El juicio de Miracle Creek (versión latinoamericana). Angie Kim

El juicio de Miracle Creek (versión latinoamericana) - Angie Kim


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recién nacida fue reemplazada por una profunda y disonante incomodidad, como cuando se quiere introducir por la fuerza un cuadrado dentro de un orificio redondo. Más tarde, cuando dos chicas actuaron la escena en la cafetería y oyó a la chica con cabello del color del ramen repitiendo en tono burlón su nombre: “Mary Yoo? Ma-ry Yooo? ¿MA-RYYYYY YOOOOO?” fue como partirse bajo golpes de martillo.

      Comprendía, por supuesto, que el nombre no tenía nada que ver, que el verdadero problema radicaba en no conocer el idioma, ni las costumbres, ni a la gente, nada. Pero resultaba difícil no asociar el nombre con su nueva personalidad. En Corea, como Mei, había sido conversadora. Se metía en problemas constantemente por conversar con amigos y podía salvarse de la mayoría de las penitencias gracias a sus habilidades comunicacionales. La nueva Mary era una chica rara y muda, amante de las matemáticas. Un cuerpo silencioso, obediente y solitario, envuelto en un caparazón de pocas expectativas. Era como si descartar su nombre coreano la hubiera debilitado, como a Sansón cuando le cortaron el cabello, y la criatura que reemplazaba a la anterior fuera alguien sumiso e insignificante que ella no reconocía y que tampoco le agradaba.

      La primera vez que su madre la llamó “Mary” fue el fin de semana siguiente al incidente en la cafetería, durante su primera visita a la tienda de almacén de la familia que los alojaba. Los Kang habían pasado dos semanas entrenando a su madre y consideraban que estaba lista para manejar la tienda. Antes de la visita, Mary se había imaginado un elegante supermercado: todo en Estados Unidos era supuestamente grandioso; por eso se habían mudado aquí. Pero al descender del coche, tuvo que esquivar botellas rotas, colillas de cigarrillos y a un vagabundo durmiendo sobre la acera debajo de hojas de periódico.

      El vestíbulo de la tienda se asemejaba a un ascensor de carga, tanto en tamaño como en aspecto. Cristales gruesos separaban a los clientes del salón abovedado que contenía los productos y en los ventanales protegidos por cristales blindados había letreros: El cliente es rey, Abierto desde las 6:00 hs, 7 días a la semana. En cuanto su madre abrió la puerta a prueba de balas y, aparentemente, de olores, Mary sintió el aroma de los fiambres.

      —¿Desde las seis hasta la medianoche? ¿Todos los días? —preguntó Mary antes de entrar. Su madre esbozó una sonrisa avergonzada delante de los Kang y la llevó por un pasillo estrecho, pasando junto al congelador con helados y la cortadora de fiambre. En cuanto llegaron a la parte posterior, enfrentó a su madre—. ¿Desde cuándo estás al tanto de esto?

      El rostro de su madre se frunció de dolor.

      —Mei-ya, en todo este tiempo creí que querían que los ayudara, como una asistente. Anoche comprendí que para ellos, esto es como su retiro. Les pregunté si contratarían a alguien para ayudar, tal vez una vez por semana, pero dijeron que no pueden permitírselo por lo que les cuesta tu escuela. —Dio un paso atrás y abrió la puerta de un armario, donde había un colchón que cubría casi toda la superficie del suelo de hormigón—. Me armaron un sitio para dormir. No todas las noches, solamente si estoy demasiado cansada como para volver en el coche a casa.

      —¿Entonces por qué no vivo aquí contigo? Puedo ir a la escuela de aquí o puedo venir después, a ayudarte —dijo Mary.

      —No, las escuelas de este vecindario son espantosas. De noche no puedes estar aquí. Es muy peligroso, está lleno de pandillas y… —cerró la boca y sacudió la cabeza—. Los Kang te pueden traer a visitarme los fines de semana, pero es lejos de su casa. No podemos incomodarlos tanto…

      —¿Nosotras, incomodarlos a ellos? —protestó Mary—. Te tratan como una esclava y tú se los permites. Ni siquiera entiendo por qué vinimos aquí. ¿Qué tienen de bueno estas escuelas? ¡Están aprendiendo las matemáticas que vi en cuarto grado!

      —Sé que ahora es difícil —respondió su madre—. Pero es por tu futuro. Tenemos que aceptarlo y esforzarnos todo lo posible.

      Mary se indignó con su madre por rendirse, por negarse a pelear. Había hecho lo mismo en Corea, cuando su padre les había informado los planes que tenía. Mary sabía que su madre estaba muy en contra de la idea (los había escuchado discutir al respecto), pero al final, había cedido, como hacía siempre, como estaba haciendo ahora.

      Pero no dijo nada. Dio un paso atrás para observar a su madre con más atención, esta mujer a la que se le estaban acumulando lágrimas en los pliegues entre los dedos de las manos que tenía unidas como en oración. Dio media vuelta y se alejó.

      Se quedó el resto del día en la tienda, mientras los Kang salían a celebrar su retiro. A pesar de lo ofuscada que estaba con su madre, no pudo menos que admirar la energía y la delicadeza con la que manejaba la tienda. Hacía solamente dos semanas que habían comenzado a entrenarla, pero ya conocía a la mayoría de los clientes, a quienes saludaba por nombre y les preguntaba por sus familias en inglés; hablaba despacio y con mucho acento, pero de todos modos, mejor de lo que Mary podía hacerlo. En muchos sentidos, era maternal con los clientes: se anticipaba a sus necesidades y les levantaba el ánimo con su risa afectuosa, casi coqueta; pero era firme cuando resultaba necesario, como por ejemplo para recordarles a varios clientes que con las estampillas estatales para alimentos no se podía comprar cigarrillos. Al mirar a su madre, se le ocurrió la posibilidad de que de verdad le gustara la vida aquí. ¿Sería por eso que se quedaban? ¿Porque manejar una tienda la hacía sentirse más realizada que siendo solamente su madre?

      Al caer la tarde, entraron dos chicas, la menor de unos cinco años y la mayor, de la edad de Mary. Su madre inmediatamente destrabó la puerta para dejarlas entrar.

      —Anisha, Tosha. Qué lindas están hoy —dijo, y las abrazó—. Les presento a mi hija Mary.

      Mary. Sonaba foráneo con el tono y la cadencia tan conocida de su madre, como una palabra que nunca hubiera escuchado antes. Poco natural. Fea. Se quedó allí, en silencio, mientras la niña de cinco años sonreía y decía:

      —Es buena tu mamá. Me da caramelos.

      Su madre rio, le entregó un caramelo y la besó en la frente:

      —Entonces es por eso que vienes todos los días.

      La mayor le dijo a su madre:

      —¿Sabe una cosa? ¡Obtuve una A en el examen de matemáticas!

      —¡Pero qué bien, te dije que lo lograrías! —exclamó su madre.

      Y luego la chica se dirigió a Mary:

      —Tu mamá me estuvo ayudando toda la semana con las divisiones largas.

      Cuando se fueron, su madre comentó:

      —¿No son un amor esas niñas? Me dan tanta pena; su padre murió el año pasado.

      Mary trató de sentir tristeza por ellas. Quiso sentirse orgullosa de que esta mujer tan querida por todos y tan generosa fuera su madre. Pero lo único que pudo pensar fue que esas chicas verían a su madre todos los días, la abrazarían todos los días mientras que ella, no.

      —Es peligroso abrir la puerta así —declaró—. ¿Para qué ponen la puerta blindada si vas a abrirla y dejar que entre la gente?

      Su madre la miró durante un largo instante.

      —Mei-ya —dijo, y trató de rodearla con los brazos, pero Mary dio un paso atrás para esquivarla.

      —Me llamo Mary, ahora —respondió.

      *

      A partir de ese día, Mary comenzó a decirle “Mamá” en lugar de “Um-ma”. Um-ma era la madre que le tejía suéteres suaves, la que la recibía después de la escuela todas las tardes con té de cebada y jugaba a las payanas con ella, mientras hablaban de lo que había sucedido ese día. Y los almuerzos… ¿quién en la escuela no había envidiado los almuerzos especiales de Um-ma? El típico almuerzo coreano para llevar a la escuela era arroz con kimchi en un recipiente de acero inoxidable. Pero Um-ma siempre le adicionaba ingredientes: trocitos de pescado sin espinas, un huevo frito sobre el montículo de arroz como un volcán nevado con lava amarilla, rollos de algas con rábanos y zanahorias y yubu chobap, arroz dulce y pegajoso dentro de fundas de tofu


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