El fascismo vasco y la construcción del régimen franquista. Iñaki Fernández Redondo
Tras la ilegalización y el paso de sus actividades a la clandestinidad, el cerco policial se cerró aún más sobre los falangistas guipuzcoanos. Los registros y clausuras de locales así como las detenciones de los afiliados rebasaron el ámbito de la capital y alcanzaron a los grupos de la provincia.38 La difusión del periódico clandestino No Importa se convirtió en una de las principales ocupaciones y en una nueva fuente de detenciones.39 También la compra de armas pasó a tener una atención preferente, actividad en la que destacaron las Falanges de Eibar e Irún.40 Junto con todo esto, Falange comenzó a tomar parte activa en la conspiración para derribar el régimen republicano. Acudió desde el primer momento a las reuniones preparatorias del movimiento sedicioso junto al resto de las fuerzas provinciales de derecha: CT, RE, CEDA y PNV, aunque posteriormente este último se desvinculó de los planes golpistas. El representante de FE en estas reuniones fue Luis Prado. Asimismo, el enlace entre los cuarteles militares y la Falange donostiarra fue el militar falangista Miguel Leoz, teniente de artillería destinado en los cuarteles de Loyola.
Por su parte, la Falange vizcaína comenzó a desarrollar una actividad más notable a raíz de su fusión con las JONS. Aunque la articulación de FE y de las JONS llegó a buen puerto no fue sin dificultades que tardaron en subsanarse largo tiempo. Así, dos meses después de la visita que giró en febrero Ledesma Ramos para realizar el nombramiento del triunvirato que había de hacerse cargo del partido, José Antonio Primo de Rivera hubo de acudir a Bilbao «para resolver cuestiones […] consecuencia de la diversidad de pareceres entre los fusionados» (Talón, 1988: 84). Aun después de esta visita debieron de subsistir resistencias a la fusión, como prueba que el día 29 de abril hubiese de publicar la junta directiva provincial una nota llamando a la obediencia a sus militantes.41 Estos problemas de liderazgo y de relaciones entre jonsistas, falangistas y los ambientes monárquicos de donde estos últimos procedían se prolongaron hasta el inicio de la Guerra Civil, cambiando el partido de mandos hasta en tres ocasiones en menos de un año. A pesar de estas conflictivas relaciones, llegado el momento de la salida de Ledesma Ramos y de algunos de sus seguidores de Falange, el antiguo núcleo jonsista de Bilbao permaneció dentro del partido unificado. Independientemente de los problemas internos, 1934 fue un año de consolidación. Poco después de la visita de José Antonio durante la primavera, la nueva FE de las JONS abandonó los locales donde se reunían los antiguos jonsistas y trasladó sus oficinas a la antigua sede de la Juventud Monárquica en el Muelle de Ripa. La principal actividad en estos momentos era la propaganda, aunque durante la Revolución de Octubre, 65 falangistas voluntarios fueron armados por orden del teniente coronel Ortiz de Zárate y constituyeron un grupo de apoyo civil para colaborar en el sofocamiento del levantamiento obrero, que tuvo especial intensidad en la zona minera y en la margen izquierda de la Ría de Bilbao.42 A lo largo de 1935 la actividad de Falange fue aumentando de intensidad, manteniendo diferentes incidentes con fuerzas de izquierda debidos a la venta de prensa.43 También acrecentó su impulso propagandístico mediante la organización de conferencias y charlas (Plata Parga, 1991: 86). Asimismo comenzó un mayor seguimiento policial que culminó con la obtención de un informador de excepción, el «Secretario de Falange».44
Una de las cuestiones centrales en la vida de la Falange vizcaína fueron sus relaciones con el monarquismo alfonsino y con la élite socioeconómica bilbaína, lo que necesariamente nos conduce a hablar del ya recurrente proceso de fascistización. El acercamiento más reciente a esta cuestión lo sitúa más allá de los límites politológicos de un partido, entendiéndolo más bien como una corriente o movimiento centrípeto, confundiéndose de esta manera el propio fascismo y el proceso de fascistización (Gallego, 2014: 34-54). Sin embargo, consideramos que es más útil no solo a nivel taxonómico sino también analítico la consideración diferenciada del proceso de radicalización, del proceso de fascistización y del propio fascismo a pesar de que en determinadas circunstancias se encontrasen íntimamente unidos (González Calleja, 2008: 115). José María de Areilza es un buen ejemplo para ello. Perteneciente a la élite bilbaína y una de las promesas con mayor proyección de la renovación generacional del monarquismo alfonsino, experimentó un intenso proceso de fascistización que más allá de la aceptación de elementos externos del fascismo le llevó a implicarse directamente en el desarrollo del movimiento fascista español, colaborando en la búsqueda de financiación, escribiendo en sus periódicos y revistas y ayudando en su difusión, facilitando la articulación de un entendimiento entre Ledesma Ramos y Primo de Rivera para la consecución de una fusión entre sus respectivas organizaciones… Y a pesar de esta intensa fascistización siempre manifestó su negativa a integrarse en el fascismo, continuando fiel al monarquismo en el que dio sus primeros pasos políticos (Ledesma Ramos, 1968: 126). Es decir, siempre mantuvo vigente un proyecto político autónomo y diferenciado del fascista. También hay que tener en cuenta que esta sugestión fascista fue especialmente intensa entre los miembros más jóvenes del monarquismo y la élite bilbaínas, pero que su capacidad de influencia entre las generaciones anteriores fue mucho más limitada. Por comparación con el caso de Areilza podemos poner el de José Félix de Lequerica, que también colaboró en la financiación del fascismo español pero no se dejó seducir por el mismo. También se podría esgrimir el ejemplo de Gabriel María Ybarra, fundador de El Pueblo Vasco y uno de los ejes articuladores del monarquismo vizcaíno, que escandalizado por el ingreso de sus hijos en Falange procuró conseguir su alejamiento del partido fascista por diversos medios (Plata Parga, 1991: 85-86).
Estas reticencias y la defensa de un espacio propio para un proyecto político autónomo y diferenciado no fueron exclusivas de las demás fuerzas de derecha ante el temor de resultar fagocitadas por el fascismo. Los propios fascistas también eran conscientes del peligro de resultar absorbidos y de que sus presupuestos ideológicos quedaran diluidos en el seno de una gran coalición contrarrevolucionaria. En este sentido son reveladoras algunas de las actitudes mantenidas por sectores de la Falange vizcaína ante lo que juzgaban una instrumentalización por parte de las clases preeminentes vizcaínas y del monarquismo autoritario. Durante las elecciones de febrero de 1936, y contra lo dispuesto por la Jefatura Nacional, un sector encabezado por el entonces jefe provincial Alberto Cobos decidió colaborar electoralmente por el éxito de la candidatura monárquica. Esto originó fuertes tensiones en el seno de Falange y, según García Venero (1972: 94), estuvo a punto de originar una escisión. La situación fue resuelta por Manuel Hedilla mediante la apertura de un expediente a Cobos y su cese como jefe provincial, siendo sustituido por José María Valdés Larrañaga. Tras la ilegalización de Falange y la clausura de sus locales, RE les ofreció el uso de los suyos, aunque esta oferta no fue vista con buenos ojos por todos los falangistas.45 Otro ejemplo de esta pugna con la élite bilbaína y sus pretensiones de mediatización del movimiento fascista se produjo cuando se intentó aupar a Evaristo Churruca Zubiria sin la sanción del jefe provincial a la Jefatura Local de Guecho, intento que tuvo que ser frenado por Felipe Sanz, en aquellos momentos la máxima autoridad provincial (Ybarra Bergé: 16).
La imputación de todo esto a un proceso de fascistización que en última instancia podría asimilarse al propio fascismo no resulta satisfactoria. Se produjo efectivamente un proceso de fascistización que alcanzó distintas cotas de intensidad en función de las características de los sujetos que lo experimentaron, pero ello no significó directamente el tránsito al fascismo, ni organizativa ni ideológicamente. La asimilación de la fascistización al fascismo le concede una importancia desmedida a este último, le atribuye el proceso de radicalización de la derecha, cuando en buena medida, y como veremos en la institucionalización del franquismo, lo que ocurrió fue exactamente lo contrario: el clima de radicalización y fascistización posibilitaron y favorecieron la fagocitación del fascismo dentro de la coalición contrarrevolucionaria