Esclavos Unidos. Helena Villar
se preguntara si Sanders había sido sólo el último producto de la repetitiva estrategia electoral demócrata del perro pastor de ovejas, expuesta así ya en 2015 por el periodista Bruce A. Dixon:
El senador de Vermont y ostensible socialista Bernie Sanders se está convirtiendo en el candidato del perro pastor para Hillary Clinton este año. El trabajo de Bernie es calentar a la multitud para Hillary, reuniendo las energías de los activistas y la izquierda descontenta en el redil demócrata una vez más. Bernie tiene como objetivo vincular las energías y los recursos de los activistas hasta el verano de 2016, cuando la única opción restante será el menor de los dos males habituales. El perro pastor de ovejas es una carta que el partido demócrata juega cada vez que hay unas primarias y no están en el Gobierno o su presidente no puede presentarse a la reelección.
Es decir, cada vez que el descontento social se traduce en grandes movilizaciones y sed de cambio, una figura canaliza dicha ilusión para el partido demócrata con el único fin de contenerla. Sólo una nación acostumbrada al espectáculo y la amnesia propagandística es incapaz de verlo. Una nación que se mantiene gracias al mito y se alimenta de una falsa esperanza colectiva de manera permanente. Esta vez tocó el movimiento Sanders; la próxima vez, quién sabe.
La semana que nos ocupa acababa con Estados Unidos situado como primer país en número de muertes: America First. El sábado, Donald Trump cedía ante sus propias reticencias y el Departamento de Defensa invocaba ante la escasez la Ley de Producción de Defensa para fabricar unos 39 millones de mascarillas en 90 días, una ley de la era de la guerra contra Corea. Lo militar como medida de salvación patriótica en un país que, ante cualquier incertidumbre social masiva, tiene como reacción primigenia armarse hasta los dientes. En marzo, el FBI había procesado un récord de 3,7 millones de verificaciones de antecedentes para compra de armas, más que en cualquier mes desde 1989, cuando se iniciaron los registros. La única vez que los estadounidenses adquirieron más armas de fuego fue en enero de 2013, tras el tiroteo masivo en la Escuela de Primaria Sandy Hook. Un vídeo de la Asociación Nacional del Rifle advertía: «Puede que usted esté acumulando alimentos en este momento», pero «si no se prepara para defender su propiedad, cuando todo salga mal, en realidad sólo estará almacenándolos para otra persona».
Estados Unidos es inabarcable y a la vez tremendamente simple. Este libro, breve retrato socioeconómico, es un humilde análisis del porqué del fácil naufragio expuesto. Una muestra mediante el relato de aquellos que viajan en él y que, sin pandemia mediante, ya sufrían y sufren la fragilidad de un sistema con un mascarón brillante y atractivo; cuyo armazón está, sin embargo, amenazado por la podredumbre.
I
LOS PILARES DE LA DESIGUALDAD
Cualquiera que haya luchado alguna vez contra la pobreza sabe lo extremadamente caro que es ser pobre.
James A. Baldwin, «Quinta Avenida, Uptown: una carta desde Harlem»
Salud o billetera
Clínicas itinerantes frente a la escasez
Son las 12 de la medianoche de un viernes en Warsaw, Virginia. Aunque todavía es otoño, hiela afuera. Un fenómeno nada inusual para los apenas mil quinientos habitantes de la localidad, acostumbrados a la fría humedad de la cercana bahía. Sin embargo, un acontecimiento extensamente anunciado durante la semana agita a la población, llena los pocos hostales cercanos y concentra un extraño movimiento en el aparcamiento de la Escuela Secundaria Rappahannock. En uno de los vehículos, Shakira Vargas, universitaria, espera pacientemente con su amiga de la universidad. Saben que dormirán ahí dentro. Apenas tres horas más tarde se produce el primer movimiento, un voluntario les entrega el boleto por el cual podrán, a partir de las seis, hacer lo que han venido a hacer desde lejos: ir al médico.
En Estados Unidos no existe el acceso universal gratuito a la sanidad. Según la oficina del censo, en 2018, 27,5 millones de personas, entre ellas más de cuatro millones niños, vivieron sin seguro médico. Fueron dos millones más que el año anterior. Un aumento que se produjo pese a la caída general en la tasa de desempleo. Paradójicamente, la industria de los seguros de salud ni lo notó. Los beneficios continuaron creciendo a buen ritmo, registrando un aumento significativo de ganancias netas de 23,5 mil millones de dólares, prácticamente un punto porcentual mayor que en el año anterior.
Dentro de la escuela secundaria la actividad ya es frenética a las cinco de la mañana. Falta una hora para abrir y, de los 400 voluntarios desplazados, la inmensa mayoría ya saben cuál es su cometido y posición. No es la primera vez que trabajan gratuitamente en la RAM –área remota médica–, por lo que se sirven generosas tazas de café y comen galletas. El día será largo. La energía de los muchos estudiantes y recién licenciados en diversas especialidades médicas con ganas de adquirir práctica se mezcla con la serenidad y confianza de los más veteranos, muchos de ellos médicos y enfermeras jubilados que creen que su experiencia es más necesaria aquí que en un despacho a 50 dólares mínimo la consulta. Al abrir las puertas, pacientes de todas las edades y razas hacen fila según el orden de los boletos previamente repartidos. Primera parada, revisión general. Toma de tensión, azúcar y análisis de enfermedades previas. Allí me encuentro con Celia Martínez, quien resume así su porqué: «Vine para un chequeo médico general, así como para el dentista y el oculista. Me enteré de esto por la escuela porque mis hijos estudian aquí y somos muchos los que no tenemos seguro médico. A veces vamos y cobran muy caro cualquier cosa o a veces directamente no podemos pagar la consulta».
La American Journal of Public Health calcula que, cada año, 530 mil familias se declaran en quiebra económica en Estados Unidos por no poder hacer frente a gastos médicos, una causa presente en el 66,5% del total de las bancarrotas, por delante de ejecuciones hipotecarias, préstamos universitarios o divorcios. Aunque existen programas públicos como Medicare o Medicaid, estos están diseñados para grupos de población limitados, como mayores de sesenta y cinco años y personas discapacitadas en el primer caso o con muy bajos ingresos en el segundo. No se aplica por igual en todos los estados ni cubren la asistencia sanitaria completa. «El copago puede ser muy alto. Sobre todo para algunas de las especialidades que cubrimos gratuitamente en esta clínica, en realidad les costaría de 200 a 500 dólares ver a ese médico», resume la doctora voluntaria Colleen Madigan.
Sigue el movimiento en la escuela. En una clase en penumbra se ha instalado una consulta oftalmológica; en la de al lado, un expositor de lentes gratuitas. Más adelante, cortinas negras otorgan cierta intimidad entre improvisadas camillas para exploraciones especiales. En otra aula, alumnos adultos ocupan pupitres, les están enseñando cómo aplicar Naxolone, un antagonista de los opioides, en caso de sobredosis. Es la última novedad de la clínica, consciente de la crisis de opiáceos que asuela la nación. No obstante, el flujo humano se dirige, sobre todo, hacia una dirección: el gimnasio. Dentro, dos filas formadas por una veintena de sillones odontológicos enfrentadas entre sí ocupan el espacio central. En uno de los lados se ha habilitado un espacio de esterilización de herramientas. Hay bombonas y voluntarios cubiertos de los pies a la cabeza junto a canastas de baloncesto. Es un espectáculo, se mire por donde se mire. Sin embargo, en las gradas, quienes esperan son pacientes; uno de ellos es Shakira, la joven del aparcamiento: «Estoy aquí porque en el médico me pusieron unos aparatos correctivos pero llegó un momento en que ya no pude pagarlos. La respuesta que recibí es que sin desembolso no podían quitármelos y que mi única opción es dejar que se me cayeran solos».
«Existe la creencia de que llevamos estas clínicas sólo a áreas rurales donde hay que conducir durante horas hasta ver a un médico. La realidad es que también vamos a lugares muy poblados y urbanos, donde hay sanitarios por todas partes, pero nadie puede pagarlos.» Habla Kim Faulkinbury, coordinadora de la clínica RAM. Fundada en 1985, la idea inicial de sus creadores fue brindar asistencia sanitaria en países en desarrollo. Sin embargo, pronto se dieron cuenta de que no hacía falta salir de Estados Unidos. Desde entonces, han atendido a prácticamente un millón de personas y la cifra aumenta anualmente. Sólo van allí donde se les pide y su financiación depende exclusivamente de donaciones privadas, es decir, se sostienen gracias a la caridad. Volvemos a encontrarnos con la doctora Madigan:
Creo que lo que hizo darme cuenta de lo importante que esto