Los guardianes del faro. Emma Stonex

Los guardianes del faro - Emma Stonex


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muy, pero que muy bien el ajedrez; yo nunca jugaba con él por eso, porque a ambos nos encantaba ganar y no me gustaba concederle la victoria, ni a él a mí. Como guarda, tenía que encantarle jugar a las cartas y a otros juegos con tanto tiempo libre. Además, un juego de naipes o una mano de gin rummy ayuda a hacer amigos. ¡Y no digamos el té! Si hay algo que se le dé bien a un farero es tomar té. Beben como treinta tazas al día. En las estaciones, si uno va a la cocina, tiene que preparar el té.

      Los fareros son gente normal. Ya lo descubrirás tarde o temprano, y espero que no te lleves una desilusión. La gente que no está en el mundo de los faros cree que hacen un trabajo un tanto clandestino, porque llevamos una vida privada. La gente se piensa que estar casada con un guarda es glamuroso, por el misterio que lo rodea, pero no. Si tuviera que resumirlo en dos frases, diría que una tiene que estar preparada para pasar largos periodos de tiempo separada de su marido y periodos cortos e intensos juntos. Los días intensos son como dos amigos lejanos que se reúnen, lo que puede parecer emocionante, pero también complicado. Te pasas ocho semanas sola haciendo las cosas a tu manera y, entonces, llega un hombre a tu casa y de pronto él es el amo y señor y tú quedas relegada a un segundo plano. Puede ser muy desconcertante. No es un matrimonio al uso. El nuestro, sin duda, no lo era.

      ¿Que si echo de menos el mar? No, no, para nada. Me moría por irme de allí después de lo que ocurrió. Por eso me vine aquí, a la ciudad. Nunca me ha gustado el mar. Donde vivíamos, en las casitas de los fareros, estábamos rodeados, el mar era lo único que se veía desde las ventanas, miraras hacia donde miraras. Te daba la sensación de vivir en una pecera. Cuando había tormenta, veíamos unos relámpagos espectaculares y las puestas de sol también eran bonitas, pero, en general, el mar es gris, grande y gris, y no pasa gran cosa. Aunque, ahora que lo pienso, diría que es más verde que gris, como la salvia o la pintura eau de Nil. Que, por cierto, ¿sabías que eau de Nil en francés significa «agua del Nilo»? Yo creía que significaba agua de la nada, que es como el mar me hace sentir, en cierto modo, así que pienso en el mar en estos términos. Agua de la nada.

      Ahora sigue teniendo tan poco sentido como el día en que Arthur desapareció. Pero se hace más fácil. El tiempo te da distancia y puedes recordar lo que te ha pasado y no sentir lo que te abrumó; los sentimientos se han atenuado, no están tan presentes ni son tan intensos como al principio. Es raro, porque algunos días no parece tan extraño lo que encontraron en el faro y creo que, bueno, un día el mar se embraveció y debió de llevárselos y se ahogaron; y otros días tengo la sensación de que todo es tan descabellado que me quedo sin respiración. Hay demasiados detalles de los que no puedo olvidarme, como lo de la puerta cerrada por dentro y los relojes parados, me corroe, y si le doy vueltas por la noche tengo que ponerme seria y obligarme a no pensar en ello. Si no, nunca dormiría, y me acuerdo de las vistas al mar que teníamos desde la ventana de la casita y me parece tan vasto, vacío e indiferente que tengo que poner la radio para que me haga compañía.

      Creo que lo que sucedió es lo que te acabo de decir: que el mar se levantó de golpe y los tomó desprevenidos. La navaja de Ockham, se llama. Es la ley que dice que la solución más sencilla suele ser la más probable. Si hay un misterio, no lo compliques más que la suma de sus partes.

      Que Arthur se ahogara es la única explicación realista. Si no estás de acuerdo, entonces te dispones a recorrer caminos descabellados, llenos de seres fantasmales, teorías de la conspiración y los sinsentidos que te he contado que cree la gente. La gente se cree cualquier cosa; si le das a elegir, prefiere la mentira a la verdad, porque suele ser más interesante. Como ya he dicho, el mar no es interesante, no cuando lo miras cada día. Pero fue el mar quien se los llevó. No tengo ninguna duda.

      Lo que tienes que saber de un faro de roca… ¿Has estado en un faro, por cierto? Bueno…, es que da directo al mar. No es una estación sobre una roca en una isla donde hay tierra alrededor por la que andar y tener un huertito o unas ovejas o lo que sea; ni tampoco es un faro continental, en tierra firme, cerca de la familia, donde, si no estás de servicio, puedes coger el coche y acercarte al pueblo y seguir tu vida con normalidad mientras cumplas con tus responsabilidades cuando estés de guardia. Un faro de roca está abandonado en medio del mar, así que los torreros no pueden ir a ningún sitio, solo recorrer el interior del faro o salir a la plataforma. Puedes correr por la plataforma si quieres hacer ejercicio, pero enseguida te vas a marear.

      Ay, es verdad, perdona, que no te lo he explicado. Debajo de la puerta de entrada hay una plataforma que lo rodea todo, como un dónut enorme. La plataforma está a unos seis o nueve metros por encima del mar, que puede parecer mucho, pero si estás fuera y viene una ola alta y te atrapa, se acabó todo. He oído hablar de guardas que pescan desde la plataforma u observan las aves o pasan el rato leyendo un libro. Estoy segura de que Arthur lo hacía porque siempre le gustó leer; decía que en el faro tenía tiempo para aprender, así que se llevaba libros de todo tipo, novelas, biografías y volúmenes sobre el espacio. Se empezó a interesar por la geología, piedras y rocas, ya sabes a qué me refiero. Las recogía y las clasificaba. Decía que así podía descubrir muchas cosas sobre distintas eras.

      Sea lo que sea lo que hagas ahí, la plataforma es el único sitio donde puedes tomar un poco el aire. No puedes asomar la cabeza por las ventanas, pues las paredes son muy gruesas: se construyeron con ventanas dobles, sabes, una exterior y otra interior, separadas por más de un metro, así que tendrías que sentarte en ese hueco, y no creo que sea muy cómodo. Supongo que podrías salir al balcón, una pasarela que hay en la cúspide y rodea la linterna, pero no hay mucho espacio y, además, necesitarías una caña de pescar larguísima, digo yo.

      Uno de los tres, y no quiero tratar de adivinar cuál, pero bien podría haber sido Arthur, ya que le encantaba pasar tiempo solo, lejos de la gente, le encantaba; bueno, pues uno de ellos podría haber salido a la plataforma y estar allí sentado leyendo con un viento suave, de fuerza uno o dos, y luego, de pronto y sin avisar, se levantó una gran ola y se lo llevó. El mar hace estas cosas. Sabes que no miento. A Arthur lo pilló una vez en Eddystone, muy al principio. Lo acababan de nombrar ordinario, es decir, guarda ordinario, y allí estaba, secando la colada, cuando una ola gigante apareció de la nada y lo tumbó. Tuvo suerte, porque estaba con un compañero y este lo agarró, que si no, lo habría perdido muchos años antes. Se angustió, pero no le pasó nada. Aunque no puedo decir lo mismo de la colada: creo que no volvió a verla. Tuvo que pedir prestada ropa a los demás hasta que llegó el relevo.

      Pero este tipo de cosas no afectaban a Arthur. Los fareros no son personas románticas; no se ponen nerviosos ni dan vueltas a las cosas. Su trabajo consiste en mantener la cabeza fría y hacer lo que se debe. Si no fueran capaces de hacerlo, el Tridente no los contrataría. Arthur nunca tuvo miedo del mar, ni siquiera cuando se ponía peligroso. Me explicaba que, en la torre, las salpicaduras de las olas pueden llegar hasta la ventana de la cocina durante una tormenta, y eso son unos veinticinco metros por encima del nivel del mar, y las piedras y las rocas chocan contra la base, así que tiembla y da sacudidas. A mí me habría asustado, creo. Pero a Arthur no, él decía que el mar estaba de su lado.

      Cuando venía a tierra firme, a veces parecía no estar del todo bien. Como un pez fuera del agua, sí, eso sería. No sabía cómo comportarse aquí, pero sí cómo comportarse en el mar. Al despedirme de él, cuando regresaba a la torre, me daba cuenta de que se alegraba de volver.

      No sé cuántos libros has escrito sobre el océano, pero escribir una historia no es lo mismo que escribir sobre la realidad. El mar te traicionará si no prestas atención: cambia de parecer en un santiamén y no le importa quién seas. Arthur sabía cómo predecirlo, por el aspecto de las nubes o el repicar del viento contra la ventana; sabía decirte si soplaba con fuerza seis o siete por el sonido, así que, si a un hombre como él, que es la persona con más experiencia que he conocido, pudo tomarlo desprevenido, es prueba suficiente de que el mar puede cambiar de repente. Quizá tuvo tiempo de gritar y los otros llegaron corriendo; la plataforma resbala, son presa del pánico, y qué costaría, verdad, que el mar engullera a los tres hombres.

      Lo de la puerta cerrada sí que es raro, eso no lo niego. Lo único que te puedo decir es que esas puertas son macizas, de bronce de cañón, porque tienen que resistir las embestidas que reciben, y se te cierran de un portazo con facilidad. Y sobre que estuviera


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