba. Un error iba a echar por tierra todos sus planes y un futuro por el que llevaba años trabajando.

      Llamaron a la puerta. Debía de ser Keaton. Era la única persona a la que dejaba subir el portero sin anunciarla antes. Honor atravesó la habitación, abrió la puerta y le dio un beso.

      –Te he echado de menos –le dijo.

      Él se apartó enseguida de sus brazos.

      –Honor, hemos estado juntos esta mañana.

      –Pero no estábamos solos. Tengo la sensación de que ya nunca tenemos tiempo para nosotros.

      Él la miró con extrañeza.

      –Lo siento. Ha sido un día horrible. Entra, siéntate. ¿Quieres tomar algo?

      –Por supuesto. Abre esta botella.

      Keaton le dio una botella de merlot y entró en el comedor.

      Honor miró la etiqueta e hizo una pequeña mueca al ver que era un vino neozelandés.

      –Huele muy bien –comentó él.

      –Es lasaña –le respondió ella.

      Sacó dos copas de la cocina y fue con ellas al salón. Keaton abrió la botella y llenó las copas. Le tendió una a Honor y ambos se sentaron en el sofá.

      –¿No te gustaría que hiciésemos esto todas las noches al volver del trabajo? –le preguntó ella.

      Ya le había sugerido antes que viviesen juntos, pero Keaton siempre le había respondido con evasivas. Honor quería a Keaton, y admiraba su ética en el trabajo, pero le molestaba que tuviese tanta facilidad para evitar contestar a sus preguntas.

      –Admito que tendría ventajas –le dijo él, dándole un beso en la punta de la nariz.

      Honor hizo una mueca.

      –Esa no es la manera de besar a la mujer con la que vas a casarte –protestó, dándole un beso en los labios.

      Se acercó a él con ganas, con la esperanza de no haber destruido su relación la noche anterior. Keaton no respondió al principio, le gustaba llevar la iniciativa. Y a ella eso no le había molestado demasiado, hasta entonces. En esos momentos, no lo podía soportar.

      ¿Por qué no quería hacerla suya, devorarla? Habían estado varios días sin verse, debía tener ganas. No obstante, mientras lo besaba, notó que él se contenía. ¿Adónde había ido a parar la pasión?

      ¿Acaso la había habido alguna vez?

      Odió estar dudando de una relación que se suponía que iba a ser para toda la vida. O que, al menos, iba a serlo hasta que se había dado cuenta de que se había acostado con el hermano equivocado. ¡No! No podía pensar así. Había pensado que estaba con Keaton. Había pensado que su prometido, un hombre serio, estirado y adicto al trabajo se había vestido con ropa distinta a la habitual y había fingido tener un acento extranjero para darle algo de emoción a su relación.

      Honor se apartó de Keaton y dio un sorbo a su copa de vino. Le tembló la mano mientras se llevaba la copa a los labios y no fue por cómo la había besado Keaton, sino porque era consciente de que la noche anterior se había dado cuenta de que había cosas que no cuadraban y había decidido ignorarlas.

      Así que le había sido infiel a Keaton. Y sabía que lo correcto era admitir el terrible error que había cometido, devolverle el anillo a Keaton y dimitir de su puesto de trabajo, pero, si lo hacía, lo perdería todo.

      Keaton suspiró y ella lo miró con preocupación. Keaton nunca suspiraba. Nunca se mostraba débil. Nunca.

      –¿Estás bien? Ha sido un día terrible, ¿verdad?

      –Por decirlo de algún modo. ¿Piensas que es sincero?

      –¿Quién? ¿Logan?

      –Sí.

      –Lo cierto es que sí. ¿Tú por qué pensabas que estaba muerto?

      Keaton sacudió la cabeza.

      –No lo sé. Supongo que oí a papá y a mamá hablar del hijo que habían perdido y di por hecho que había fallecido. Y dado que el tema les causaba tanto dolor, nunca les hice preguntas. Solo tenían una fotografía suya, conmigo, de recién nacidos.

      –¿Y todavía la tienen?

      –Sí, mi madre la tiene en su dormitorio, para poder verla todos los días. A mí me resultaba morboso, pero supongo que ella jamás perdió la esperanza de que volviese


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