La cuestión del estado en el pensamiento social crítico latinoamericano. Juan Camilo Arias
rel="nofollow" href="#u62b9d673-3b7b-5fa9-a3bd-27c35e22d536">Prólogo
Recuperación oportuna de los debates latinoamericanos sobre el Estado
Mabel Thwaites Rey
Los trabajos que se agrupan en este volumen colectivo abordan una problemática central, no solo para el análisis teórico sino para las prácticas políticas concretas: el Estado en América Latina. Volver a los sucesivos debates que tuvieron lugar desde los años cincuenta hasta los ochenta, pero a la luz de las experiencias que han signado los territorios nuestroamericanos incluso en el presente, resulta muy relevante para pensar alternativas y estrategias emancipatorias ancladas en la realidad que se espera poder transformar. Porque es en el marco analítico con el que se aborda el estudio de la configuración material y simbólica de los Estados “realmente existentes”, donde se implica la construcción de las estrategias políticas que se consideran más adecuadas (posibles o deseables) para impulsar procesos de transformación radical. Así, los debates sobre teorías conllevan, en general, perspectivas más o menos divergentes con respecto a estrategias y tácticas políticas, que jerarquizan ciertos objetivos, actores y medios de acción por sobre otros. Por eso, en tanto la manera de comprender el Estado condiciona las formas de encarar las prácticas políticas que lo involucran, la aproximación teórica a su carácter, formas y funciones siempre ha sido materia de disputa.
Dentro de la tradición marxista a escala internacional, los debates que se sucedieron por más de un siglo y medio en torno a la “cuestión del Estado” dan cuenta no solo de la fragmentación de los pasajes referidos a ella en las obras de Marx y Engels, sino de la variedad de posicionamientos políticos que animaron los procesos de lucha popular en todo el mundo. Precisamente, al calor de las luchas contra el poder capitalista se pusieron de relieve distintos aspectos del Estado contenidos en el corpus clásico del marxismo, que fueron revisados y resignificados al compás de las diversas coyunturas. Comenzando por la monumental obra de Antonio Gramsci, seguido por Louis Althusser, Nicos Poulantzas, Ralph Miliband, Bob Jessop, Joachim Hirsch y las corrientes alemanas de la “lógica del capital” y la derivación, Antonio Negri, John Holloway y el marxismo abierto, son muchos los exponentes de las corrientes “frías” y “cálidas” del marxismo —como las llamó el filósofo Ernst Bloch— que han hecho su contribución para pensar la estatalidad capitalista contemporánea. En América Latina, la productividad analítica y política del marxismo se expresó, con mayor o menor intensidad, en todos los países y se imbricó con múltiples experiencias históricas. Esto implicó que hubiera que dar cuenta tanto de la realidad concreta y del concepto de Estado que define sus contornos, como de la noción misma de América Latina en tanto “unidad problemática”, como señalara José Aricó (1999). La idea de unidad remite a un fondo común o sustrato compartido, más allá de las especificidades de cada nación, país o subregión, mientras que su carácter de problemática remite a cómo esas particularidades han resultado un obstáculo para la conformación de un pueblo-continente que, sin anular las diversidades que lo enriquecen, logre construir un lenguaje mutuamente inteligible que converja en un destino común de emancipación.
Si hablar del Estado es referir al poder encarnado en instituciones y prácticas que lo especifican, pero que también desbordan sus contornos, hablar de la estatalidad en América Latina es poner en primer plano las modalidades diferenciales que adopta el capitalismo y sus estructuras de dominación en nuestra región. Tanto “lo estatal” como “lo latinoamericano”, atravesados por la noción de dependencia, tienen aristas características que también están sujetas a discusión.
En las páginas que siguen se despliegan interesantes estudios que dan cuenta de las teorizaciones sobre el Estado encaminadas a elucidar sus rasgos distintivos. Varios de los trabajos se concentran en revisitar críticamente los aportes de los teóricos de la dependencia, para recuperar los núcleos de mayor productividad analítica que persisten hasta el presente. Un especial énfasis se pone en reponer la corriente marxista del dependentismo, encarnada por Ruy Mauro Marini, Vania Bambirra y Theotonio Dos Santos, así como las contribuciones que hicieron Fernando H. Cardoso, Enzo Faletto, Agustín Cueva¸ Tilman Evers, Norbert Lechner, Marcos Kaplan, José Aricó, Guillermo O’Donnell, Florestan Fernandes y, muy especialmente, René Zavaleta Mercado, uno de los pensadores más prolíficos y productivos en el análisis de la cuestión estatal latinoamericana. Mención aparte merece la referencia al pensamiento iluminador de José Carlos Mariátegui.
En conjunto, los autores de este libro destacan acertadamente que la “especificidad histórica del Estado” en América Latina estaría dada por la heterogeneidad estructural y el carácter subordinado y dependiente de su inserción en la economía mundial, mientras que las múltiples especificidades nacionales devendrían de los procesos de conformación particular de sus clases fundamentales, sus intereses antagónicos, sus conflictos, sus luchas y sus articulaciones, en tensión permanente con su forma de inserción en los ciclos históricos de acumulación a escala global. A su vez, los autores recuperan ese rasgo genérico común para pensar las parcialidades desde una totalidad que pone de relieve elementos cognitivos centrales. Este esfuerzo de pensar el conjunto resulta muy destacable, máxime en tiempos de una fragmentación e individuación extremas, que apuntan a debilitar las estrategias comunes de los pueblos en lucha. Insistir en la mirada de la totalidad, recuperar las raíces de los condicionantes estructurales que subsisten en el presente y rescatar los aportes históricos más significativos de la producción teórica latinoamericana son aciertos indudables de esta compilación.
La “cuestión estatal” puede ser abordada de muchas maneras, pero podemos destacar dos planos que condensan aspectos sustantivos, cuya elucidación diferencial resulta relevante: uno es el relativo al Estado como referencia territorialmente situada y distinguible de otros Estados (nacionales o plurinacionales) y, simultánea y fundamentalmente, como nudo específico de las relaciones que se despliegan en el mercado mundial. El otro tiene que ver con su realidad como forma de las relaciones de poder delimitadas dentro de un territorio acotado, forma que no es ni fija ni estática y que se va reconstituyendo al compás de las luchas sociales. El Estado, así, puede ser definido como el espacio de condensación de las relaciones de fuerzas sociales que se plasman materialmente y que le dan contornos específicos y variables según las circunstancias históricas. Como instancia no neutral, recorta, conforma y reproduce la escisión clasista, racista y patriarcal del orden dominante, e internaliza los conflictos y las luchas que se derivan de tal escisión y que la reponen en su contradicción irresoluble (Thwaites y Ouviña, 2018).
Como subrayan varios trabajos de este volumen, Estado y sociedad en el capitalismo aparecen como escindidos, cuando en rigor constituyen una unidad en la cual, mientras la dinámica social impacta, desgarra y atraviesa el Estado, en un único movimiento, a su vez, este conforma lo social. Así, en los aparatos estatales no solo se materializa la violencia represiva como garante última de la dominación, sino que, a la vez, toman cuerpo las respuestas del capital a las demandas activas del polo del trabajo. Tales respuestas, expresadas en normas, instituciones y políticas, no constituyen meras concesiones calculadas astutamente por el capital para perpetuarse, sino que son conquistas acumuladas por largos procesos históricos de luchas sociales. Como tales, suelen implicar logros —tan parciales y mediatizados como concretos y tangibles— en las condiciones de vida de las clases subalternas. Al mismo tiempo, tales conquistas institucionalizadas son portadoras del efecto “fetichizador” (aparecer como lo que no son) de volver aceptable la dominación del capital, mediante la construcción del andamiaje material e ideológico que amalgama a la sociedad capitalista y la legitima. Es decir, la misma institución que puede beneficiar en las condiciones de vida presentes se convierte en soporte de la legitimación del capital para afirmar su dominio en el largo plazo. De modo que, en un mismo movimiento, en un solo proceso contradictorio, la lucha de los pueblos por obturar el orden capitalista y trascenderlo se imbrica con aquello que puede producir efectos que terminen reforzando la integración al sistema.
El Estado es una forma y también