100 Clásicos de la Literatura. Люси Мод Монтгомери

100 Clásicos de la Literatura - Люси Мод Монтгомери


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grandes y maravillosas cosas; que en cuanto parecen grandes, hacen que todo aquel que las siente las reverencia, y en cuanto parecen admirables, les entran en deseos de saberlas. Y por eso los reyes antiguos hacían en su mansión magníficos trabajos de oro y piedras y de arte, para que quienes los viesen quedaran estupefactos, y, por tanto, reverentes y con deseos del honroso estado del rey. Y por eso dice el dulce poeta Estazio en el primero de la Historia Tebana que, cuando Adrasto, rey de los Argivios, vio a Polinicio vestido de una piel de puerco y recordó la respuesta que Apolo había dado por sus hijas, se quedó estupefacto; y así, más reverente y con más deseos de saber.

      El pudor es un retraimiento del ánimo de toda cosa fea por miedo a caer en ella; como vemos en las vírgenes, en las honestas damas y en los adolescentes, que son tan púdicos, que no solamente cuando son requeridos o tentados de caer en falta, mas sólo con verse allí donde puédese tener la menor idea de amorosa complacencia, luego píntaseles el rostro de carmín o palidez.

      Por lo que dice el susodicho poeta, en el citado libro primero de Tebas, que cuando Aceste, nodriza de Argia y de Deifilia, hijas del rey Adrasto, las llevó ante la vista de su santo padre en presencia de los dos peregrinos, es decir,

      Polinicio y Tideo, las vírgenes palidecieron y se ruborizaron, y, huyendo sus ojos de toda ajena mirada, sólo al rostro paterno seguros se volvieron. ¡Oh, cuántas faltas refrena este pudor! ¡Cuántas cosas y demandas deshonestas acalla! ¡Cuántos deshonestos deseos refrena! ¡Cuántas malas tentaciones vence, no sólo en la persona púdica, sino también en quien la guarda! ¡Cuántas feas palabras detiene!; porque, como dice Tulio en el primero de Offici: «¡No hay ninguna acción fea que no sea feo el nombrarla!» Y luego el hombre honesto y púdico no habla nunca de modo que sus palabras no fuesen honestas en una mujer. ¡Ay y cuán mal está que un hombre que vaya buscando honra mencione cosas que en boca de toda mujer estarían mal!

      La verecundia es miedo de deshonra por la falta cometida. Y de este miedo se origina un arrepentimiento por la falta, que tiene en sí una amargura, que es castigo para no faltar más, lo cual dice este mismo poeta en aquel mismo lugar que, cuando el rey Adrasto preguntó a Polinicio quién era, dudó mucho antes de responder, por vergüenza, de esta falta que contra su «padre había cometido, y aun por las culpas de Edipo, su padre, que parecían subsistir en vergüenza del hijo. Y no nombró a su padre, sino a sus antepasados, su tierra y su madre. Por donde ve que la vergüenza es necesaria en tal edad.

      Y no sólo la naturaleza noble denota en esta edad obediencia, suavidad y vergüenza, sino que muestra también belleza y esbeltez de cuerpo, como dice el texto cuando dice: Y su persona adorna. Donde se ha de saber que también es esta obra necesaria a nuestra buena vida; porque nuestra alma ha menester ejecutar gran parte de sus obras con órgano corporal, y obra bien cuando el cuerpo está bien ordenado y dispuesto en todas sus partes. Y cuando está bien ordenado y dispuesto, es hermoso en el todo y en las partes; porque el debido orden de nuestros miembros proporciona el placer de no sé qué admirable armonía; y la buena disposición, es decir, la salud, arroja sobre aquélla un color dulcísimo a la vista. Así, pues, decir que la naturaleza noble embellece y hace su cuerpo proporcionado y grácil, no quiere decir sino que la acomoda a un orden perfecto.

      Y con esto y con las demás cosas que se han expuesto, muéstrase que es necesario a la adolescencia. A lo cual el alma noble, es decir, la naturaleza noble, tiende principalmente, y como cosa que, según se ha dicho, ha sido sembrada por la divina Providencia.

      XXVI

      Luego que hemos argumentado acerca de la primera partícula de esta parte, que muestra aquello por que podemos conocer al hombre noble por señales aparentes, hemos de proceder a la segunda parte, que comienza: Es en la juventud templada y fuerte.

      Digo, pues, que del mismo modo que la naturaleza muéstrase en la adolescencia obediente, suave y vergonzosa, así en la juventud se hace templada y fuerte, amorosa y leal. Cosas las cinco que parecen y son necesarias a nuestra perfección, en cuanto hace a nosotros mismos. Y acerca de esto hemos de saber que todo cuanto la naturaleza noble prepara en la primera edad está preparado y ordenado por providencia de la Naturaleza universal, que ordena la particular a su perfección.

      Esta nuestra perfección se puede considerar de dos maneras. Puédese considerar respecto a nosotros mismos, y ésta debemos tener en nuestra juventud, que es el colmo de nuestra vida. Puédese considerar con respecto a los demás. Y como primero es menester ser perfecto y luego comunicar la propia perfección a los demás, es menester tener esta perfección después de esta edad, es decir, en la senectud, como más abajo se dirá.

      Aquí, pues, hemos de recordar lo que más arriba se argumenta en el capítulo XXII de este Tratado acerca del apetito, que nace en nosotros desde nuestro principio. Este apetito no hace sino ahuyentar y huir; y siempre que ahuyenta todo aquello que es menester y huye de lo que es menester, el hombre está en los términos de su perfección. A la verdad, ese apetito ha de ser guiado de la razón. Porque del mismo modo que un caballo suelto, por más que sea de naturaleza noble por sí solo, sin el buen caballero no sabe conducirse, así este apetito, que irascible y concupiscente se llama, por más que sea noble, es menester que obedezca a la razón. La cual le guía con freno y espuelas como buen caballero; usa el freno cuando ahuyenta -y llámase a este freno templanza, que muestra el término hasta donde ha de sujetarlo-; usa la espuela cuando huye, para volverlo al lugar de donde quiere huir y esta espuela se llama fortaleza o magnanimidad, la cual virtud muestra el lugar donde se ha de detener y luchar.

      Y así, refrenado, muestra Virgilio, nuestro mayor poeta, que estaba Eneas en la parte de la Eneida en que esta edad se representa, parte que comprende el cuarto, quinto y sexto libro de la Eneida. ¡Y cuanto refrenar fue aquél cuando, habiendo recibido tanta complacencia de Dido, como se dirá en el séptimo

      Tratado, y gozado con ella tantos deleites, partió para seguir honesto, laudable y fructuoso camino, como está escrito en el cuarto de la Eneida! ¡Cuánto espolear fue aquél, cuando el propio Eneas luchó solo con la Sibila para entrar en el infierno en busca del alma de Anquises, su padre, contra tantos peligros, como se muestra en el libro sexto de dicha historia! Por donde se ve cómo en nuestra juventud hemos de ser, para nuestra perfección, templados y fuertes. Y esto es lo que hace y demuestra la buena naturaleza, como dice el texto expresamente.

      Además necesita esta edad para su perfección ser amorosa, porque le es menester mirar hacia atrás y adelante, como cosa que está en el círculo meridional. Es menester que ame a sus mayores, de los cuales ha recibido ser, alimento y doctrina, de modo que no parezca ingrata. Es menester que ame a sus menores, a fin de que, amándolos, les dé de sus beneficios, por los cuales luego, en la menor prosperidad, sea por ellos sostenido y honrado. Y este amor es el que el poeta nombrado en el quinto libro susodicho, muestra que tuvo Eneas, cuando dejó a los viejos troyanos en Sicilia, recomendados a Aceste, y los apartó de los trabajos; y cuando enseñó en aquel lugar a Ascanio, su ahijado, esgrimiento con los otros adolescentes. Por donde se ve que a esta edad es necesario amor, como el texto dice.

      Es, además, necesario a esta edad ser cortés, porque, aunque en todas las edades esté bien el ser de corteses maneras, en ésta es mayormente necesario, porque, al contrario, no las puede tener la senectud, por la serenidad y gravedad que en ella se requieren; y menos aún la senilidad. Y el altísimo poeta, en el sexto libro susodicho, muestra que Eneas tal cortesía usaba, cuando dice que para honrar al cadáver de Miseno, que había sido trompetero de Héctor y luego habíase encomendado a él, se desciñó y tomó el hacha para ayudar a cortar la leña para el fuego en que debía arder el cadáver, como era su costumbre. Por lo cual se ve que ésta es necesaria a la juventud; y por eso el alma noble la muestra en ella, se ha dicho.

      Además es necesario a esta edad el ser leal. Lealtad es acatar y poner en obra lo que las leyes dicen; y esto le es menester principalmente al joven. Porque el adolescente, como se ha dicho, por minoría de edad, merece algún perdón; el viejo, por su mayor experiencia, debe ser justo y no acatar ninguna ley sino en cuanto su recto juicio esté de acuerdo con la ley, pues que casi sin ley alguna debe seguir su razón; lo cual no puede hacer el joven. Y baste con que éste cumpla la ley, y en cumplirla se complazca, como dice el susodicho poeta en el susodicho quinto libro que hizo Eneas, cuando hizo los juegos


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