Feminismo para América Latina. Katherine M. Marino
No había asumido el programa activo en defensa de los derechos de la mujer anhelado por Luisi; en lugar de representar una ruptura con las nociones de superioridad europeas, se apoyaba sobre todo en conexiones con grupos de ese continente, en especial con los más conservadores, ligados al ICW.130 En Roma, en una conversación con Catt mediada por un traductor, Luisi aireó estas desavenencias, reiterando su irritación con Catt por no haberle notificado la creación del grupo ni su vicepresidencia honoraria. Catt, al informarle a Lutz sobre este cara a cara, escribió que Luisi era, a su parecer, una mujer peligrosa por su indiscreción y porque tenía ideas muy claras sobre lo que debía hacerse.131
Lutz estuvo de acuerdo con esta descripción. Estaba profundamente afectada por lo que consideraba una maniobra de Luisi para hacerse con el liderazgo. Bertha exhibió su antipatía por Paulina de manera descarnada cuando Catt sugirió que Luisi podría aliviarlas a ambas de sus obligaciones en torno al feminismo panamericano. Hacia 1923, Catt se había cansado de la organización panamericana, que consideraba poco efectiva y con unas necesidades de financiamiento que no eran realistas. En la creencia de que Lutz tampoco tenía interés, dado su escaso contacto con feministas latinoamericanas, Catt propuso dividir la entonces llamada Inter-American Union of Women [Unión Interamericana de Mujeres] en dos federaciones separadas: una para América Central y México, y otra para Sudamérica. Luisi podría hacerse cargo de esta última y Lutz, según le escribió Catt, podría librarse así de las responsabilidades panamericanas.132
Bertha discutió este plan con vehemencia. Según le escribió a Catt, se sentía muy dolida por la sugerencia de abandonar el liderazgo en favor de Uruguay. Aunque prometió a regañadientes dar su conformidad si Catt consideraba que eso sería lo mejor para el movimiento, aclaró que ella no se sometería al liderazgo de ciertas personas. Con claras señales de su antipatía por Luisi, escribió que había cedido un continente a “esa señora” y que, si necesitaba otro, entonces abandonaría la asociación para trabajar en su propio panamericanismo, no en la organización de Luisi, sino por medio de canales oficiales. Acababa implorando perdón por ser una mala hija, confesando que no lo soportaba.133
Los comentarios de Bertha revelan un choque de personalidades con Paulina, aunque sus conflictos también eran políticos. Su discordia aumentó hasta transformarse en una rivalidad profundamente arraigada (quizá más por parte de Lutz que de Luisi) en relación con el feminismo panamericano. Esta lucha de poder reflejaba sobre todo una visión imperial del feminismo internacional que dividía el mundo en regiones de poder, alardeando del liderazgo individual sobre ellas. Lutz codiciaba el prestigio que Luisi había adquirido en Europa. En 1922, Luisi se convirtió en la primera mujer latinoamericana nombrada por la Sociedad de Naciones para actuar como representante uruguaya en la conferencia de la Organización Internacional del Trabajo y su Comité Consultivo sobre la Trata de Mujeres y Niñas.134 Si Luisi tenía el dominio de Europa, Lutz decidió que ella controlaría América, donde veía cómo se consolidaba el poder mundial después de la primera Guerra Mundial. Lutz se aficionó a decir que la Pax Romana y la Pax Britannica habían dado paso a la Pax Americana. Con esta expresión se refería tanto a un periodo de paz en el hemisferio occidental como a un imperio colonial liderado por Brasil y Estados Unidos que reemplazaría a los imperios romano y británico.135 Ella veía a Estados Unidos como el líder misionero del mundo, con un poder global sin precedentes, y a Brasil como su mejor aliado. Los derechos liberales del feminismo, que Lutz consideraba una contribución angloestadounidense, eran vitales para este imperio, como lo era su propio liderazgo. A pesar de que en 1921 Lutz había halagado a Luisi al decirle que era la vanguardia de Uruguay, cuando ella y Catt crearon la Federação Brasileira pelo Progresso Feminino en 1923, Lutz anunció al público brasileño que Brasil tendría ahora que asumir la vanguardia de los países latinoamericanos.136
Catt respondió que estaría encantada de que Lutz continuara como presidenta del grupo panamericano y la animó a concertar un encuentro para reunir a todas las mujeres. Sin embargo, le advirtió que Luisi aún sería una piedra en el zapato. Catt le informó que Paulina, cuyo liderazgo Bertha despreciaba y de quien decía que le había cedido un continente, había regresado a Uruguay. También le comentó que Luisi le había dicho a una de las mujeres europeas que había agitado bastante las cosas en su viaje por Europa, pero que ahora ya no tendrían problemas con ella porque había regresado a Sudamérica y no volvería al Viejo Continente en tres años. Y añadió que, en su opinión, Luisi era una mujer muy difícil.137
Luisi sería realmente una mujer difícil para Catt y Lutz. De regreso en Sudamérica, había acumulado corresponsales y partidarias de toda la región que la buscaban de manera activa como mentora. Su visión de un feminismo americano que cuestionara la hegemonía de Estados Unidos y privilegiara el liderazgo hispanohablante estimularía el surgimiento de un movimiento en las décadas posteriores. En un sentido más inmediato, su rama del feminismo panamericano ayudaría a impulsar una exigencia sin precedentes: una ley internacional por los derechos de la mujer.
2. Los orígenes antiimperialistas de los derechos internacionales de la mujer
En junio de 1926, en el Congreso Interamericano de Mujeres, la panameña Clara González, de 26 años, llamó a las mujeres de América a fundar un nuevo feminismo marcado por el orgullo y la unidad hispanoamericanos. En la majestuosa aula magna del Instituto Nacional de Panamá, frente a varios cientos de mujeres y unos cuantos hombres, urgió a las mujeres americanas a organizarse “en una sola agrupación, armonizadora de los ideales femeninos y que las capacite para llegar, mediante una acción conjunta y única, a la anhelada meta de su liberación económica, social y política”.1 En ese momento, González propuso una innovación sorprendente: invocó un acuerdo internacional que trascendiera las leyes nacionales, en un solo gesto que garantizara derechos civiles y políticos igualitarios para la mujer en todo el hemisferio occidental.
González había decidido presentar esta exigencia gracias a la amistad forjada con la joven feminista cubana Ofelia Domínguez Navarro, quien sería la principal defensora de la propuesta. Clara había conocido a Ofelia, de 31 años, sólo unos días antes, pero sus conversaciones habían hecho que ambas albergaran grandes esperanzas. Las dos eran en sus países unas jóvenes abogadas excepcionales, modernas y rebeldes. Habían llegado a la conferencia con planes para lanzar un nuevo movimiento por los derechos de la mujer y la soberanía nacional, y en contra del imperio estadounidense.
En su búsqueda explícita de una alternativa feminista interamericana al grupo encabezado por Carrie Chapman Catt y Bertha Lutz, González y Domínguez rechazaban toda insinuación sobre la inmadurez de las mujeres latinoamericanas para votar. Mantenían viva la llama de Paulina Luisi, quien años atrás había propuesto el sufragio femenino como un reclamo panamericano impulsado por mujeres hispanohablantes. Las dos abrazaban también un feminismo hemisférico que, a diferencia de sus predecesoras, rechazaba ensalzar el liderazgo de las naciones “mejor constituidas” —los países del Pacto ABC (Argentina, Brasil y Chile), Uruguay o Estados Unidos—. Clara y Ofelia provenían de protectorados de Estados Unidos (Panamá y Cuba) y participaban en movimientos antiimperialistas. Consideraban los derechos de la mujer ligados de manera explícita a las exigencias nacionales por la soberanía. Ambas creían que organizarse de manera colectiva por los derechos internacionales de la mujer cimentaría un feminismo panamericano que enfrentaría al imperio estadounidense en América, con lo que se conseguiría que los derechos igualitarios nacionales y los de la mujer fueran metas complementarias entre sí.
En un periodo en que las intervenciones de Estados Unidos en el resto de América y los movimientos antiimperialistas estaban en auge, esta rama del feminismo panamericano llegaría a ejercer una profunda influencia, lo que le dio forma a un nuevo activismo por los derechos internacionales de la mujer en la Conferencia Panamericana de 1928 de La Habana. Allí, Ofelia Domínguez Navarro y cientos de feministas cubanas colaboraron con feministas estadounidenses que no estaban en la LWV de Catt (que por ese entonces tenía mala reputación en muchos lugares de La Habana), sino en el Women’s Party. En la conferencia, Doris Stevens, líder de este partido, clamó por un feminismo panamericano muy similar al de González y Domínguez (uno que