No me olviden. Rodrigo Fica

No me olviden - Rodrigo Fica


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los hombres ante la mayoría de los peligros topográficos-climáticos del ambiente (grietas, barrancos, avalanchas, mal tiempo...). Tal y como lo demuestran los numerosos casos de arrieros que han perecido producto de ellos; como Ramiro Cortés en 1980 en la zona de Salamanca (caído en una quebrada junto a los animales que arriaba cuando se movía en medio de condiciones climáticas adversas), José Ramírez en el 2006 en el Valle de la Engorda (por golpe en la cabeza al caer su caballo de regreso tras portear equipo a unos montañistas), aquellos 3 que murieron en 1982 en el Paso Maipo (sepultados por una avalancha mientras buscaban animales extraviados), los 13 fallecidos en 1929 en el Paso Piuquenes (por una tormenta mientras regresaban a Argentina), etcétera.

      Además, incorporarlos es una determinación que contribuye a compensar los efectos de la asimetría histórico-cultural que nuestra sociedad mantiene al respecto con ellos; en el sentido que cuando un arriero fallece en un ambiente de montaña, no causa igual conmoción pública que aquel acaecido en el mismo sitio a un montañista, esquiador, escalador o excursionista. Un acto que es discriminatorio e injusto, porque ellos también son actores principales, también se realizan en nuestras cordilleras y también sufren cuando sus cercanos son golpeados por las desgracias.

      La segunda situación relevante que esta definición de interacción riesgosa produce y que debe ser comentada ahora, es que obliga a incluir algunos de los accidentes acaecidos a trabajadores de mineras, centrales hidroeléctricas, ferrocarriles u otras faenas similares. Lo que probablemente cause extrañeza.

      Por supuesto, no se trata de incorporar en el estudio a todos los decesos ocurridos en las instalaciones que estas industrias mantienen en sitios de cordillera (por ejemplo, en una remota meseta a 4.500 metros de altitud); ya que, como estos regularmente poseen ambientes regulados, controlados, protegidos, climatizados y con una funcionalidad semejante a la que se encuentra en un contexto urbano (baños, comedores, clínicas, gimnasios, etcétera), su personal estará a resguardo de buena parte de los peligros del medio ambiente. Circunstancias en las que, entonces, la relación causa-efecto mencionada en la declaración de interacción riesgosa no se manifestará directamente sino que atenuada y, por lo tanto, fallándose en el cumplimiento del criterio rector.

      O, dicho de otro modo, es un error catalogar los incidentes acontecidos en una infraestructura como la descrita como de “montaña”, solo porque el respectivo recinto se ubica en “montaña”. O sea, si una viga cae sobre la cabeza de un operario en un sitio como el descrito, este es un evento que ha de entenderse como un accidente del trabajo; uno que podría haber ocurrido perfectamente en una refinería de petróleo a nivel del mar (o en un garaje en Santiago) y, por ende, sin relación con lo que comprende esta investigación. Mismo predicamento que se aplica a los incendios, explosiones, atropellos, aplastamientos, envenenamientos y todo ese tipo de percances que pueden suceder en un ambiente laboral. Por eso es que no aparecen en el Listado Central decesos como los de Juan Muñoz en el 2007 por descarga eléctrica en una subestación, o el de Juan Cruz en el 2018 por caída en altura en un pique (ambos, en la mina Andina).

      Situación que es muy distinta a cuando, por alguna razón, un trabajador se desplaza a pie por el ambiente de montaña y fallece debido a cualquiera de sus peligros (el impacto de una avalancha, la caída a una quebrada, perdido en la obscuridad, etcétera); los cuales, por lo argumentado, sí ameritan ser incluidos. Eventos como el de Bernardino Reinoso en 1905 en El Teniente (golpeado por una piedra), los hermanos Luis y Arturo Chaparro en 1951 en la Disputada de las Condes (atrapados por mal tiempo cuando se dirigían a reparar un andarivel), o el de los obreros Osvaldo Otarola y Juan Tapia en 1982 en Los Libertadores (víctimas de una avalancha mientras despejaban la vía del Ferrocarril Trasandino).

      El resto de las explicaciones para entender el concepto de la interacción riesgosa se localiza más adelante, en el capítulo I.B.6 (Implicancias).

      2En el fondo, el error estando aquí en que la gente juzgaría basándose en datos presentados en términos absolutos, cuando lo apropiado sería hacerlo en términos relativos.

      Esta es la última componente a explicar; trata del lapso de tiempo comprendido por el estudio.

      Respecto a lo cual, establecer su fecha de término es sencillo: nada más que el último momento previo a la publicación del libro en el que fue posible procesar la información (esto es, el año 2019).

      Determinar el correspondiente punto de inicio, sin embargo, requiere un poco más de elaboración. Por un lado, entendiendo que accidentes y desaparecidos ha habido desde que existe ocupación humana en el territorio, la primera alternativa lógica como posible comienzo podría haber sido un instante coincidente con el nacimiento de la República de Chile (1810 o 1818). No obstante, tal elección presentaba el problema que obligaba a abarcar el siglo XIX, el cual, desde el punto de vista de las actividades que aquí se analizan, no guarda relación alguna con lo que se vive en el presente; por no mencionar asimismo que la información disponible para tal período es reducida y de difícil verificación.

      Inconvenientes que, por otra parte, automáticamente desaparecerían si se fijara un inicio más contemporáneo (como podría ser el año 2000); lo que permitiría construir un intervalo temporal bien documentado y con dinámicas sociales definitivamente más similares a las actuales. Pero hay un problema; tales beneficios no serían gratuitos de obtener, sino que a costa de sacrificar perspectiva histórica, perder un enorme volumen de datos y desperdiciar la oportunidad de generar un registro que ambicionara desde su origen abordar el fenómeno en su totalidad.

      Luego, la solución tenía que ser un compromiso entre ambas opuestas alternativas, siendo el instante de partida escogido el año 1900 (lo que significa que este trabajo abarca 120 años).

      Una elección que reviste cierta arbitrariedad y es reflejo fidedigno del sesgo humano por preferir cifras “redondas”. Sin embargo, admitir que tales subjetividades existen no hace de tal decisión una menos válida, porque con tal fecha de inicio se establece una extensión de tiempo que reúne buena parte de las recién indicadas ventajas y con alternativas para resolver las falencias informativas.

      Esta investigación recopila los accidentes fatales producidos en ambientes de montaña, vinculados a Chile, debido a interacción riesgosa y sucedidos entre los años 1900 y 2019. Objetivo cuya formalización, a pesar de que es llevada a cabo mediante el uso de varios ejemplos, todavía requiere explicaciones adicionales para la cabal comprensión de los efectos que causa ponerla en práctica. Específicamente, 10 puntos en particular que ameritan profundizarse.

      Primero, que no es casualidad que hasta aquí no se haya hecho mención alguna, como factor de inclusión, a la nacionalidad de los involucrados; puesto que tal variable es efectivamente irrelevante. O, dicho de otro modo, que este estudio se preocupa de añadir aquellos eventos que satisfacen el criterio arriba indicado, independientemente a si las víctimas eran chilenas o extranjeras (ya sea de paso o residentes). Determinación que refleja la realidad de que, cuando sucede un accidente, nuestra sociedad reacciona de igual manera ante la emergencia sin mediar cuestionamientos acerca de la procedencia de los afectados.

      La segunda consecuencia es una que se deriva implícitamente de la componente “interacción riesgosa”. Consiste en lo siguiente: cuando se evalúa un evento para clasificarlo y, luego, dilucidar si corresponde agregarlo (o no) a la investigación, lo que importa es lo que la gente “hace”; no lo que “es” (o dice que “es”). O sea, da lo mismo el tipo de rótulos que el accidentado tenía o se haya auto-asignado, lo que prima es la actividad que estaba realizando. De lo contrario, se producirían absurdos tales como, por ejemplo, clasificar el evento de un escalador que fallece esquiando... ¡como un accidente de escalada! (cuando lo correcto es catalogarlo como uno de esquí).

      Esta misma consideración (lo que manda es lo que las personas hacen, no lo que son) es la que explica también por qué no se efectúa distingo entre muertes civiles y uniformadas. Mundos con diferencias que van desde lo


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