Mujeres que tocan el corazón de Dios. María C. Domezi
A pesar de lo anterior, los cristianos de Oriente siempre la reverenciaron como “la apóstola de los apóstoles”. El catolicismo sigue recordándola con el título de Santa María Magdalena. En 2016, por deseo expreso del papa Francisco, su celebración se elevó a nivel de gran festividad, tal como ocurre con las de los demás apóstoles.
Ya no hay diferencia entre judío y griego,
entre esclavo y hombre libre; no se hace diferencia
entre hombre y mujer, pues todos ustedes
son uno solo en Cristo Jesús.
(Gálatas 3,28).
¡Oh María Magdalena, apóstola llena de amor,
corazón en sintonía con el del Maestro Jesús,
primera mensajera de su victoria pascual!
Cuando el vacío de un sepulcro
y la incertidumbre del rumbo
me hagan llorar en la madrugada oscura y fría,
colócame bajo la mirada misericordiosa de Jesús.
En él encontraré la cura de todo lo que impide
el florecimiento de mi dignidad humana
y de mi dignidad de mujer.
Con la luz del Cristo resucitado,
iré a los hermanos para compartir con ellos
mi experiencia de fe.
Que el amor hable más alto, que nadie sea excluido,
que el Reino de Dios se realice.
Amén.
Lidia:
Trabajadora y apóstola
Como leemos en los Hechos de los Apóstoles 16,11-55, Lidia era artesana y comerciante. Había nacido en Tiatira, pero vivía en Filipos. Vendía telas que compraba en su ciudad natal, y que eran más baratas porque la púrpura utilizada para teñirlas no procedía de un molusco, sino de una planta. Previamente convertida al judaísmo, al escuchar las enseñanzas del apóstol Pablo y su compañero Silas, se convirtió en cristiana. Y, como era líder de las mujeres que frecuentaban la casa de oración, muchas siguieron su ejemplo.
Bajo el poder romano que dominaba aquella sociedad, las mujeres estaban sometidas a los hombres y carecían de voz y voto. En las comunidades cristianas, sin embargo, era distinto; allí convivían fraternalmente, sin discriminaciones.
Así, Lidia ofreció su propia casa para que se llevaran a cabo las reuniones de los cristianos. Aquella fue la primera comunidad cristiana en la región de Macedonia. Lidia la administraba, protegía a sus miembros y puso a su disposición los bienes materiales con que contaba. Muchas veces, era ella misma quien dirigía a la comunidad, aunque se apoyaba en otras personas, porque ella viajaba bastante debido a su trabajo. Además de todo lo anterior, Lidia brindaba hospitalidad y protección política a los hermanos de fe que llegaban de otros lugares.
Es importante recordar que los apóstoles y los misioneros cristianos eran víctimas de persecución. Por ello, Lidia invitaba a Pablo y a Silas a que se quedaran en su casa. Cierta vez, ambos fueron juzgados y condenados por las autoridades de la ciudad, debido a que Pablo había desenmascarado a un supuesto “espíritu adivino” que se ocultaba tras las profecías de una joven. Además de padecer marginación por ser mujer y gentil, la adivina era esclava, y con sus augurios generaba mucho dinero para los hombres que la explotaban. Pablo y Silas fueron desnudados, atados, azotados y apresados, bajo la acusación de atentar contra las costumbres romanas. Cuando salieron de prisión, los dos se dirigieron a la casa de Lidia.
Como vemos, la contribución de Lidia a la evangelización de los llamados gentiles o paganos, y a la expansión de las comunidades cristianas entre ellos, fue muy grande. Fue una importante colaboradora del apóstol Pablo. Era líder, trabajadora y maestra, y fue convirtiéndose poco a poco en una verdadera apóstola.
Al mismo tiempo, ayudó a fomentar las relaciones fraternas e igualitarias entre todos los cristianos. A su alrededor, muchas mujeres –incluso las esclavas– se sentían acogidas, respetadas y reconocidas en su dignidad.
La tierra es nuestra casa común
y todos somos hermanos.
(Papa Francisco, Evangelii Gaudium 183).
Padre querido, aquí estoy, sola delante de ti.
Sé que tu mirada compasiva
abarca a tantas personas ligadas a mi vida,
a mi trabajo, a mis desplazamientos;
gente cercana y lejana, necesitada y dispersa.
A veces, lo más difícil es unir
a quienes están más cerca,
proteger a quien convive conmigo
en el día a día.
Otras veces, me siento tentada
a encerrarme en mi mundo
y olvidarme de todos los dramas
de la gran familia humana.
¡Despierta mi ser femenino,
oh Padre de todas y todos!
Ayúdame a abrir los brazos y el corazón,
y usar mis dones para unirme
a quienes buscan crear fraternidad.
Amén.
Priscila:
Ministra que enseña con autoridad
Priscila y Áquila eran una pareja de judíos convertidos al cristianismo. Leemos sobre ellos en Hechos 18 y 19. Trabajaban como artesanos de tiendas de campaña. Fabricar aquellas tiendas era una labor muy dura, que desempeñaban sobre todo los esclavos y ex esclavos.
Priscila y Áquila también eran misioneros. Viajaban mucho, así que habían vivido ya en varios lugares, obligados por las circunstancias políticas o debido a la misión. En algún tiempo residieron en Roma, pero ellos y otros judíos cristianos fueron expulsados de allí. La pareja se mudó entonces a Corinto.
El apóstol Pablo, convertido después que ellos, también se avecindó en esa ciudad. Allí los conoció y se fue a vivir a su casa. Con ellos trabajaba fabricando tiendas para mantenerse, al mismo tiempo que difundía el Evangelio, formaba comunidades cristianas y las acompañaba.
Tras un largo tiempo en Corinto, Priscila y Áquila viajaron al lado de Pablo para fundar la Iglesia de Éfeso. Pero allí enfrentaron un gran problema.
Un orfebre llamado Demetrio fabricaba nichos de plata con la figura de la diosa Artemisa, con lo cual ganaba mucho dinero. Artemisa era la diosa más importante de la ciudad de Éfeso, cuyos moradores sostenían que la estatua que la representaba había caído del cielo. Los orfebres se veían muy beneficiados, comercializando toda suerte de objetos con la imagen de la diosa. Demetrio reunió a los artesanos y trabajadores del ramo, y los incitó en contra de Pablo, porque estaba convirtiendo a mucha gente y la diosa perdía adeptos a consecuencia de ello. La agitación se propagó por toda la ciudad. Pablo iba camino al teatro, pues ahí difundía su mensaje, pero sus amigos lo salvaron al impedirle que se acercara al lugar.
El apóstol fue expulsado de la ciudad de Éfeso, pero Priscila y Áquila se quedaron allí para continuar el trabajo de evangelización. En todos los sitios donde residió la pareja, su hogar se convirtió en una