Dios anda entre puntos y comas . María Cristina Inogés Sanz
con una niña de cinco años que estaba en cuidados paliativos. Es una de las formas más bonitas que he visto de transmitir el significado del punto final. Le administraban ya morfina. Estaba muy cerca su final. Verónica, vestida de payaso, fue a visitarla con otra compañera y con la doctora que atendía a la enferma. Al verlas, con su sonrisa y su chupete, le dedicó a cada una un piropo: una iba vestida como el cielo azul; otra, como un arco iris, y la tercera, como un sol. En el momento en que falleció, Verónica soñó con ella. En el sueño estaba ella y su mamá. La niña le dice: «Mamá, solamente voy a pasar de un cielo azul clarito a un cielo azul oscuro lleno de estrellas». O como canta Rosana: «Quiero, quiero, quiero... empezar en la tierra y seguir en la orilla del cielo».
La pasión, con punto y coma
Otra tipología de punto es el punto y coma. Muchos se preguntan: ¿para qué sirve el punto y coma? Se da una ambivalencia, ya que puede aproximarse al uso de la coma o al del punto. Echando nuevamente mano de la Ortografía de la lengua española, nos marca su capacidad para jerarquizar la información y ser buen indicador de la vinculación semántica entre las unidades lingüísticas. Nos gusta la imagen que utiliza la periodista Tamara Cordero Jiménez para este signo: «Vas corriendo a un ritmo acelerado. No terminas una acción y comienzas otra. Ahí necesitas de una pausa mayor que la de la coma –de la que hablaremos a continuación– y menor que la del punto». También es útil para hacer enumeraciones, planificar u ordenar. Así, si hiciéramos relación de los diferentes acontecimientos de la pasión de Jesús, nos vendría bien el uso del punto y coma para secuenciar las diferentes partes e irnos preparando a adentrarnos en el misterio de su muerte y resurrección.
Descubrimos algunos puntos y coma embarazosos en el evangelio de Lucas, en el discurso contra los fariseos: «¡Ay de vosotros, porque edificáis los sepulcros de los profetas que vuestros padres mataron! Por tanto, sois testigos y estáis de acuerdo con las obras de vuestros padres; porque ellos los mataron y vosotros edificáis» (Lc 11,47-48). Se relaciona la complicidad para acabar con los portavoces de Dios. Otras veces, el punto y coma parece querer unir sanación y alabanza agradecida a Dios, ahora en el evangelio de Mateo: «De suerte que la gente quedó maravillada al ver que los mudos hablaban, los lisiados quedaban curados, los cojos caminaban y los ciegos veían; y glorificaron al Dios de Israel» (Mt 15,31). Descubrir la presencia, la compañía, la fortaleza que nos da el ser seguidores de Jesús, por la acción del Espíritu, ha de conducirnos a la alabanza más sincera, incluso en los momentos de persecución.
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La coma,
esa puerta giratoria especial
Comparada con la escritura, la puntuación es un invento más reciente. El padre de la coma fue un bibliotecario de la célebre Biblioteca de Alejandría llamado Aristófanes de Bizancio (siglo III a. C.). En aquel tiempo, la manera de escribir era continua. Es decir, los textos se concebían sin signos de puntuación ni espacios entre palabras. Los escritos se entendían como partituras ideadas para que el orador produjese el discurso en directo. Esto demandaba ensayos previos antes de leer en público. Ante esta escritura sin signos de puntuación, cualquier enemigo de puntos y comas de nuestro tiempo los echaría, sin duda, en falta.
La propuesta de Aristófanes, sencilla y eficaz, fue una auténtica revolución. Con un sistema de puntos nos indica la cantidad de aire que el orador ha de tomar en cada pausa para poder acometer, sin ahogarse, el fragmento de texto hasta la pausa siguiente. Lejos de ser una anécdota erudita, se trata de un buen ejemplo del problema que supone reflejar por escrito la infinidad de matices que acoge la lengua oral y de la chispa de los hablantes a la hora de proponer soluciones creativas a las limitaciones de la escritura. Y la creatividad continúa con elementos extralingüísticos recientes, como los emojis, gifs, etc.
Con el pasar de los siglos, la tradición de la oralidad fue sustituida por la tradición escrita. Lo que en su momento habían sido signos de respiración, puestos según la capacidad pulmonar del orador, se convirtió en un protocolo lingüístico formal con poco margen de maniobra. En contra de lo que solemos pensar, las comas hoy no representan respiraciones, sino que se rigen por criterios exclusivamente gramaticales, coincidan o no con pausas orales. Las reglas de puntuación se parecen al código de circulación: intentan dar lógica a los enunciados, resolver ambigüedades y aislar de forma unívoca pero fluida los elementos que forman las oraciones. Eso sí, son una ayuda y un respiro en medio del intenso tráfico textual.
Hay comas evidentes y poco problemáticas, como la que separan las enumeraciones: «Migueli, Maite López y Nico Montero son cantautores». Otras, en cambio, pueden conducirnos directamente a la eternidad: «¡En verdad te digo, hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23,43). «En verdad te digo hoy, estarás conmigo en el paraíso». Como se puede observar, una coma también puede suponer unos siglos de diferencia.
Se dan las comas que enemistan («Pásame la sal, gorda»), pero su ausencia mata («Vamos a comer niños») o incomoda. Por otro lado, están las comas de más, aquellas que ponemos cuando nos puede la hiperventilación tipográfica y nos dejamos llevar por la emoción de puntuar según nos suena. Los correctores llaman «coma asesina» a la coma innecesaria que habita entre sujeto y predicado y que campa a sus anchas en titulares y entradillas de los más reputados medios. Quizá su éxito se deba a que, en la lengua hablada, tendemos a hacer una breve parada cuando el sujeto es particularmente largo.
Todos los signos de puntuación son importantes, pero parece que no todos entienden que utilizarlos correctamente puede marcar la diferencia entre un mensaje u otro. En este caso, en la coma reside una importancia específica de su uso, pues, aun cuando pueda pensarse que su utilización es menos importante que la del punto, la verdad es que se ha producido una gran cantidad de mensajes erróneos únicamente por subestimar el poder de su uso. Si no empleamos la coma o la colocamos indebidamente, algunos anuncios carecerían de sentido:
• «¡Ojo recién pintado!».
• «El mes de noviembre terminará con un responso, cantado por todos los difuntos de la parroquia».
• «Prohibido fumar gas inflamable».
• «Por favor, pongan sus limosnas en el sobre junto con los difuntos que deseen que recordemos».
No es de extrañar entonces que Julio Cortázar afirmara que «la coma era la puerta giratoria del pensamiento». Es cierto, precisamente por esa trascendencia que tiene en el significado del texto en función del lugar donde se la posicione.
La coma, un subestimado David
Subestimar lo pequeño a veces no resulta favorecedor. David no venció a Goliat peleando cuerpo a cuerpo (pese a que era lo habitual en la época). David venció a Goliat quedándose a una distancia prudencial y enfrentándose a él con el arma que mejor sabía manejar. En otras palabras, David pudo vencer al gigante porque no se enfrentó a él donde este era poderoso –lucha cuerpo a cuerpo–, sino con aquello con lo que David era poderoso, el uso magistral de un arma letal: la honda. De no haberlo hecho así, la historia habría sido otra. Recordemos la hazaña bíblica: «Metiendo David su mano en la bolsa, tomó de allí una piedra y la tiró con honda, e hirió al filisteo en la frente; y la piedra quedó clavada en la frente, y cayó sobre su rostro en tierra. Así venció David al filisteo con honda y piedra; e hirió al filisteo y lo mató, sin tener David espada en su mano» (1 Sam 17,49-50).
La fortaleza de Goliat puede radicar en la imagen y fama que tenía, en su energía y corpulencia, en su capacidad para la lucha. Vencerlo en esos frentes era muy difícil, por eso lo más efectivo para salir victorioso será pelear de una manera diferente, nunca bajo las condiciones del gigante.
Irónicamente, la vulnerabilidad del gigante proviene de sí mismo. No tiene que ver con sus potencialidades, sino con su comportamiento social. El principal error de Goliat fue subestimar al «pequeño» enemigo, no percatarse de la avanzada que se estaba gestando a sus espaldas. Un poco como la fábula de la liebre y la tortuga, donde la liebre presume tanto de sus capacidades que, durante la carrera, se pone a dormir y, cuando se