Kino en California. Carlos Lazcano Sahagún

Kino en California - Carlos Lazcano Sahagún


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que conduce al oriente mientras vive bajo esa condición de apóstol del Evangelio, enviado a anunciar la Buena Nueva a los pobres.

      Muy significativo resulta la citación del Diario de San Bruno (1683-1684), que informa la labor misionera en este segundo intento de hacer presencia en esta tierra llamada California ahora bajo una nueva consigna muy clara y arraigada en el corazón: ofrecerle a los indios mejores formas de vida que las que llevaban, sobre todo más humanas y armoniosa con quienes ya era un hecho que llegarían, como lo cita y se empeña en demostrar esta obra. Por tanto, una preocupación constante será el advertir al español la necesidad de un trato digno y justo, así como hacer del desarrollo el camino del empoderamiento de los pueblos indígenas como sujetos de su propio destino. Había también de este lado alguien distinto que no tenía como motor la avaricia, la riqueza o el deseo de hacer carrera por el poder, sino como aquellas personas que dejándolo todo están dispuestos a asumir un estilo de vida en la pobreza que los hace más libres de ataduras y compromisos mundanos. Esto marca la diferencia y juega un papel determinante en la germinación del nuevo proyecto emprendido.

      Símbolo muy propio de la cristiandad –mentalidad generalizada en la Iglesia de estos siglos– son las grandes edificaciones, las sólidas estructuras que reflejan la tradición y la doctrina, paralelas al poder temporal, de modo que se vuelven el lenguaje en el que se reconocen como complemento para seguirse sosteniendo mutuamente; por su parte muchos misioneros han dejado aquella mentalidad y pocos alcanzan a figurarse en el imaginario futuro para estas tierras. Aquí se dan cuenta de la tensión entre esa “cristiandad” –identificada con un modelo o sistema político– y el verdadero cristianismo más acorde al Evangelio, que tiene como punto de partida una experiencia de Dios que acompaña en las dificultades, dudas y limitaciones que se van imponiendo: No me eligieron ustedes a mí; yo los elegí a ustedes y los destiné para que vayan y den fruto, un fruto que permanezca; así, lo que pidan al Padre en mi nombre él se lo concederá (Jn. 15, 16). Descubrir esto lleva su tiempo y sus caminos y se requiere el cultivo de una mística, muy presente en el autorizado perfil del padre Eusebio Francisco Kino.

      El trabajo de Carlos Lazcano y Gabriel Gómez Padilla nos ofrece una aproximación que toca las raíces de lo que hoy somos quienes vivimos o transitamos en estos territorios, empresa en la que se empeña esta publicación desentrañando la profundidad de los archivos históricos descodificando las voces de antaño encontradas aún en los caminos y testimonios de una conciencia colectiva de los pueblos. Dicha aproximación es relatada aquí como el ejercicio de hacerse prójimos, gente cercana, en la cual confiar y que es capaz de hacerse responsable de quien está en medio del camino con una necesidad. Los misioneros saben que en eso consiste principalmente su labor que se signa, sobre todo, en la unción del bautismo, una vez realizado no se puede ser indiferente o dejar en el abandono. La misión de san Bruno testimoniada en esta obra da fe de esto: bautizar es reconocer la misma gracia operante en ambas partes, de modo que ya no son extraños, sino hermanos de la misma dignidad. El Evangelio es bastante específico en invitar a reconocer en el rostro del hambriento, sediento, desnudo, enfermo, peregrino errante, preso… el mismo rostro de Dios y la misión ahora emprendida sería el lugar donde este rostro se hace presente a diario; este fue también el escenario de la renovación de una promesa que ahora va adquiriendo rostro de indio, cuando en una calurosa tarde de agosto de 1684 Kino hace sus votos empeñando de nuevo su palabra ante Dios, la Virgen María, la corte celestial y los testigos presentes. Su testimonio de vida da fe de que aquellas palabras eran auténticas y habría que tomarlas en serio. La misión en California configura la renovada promesa de Kino.

      La falta de bastimentos, las escasas cosechas iniciales por falta de lluvias, el debilitamiento de la tropa, la humana incertidumbre que se da ante las pocas seguridades, son elementos que a unos los llevan a alejarse de tal propósito, para los misioneros el rostro concreto de aquellos indios que estaban a la espera, sería suficiente motivo para empeñarse en “aderezar” caminos nuevos para asegurar una presencia considerada necesaria en este encuentro: la del Evangelio.

      Es recurrente en Gabriel Gómez Padilla acudir a aquel soneto del argentino Francisco Luis Bernárdez: lo que el árbol tiene de florido, vive de lo que tiene sepultado, y lo aplica con frecuencia a este empeño de acercarse a la vida y obra de Kino como el camino para recobrar, para conseguir, para enamorar, para bien sufrir y bien gozar… lo que hoy somos, porque cuando la vida es concebida como misterio sagrado, nace y se conserva una fuerza que se vuelve atrayente y tercamente persuasiva. Y así esa terca esperanza también llega a inocularse en quien se acerca a este personaje en cuestión, así le pasó al padre Salvatierra quien acercándose al padre Eusebio para explicarse lo que ese “árbol tiene de florido” terminó convencido por sus palabras y testimonio de aquello que ya estaba sepultado en el corazón: una promesa a la que él sabía solo aportaría un pequeño peldaño en el camino, pero un gran paso para la misión, por ello los afanes apostólicos en California deben retomarse y con urgencia. Se trata de una promesa y la Virgen de Loreto también ya lo sabe. Cada paso dado por Kino dejaba profunda huella como parte de un engranaje más amplio, la misión no terminaba donde se agotaban sus fuerzas o donde alcanzara su visión. Siempre estuvo presente una prospectiva que le llevaba a ver más allá y al intento de prolongar sus fuerzas en nuevos aliados. Se vale de sus habilidades de un hombre de su época un tanto singular: cartógrafo, astrónomo, explorador, ganadero, agricultor… en fin, este hombre de cuya fama se decía que el solo valía por un presidio, pero ante todo se vale de su pretensión de ser un padre para los pobres, movido por el amor que actuaba interiormente en su docibilidad de espíritu.

      Quien aborde esta obra tendrá la garantía de encontrar una experiencia emotiva porque nos acerca a la conciencia y a la interioridad más íntima del misionero, nos hace posible nuevas hermenéuticas para nuestra propia historia, a partir de lo que fue principio y fundamento en el corazón de un hombre atento a lo que el Espíritu va trazando en el mapa de su vida de forma indeleble:

      — Los pueblos indios son ese “barro” en el cual se esculpe de manera nítida el rostro mismo de Dios: mansos y por extremo amigos, afables y familiares; a ellos ha sido enviado para compartirles la Buena Nueva a partir de su propia experiencia.

      — La Paz experimentada en este compartir le lleva a tener presente la misericordia de la que el mismo ha sido objeto.

      — Las hostilidades y resistencias (internas y externas) son parte de esta ruta y se requiere la luz del Espíritu para nombrarlas y enfrentarlas.

      — Gloria Dei viven homo, vita autem homini visio Dei (est), como diría san Irineo, se vuelve un imperativo que se traduce en su deseo de servirlo en los más pobres hasta ver en ellos los mismos sentimientos de Cristo.

      El derrotero presentado en esta obra es claro y ayuda a trazar el mapa de comprensión de Kino en la anatomía de su espíritu. La devoción expresada en una ritualidad de Kino, de la que siempre los autores toman nota, nos habla de la armonía del trinomio que daba cuerpo a la misión: culto, cultivo y cultura. No había ocasión o gesto benevolente que no fuera reconocido o agradecido por los misioneros. El santoral del calendario litúrgico funcionó a manera de memorial o bitácora de viaje, pues con él se iba configurando la nueva toponimia llena de fechas y significados.

      La visión de futuro marcada por el optimismo y la esperanza le da una mirada única a lo que van encontrando: muy lindas tierras, amenos valles y llanadas para sementeras, aunque los primeros frutos son raquíticos dado el incipiente proceso de adaptación, no dejan de colocarlos siempre al pie del altar como augurio de buenos tiempos.

      Una importante estación en este mapa, es que en cada entrada se dan a la tarea de convivir lo más cercano posible con los pobladores; aquel hagamos tres chozas fue una realidad que les permitió poner su morada entre ellos para aprender su lengua con puntualidad y paciencia y llamando a los indios por su nombre.

      Ibimuhueite: la creatividad en estas circunstancias es de vital importancia, la exploración del territorio, y la necesidad de ir nombrando las cosas y lugares dieron pie a que los encuentros fueran marcados por la confianza recíproca, aspecto que les brindó la ocasión de poner en práctica los métodos que la misionología de la época les proporcionaba: cómo elaborar los conceptos con


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