Danzar con tu sombra . Kim Nataraja
pensamientos y sentimientos está limitada a la parte superficial de nuestro ser, el ego, y modelada por ilusiones del pasado y del futuro. Al yo no le afecta en absoluto, dado que existe estrictamente en el momento presente. Aquí somos «hijos de Dios» y «templos del Espíritu Santo» (san Pablo). En segundo lugar, esta realidad superficial que creamos es temporal, sujeta al constante cambio vinculado a nuestra actitud: «Se altera cuando alteración encuentra» (W. Shakespeare, Sonetos).
CAMBIO
Además, esto también puede aplicarse al ámbito de actuación del ego: el verdadero mundo material. La inevitabilidad del cambio en el mundo y en nuestra vida dentro de él se ha manifestado desde los albores del tiempo: todo fluye, nada permanece igual. «Ningún hombre puede cruzar el mismo río dos veces» (Heráclito, siglo V a. C.). Si la única constante es el cambio, entonces el único aspecto positivo de todo ello es que nuestra consciencia de la realidad externa en la que nos encontramos puede cambiar considerablemente.
Sin embargo, estamos con frecuencia atrapados en la idea de que el cambio no es posible, y en especial cuando nos hemos convencido de que nuestra actitud y nuestra opinión son correctas. Un cambio de cualquier tipo puede verse como una amenaza para nuestra seguridad y supervivencia. Es el miedo al cambio, el miedo a lo desconocido, lo que nos reprime. El ego, el rey de la supervivencia, se sirve de este miedo para evitar el cambio. Por tanto, preferimos el sufrimiento conocido de tratar de nadar corriente arriba contra el flujo del cambio. Tenemos que superar este miedo, y darnos cuenta de que su naturaleza es ficticia también. Necesitamos valor y perseverancia para afrontar el miedo que provoca nuestra ceguera. Hemos de aceptar que en esta tierra no hay nada permanente, sino solo cambio y crecimiento. Solo entonces podremos ver de verdad, y enfrentarnos a maneras obsoletas de pensar y de comportarnos y abrazar la creativa oportunidad para el crecimiento que el cambio representa. Solo entonces nuestro oculto potencial se hará visible.
Para ello, la meditación es útil al ignorar los velos que fabrica el ego y que ocultan nuestro yo más profundo. En ese momento somos capaces de amar los apremios procedentes del yo, que nos ayudan a ser conscientes de lo que motiva al ego. Y entonces el miedo es sustituido por la consciencia del amor.
Al llevar a la consciencia instintos inconscientes, cuando los reconocemos y aceptamos, tiene lugar un profundo cambio, que a menudo pasa inadvertido. No ocurre de un día para otro, sino que es un proceso lento y gradual que nos altera imperceptiblemente.
En todo esto no estamos tratando de suprimir el ego y de vivir únicamente del yo. Esto crearía un desequilibrio igual de peligroso que si viviéramos exclusivamente del ego. Lo que estamos tratando de conseguir es silenciar provisionalmente la mente superficial para poder ser conscientes de la consiguiente quietud y silencio interiores de este aspecto más profundo de nuestra consciencia. Los destellos superficiales del verdadero yo que vislumbramos por la gracia se convierten entonces en una consciencia imperecedera y significativa.
AUTOCONSCIENCIA VERSUS AUTOCONOCIMIENTO
La importancia que se asigna al conocimiento que deriva en autoconocimiento se revela en el consejo esencial que ofrecen maestros espirituales y filósofos: «Hombre, conócete a ti mismo». Se nos anima a que conozcamos el ego y la forma en que se ve motivado, lo que nos conducirá no solo a la posibilidad de cambio, sino también al auténtico autoconocimiento: «Cuando lleguéis a conoceros a vosotros mismos, entonces seréis conocidos y caeréis en la cuenta de que sois hijos del Padre viviente. Pero, si no os conocéis a vosotros mismos, estáis sumidos en la pobreza y sois la pobreza misma» (Evangelio de Tomás 3).
El autoconocimiento es esencial, pero la autoconsciencia forma una poderosa barrera al conocimiento de nuestro yo más profundo y nos ciega ante la realidad transpersonal. Necesitamos cambiar al yo la prioridad que damos al ego. Necesitamos un ego capaz de ver una imagen más completa, un centro consciente que se vea como una parte integral del conjunto. Esta es la segunda parte del proceso de individuación en el que llegamos a una «síntesis de los elementos conscientes e inconscientes de la personalidad». Jung afirmaba que alcanzar esta integración y totalidad psicológica era muy importante. Porque así obramos desde una base equilibrada utilizando todos nuestros recursos, todas nuestras capacidades conscientes e inconscientes, racionales e intuitivas. Y entonces todo llenará y orientará nuestra vida, permitiéndonos sacar provecho del Amor y Sabiduría universal. En realidad, necesitamos un regreso consciente a nuestra consciencia original antes de que se instaure el circuito del ego.
Este verdadero autoconocimiento no es en su propio beneficio, sino que constituye un paso intermedio para experimentar la Realidad última: «La realidad que llamamos Dios ha de descubrirse primero en el corazón humano; más aún, no puedo llegar a conocer a Dios si antes no me conozco a mí mismo» (Maestro Eckhart).
ESTRATEGIAS DE HUIDA
Si no entendemos bien la meditación y la consideramos únicamente como una forma de relajación, una forma de olvidar nuestros problemas o de evadirnos en nuestra imaginación y fantasías, podemos meditar durante años sin aumentar nuestra consciencia o sin conseguir ninguna transformación. De hecho, tan solo reforzaría las impresiones que tenemos de nosotros mismos y de los demás. En lugar de llegar al autoconocimiento usamos la meditación para suprimir aspectos de nuestra naturaleza a los que no nos gusta enfrentarnos, nuestra sombra, y seguimos, por tanto, fragmentados. Necesitamos abrirnos al conocimiento que nos proporciona nuestro yo más profundo y mostrar el deseo de reconocernos y aceptarnos a nosotros mismos tal como somos en realidad.
Además, en lugar de concentrarnos en entendernos de verdad a nosotros mismos, preferimos evitar el cambio centrándonos en tratar de comprender racional e intelectualmente la Realidad superior a la que nos sentimos atraídos. Lo primero que enseñan la filosofía y la teología es la esencial imposibilidad de que nuestras capacidades racionales limitadas alcancen dicho entendimiento. No hay respuestas correctas definitivas; las ideas suelen contradecir y sustituir intentos previos. Todas las teorías y teologías son intentos de interpretación personales y limitados.
«Es imposible meditar sobre el tiempo y el misterio del paso creativo de la naturaleza sin sentirse abrumado por las limitaciones de la inteligencia humana» (Alfred Whitehead).
Tomás de Aquino es un buen ejemplo. Después de toda una vida escribiendo y teorizando sobre lo divino, tuvo una experiencia espiritual que le hizo profundamente consciente de nuestros intentos de racionalización. Vio todos sus escritos como paja y dejó de escribir. Subrayó la importancia de la experiencia.
La búsqueda del conocimiento es algo natural y loable. Pero es nuestro aspecto egoico, aquel al que le gusta teorizar sobre la Realidad última y queda siempre fascinado por los intentos de otras personas, hasta llegar incluso a querer superarlas. De modo que el resultado no es sabiduría, sino conocimiento que lleva a conflictos serios. La interpretación de la experiencia espiritual de nuestros maestros iluminados, como Jesús o Buda, de lo que significaron ellos y sus enseñanzas, provocó discusiones y división poco después de su muerte.
Pero teorizar, filosofar, teologizar, es una actividad segura y placentera. Es una forma ideal de evitar el trabajo real que ha de hacerse. No es bueno especular sobre lo divino y tratar de ser uno con lo divino si no empleamos nuestras energías en identificar lo que nos impide experimentar intuitivamente esta Realidad última.
EL ESPÍRITU
Aunque tenemos trabajo que hacer en nuestra mente y en nuestro cuerpo, la propia transformación espiritual está fuera de nuestro control. Este cambio total de consciencia no puede alcanzarse de ningún modo, sino que es un don de la divina gracia.
Aunque el viaje espiritual se presenta aquí de forma lineal, primero el cuerpo, luego la mente, luego el espíritu, estos niveles no son fases progresivas, sino niveles de profundización simultáneos, solapados. Nos movemos en torno a ellos en espiral, mientras se nos permite atisbar destellos a medida que practicamos.
Con frecuencia, al comienzo del viaje espiritual hay ya un espontáneo conocimiento espiritual profundo, un recordatorio de nuestra verdadera naturaleza,