Organización familiar en la vida urbana. Tania Zohn Muldoon

Organización familiar en la vida urbana - Tania Zohn Muldoon


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Familias cambiantes; son las que constantemente se mudan de domicilio. Este tipo de organización familiar enfrenta a sus integrantes con la necesidad de hacer ajustes continuos en sus interacciones con las personas significativas del contexto extrafamiliar, ya que no pueden echar raíces.

      6. Familias con padrastro o madrastra, en las que se requiere gestionar el proceso de inclusión de una nueva figura parental a la unidad familiar que antes había sufrido una pérdida, ya sea por una separación o divorcio, o bien, por la muerte de uno de los padres.

      7. Familias con un fantasma; son sistemas en los que se ha tenido una pérdida, ya sea por muerte o abandono de uno de sus miembros. Una tarea que estas familias enfrentan es resolver la manera en que se han de tomar las responsabilidades o funciones que ejercía el integrante ausente.

      Otra categoría que ha dado lugar a fértiles debates y que contiene una enorme complejidad, es la “jefatura de hogar”. Se trata de conocer quién es la autoridad en la familia (Chant, 1997, 1999; Rodríguez, 1997; González de la Rocha, 1994, 1999; De Oliveira, Eternod & López, 2000; Vicente & Royo, 2006; Enríquez Rosas, 2008; entre otros). Esta categoría ha sido ampliamente discutida porque la asunción de la jefatura está asociada a los códigos culturales de los distintos contextos sociales.

      Existe la “jefatura declarada / de jure” y “la jefatura de hecho / de facto”, los resultados pueden ser muy distintos cuando se registra la jefatura de acuerdo a lo que se declara con respecto a lo que de hecho puede observarse a través de acercamientos cualitativos / etnográficos en los hogares y sus miembros.

      Hoy en día, cuando se despliega la ruta de indagación tomando en cuenta otros criterios como: la toma de decisiones, la administración de los recursos, el manejo de la autoridad, el apoyo emocional, entre otros, la jefatura que se declara, en muchos de los casos, es jefatura compartida, especialmente entre los miembros de la pareja, pero puede también estar conformada por la madre o el padre y algún otro miembro emparentado.

      La jefatura compartida (Enríquez Rosas, 2008) es una dimensión que abre la posibilidad al registro de cambios y trasformaciones que se están gestando al interior de los grupos domésticos, los cuales tienen que ver con los avances en la forma de manejar la autoridad y con el mayor reconocimiento, por parte de las mismas mujeres y de los hombres, acerca de su corresponsabilidad para dirigir un hogar.

      También es importante la categoría de “jefatura económica”, la cual se refiere a quién es el perceptor de ingresos principal o exclusivo de los miembros del hogar. Esta categoría ha permitido reconocer la participación económica de las mujeres, aun cuando la pareja está presente, para el sostenimiento de los hogares y su importante papel en muchos de los casos. Para García y de Oliveira (1994), se trata de una categoría central en términos analíticos para identificar las dinámicas propias de género e intergeneracionales en este tipo de organizaciones domésticas.

      Cuando hablamos de familias, tendemos a pensar en un modelo tradicional y de estructura nuclear compuesto por padre proveedor, madre ama de casa e hijos. Este modelo es percibido como referente único, normativo y simbólico (Tuirán, 2001). La familia tradicional de padre proveedor y madre ama de casa, ha disminuido significativamente y se han incrementado los hogares de personas que viven solas (Giddens, 2000).

      En las sociedades contemporáneas, las expresiones / configuraciones familiares son cada vez más diversas. Las familias experimentan cambios económicos, demográficos, sociales y culturales que, sin lugar a dudas, tienen que ver con nuevas formas de conformación familiar distintas al modelo tradicional (Esteinou, 1999; Gonzalbo & Rabell, 2004; CEPAL, 2005; Jelín, 2007; Golombok, 2012; Estrada & Molina, 2015; Estrada, 2018; entre otros).

      La familia, advierte Therborn (2007), reproduce, hoy en día y en diversas regiones del mundo, una geografía del poder en la cual el patriarcado se impone ante la posibilidad de relaciones más equitativas entre los géneros. Se observa una economía de la desigualdad en la cual hay población femenina en América Latina que no recibe ningún tipo de ingreso. En las zonas urbanas, los perceptores de ingresos siguen siendo principalmente varones; el 43% de las mujeres no reciben ingresos y solo el 22% de los hombres se encuentran en esta condición.

      Con respecto al matrimonio, Giddens (2000) señala que este no es más una institución económica, pero como compromiso ritual, estabiliza las relaciones y puede favorecer la consolidación de los vínculos contra la fragilidad de los mismos. Para Giddens (2000), lo que está en el centro de las relaciones de pareja en las sociedades contemporáneas es la comunicación emocional, la intimidad y la confianza.

      Arriagada (2007) enfatiza que una demanda central que debe ser atendida con mayor planeación y diseño de programas y políticas públicas, tiene que ver con el fenómeno de la violencia intradoméstica. Además, en la región latinoamericana se advierte el debilitamiento de los mecanismos de protección social tradicional: “familismo latinoamericano”.

      Hay trasformaciones en la estructura de los hogares que están asociados con el incremento de hogares con doble ingreso, así como los cambios en las configuraciones familiares, a consecuencia de las migraciones internas e internacionales. Se advierte también una asociación más estrecha entre tipos específicos de hogares y condiciones de pobreza extrema. Estos hogares son principalmente los que se encuentran en etapa de expansión y con miembros dependientes económicamente. Hay también una importante incorporación de las mujeres al mercado laboral en etapas de expansión y consolidación del ciclo doméstico, el cual demanda nuevas respuestas para el cuidado de los miembros que así lo requieren (Arriagada, 2007; CEPAL, 2005; entre otros).

      Jelin (2007) advierte, desde su análisis sociológico de las familias latinoamericanas, sobre las tasas de nupcialidad en descenso, el incremento de uniones consensuales, así como el aumento en la edad para contraer el primer matrimonio. También señala el incremento de las tasas de divorcio, el descenso de la fecundidad, y la relación directa entre esta última y la posición social de las mujeres, es decir, a mayor educación formal, menor es la fecundidad. A su vez, indica que hay un decremento en el número de miembros de las familias y un paulatino cambio en los roles tradicionales de género al interior de los hogares.

      Arriagada (2007) confirma, para la región latinoamericana, la reducción de las familias nucleares biparentales con hijos o sin hijos, así como el incremento de los hogares de jefatura femenina y el decremento de las familias extendidas junto con el aumento de los hogares no familiares, especialmente los unipersonales. Al igual que Jelin (2007) confirma el debilitamiento del patriarcado y el descenso en la fecundidad.

      Estudios recientes como el de Roca (2015), muestran el incremento en la elección de parejas extranjeras debido al mercado (oferta) matrimonial actual. También muestran la presencia cada vez mayor de relaciones conyugales y parentales en las familias trasnacionales (González & Rivas, 2015).

      A su vez, hay un proceso de borramiento del trabajo como eje estructurador de la vida de los sujetos. Este proceso socioeconómico está teniendo a su vez repercusiones en las dinámicas familiares internas (Hopenhayn, 2007). Las situaciones de estrés y tensión cotidiana de los padres en el contexto de las grandes ciudades, como el caso de Guadalajara, está cobrando factura en la calidad de los vínculos al interior de las familias y los tiempos de cuidados, convivencia y esparcimiento (Enríquez Rosas, 2009).

      Actualmente en México, el 29% del total de los hogares es dirigido por una mujer. La jefatura femenina aumentó en cuatro puntos porcentuales entre los años 2010 y 2015 (Inegi, 2019). En el caso de Jalisco, el promedio de número de personas que residen en un hogar es de 3.8%. Con respecto a la jefatura de hogar, 28% son hogares de jefatura femenina y 72% son hogares de jefatura masculina. Con respecto al estado civil, por cada cien matrimonios, hay 22.3 divorcios (Inegi, 2019). Estos datos deben ser considerados con toda la seriedad que requieren. Los hogares comandados por mujeres no son una desviación del modelo hegemónico sino formas alternativas de conformación familiar que van en incremento en nuestra sociedad y que requieren el reconocimiento y el respaldo social de las instituciones para su bienestar e inclusión social.

      López y Salles (2006) señalan con respecto al divorcio y la asunción de la jefatura femenina


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