Escultura. Johann Gottfried Herder
podía haberlo imaginado, pero acaso esta clase de cosas habría sido imposible sin su reivindicación del tacto –y del cuerpo– como agente insoslayable de las artes plásticas.
SOBRE LA PRESENTE EDICIÓN
Aunque Herder envió su manuscrito a Riga ya en 1772, Plastik no fue publicada (en la editorial de Johann Hartknoch) hasta 1778. La versión de la que suelen partir las ediciones posteriores es la aparecida en las Sämtliche Werke, tomo VIII, a cargo de Bernhard Suphan, elaborada por Carl Redlich, en 1892, para la que los editores pudieron confrontar el texto original con las correcciones del propio Herder.
En nuestro caso, hemos optado por tomar como fuente la edición de Lambert A. Schneider (Plastik: Einige Wahrnehmungen über Form und Gestalt aus Pygmalions Bildendem Traume, Colonia, Jakob Hegner, 1969), basada en aquélla. Hemos cotejado, además, la excelente edición inglesa realizada por Jason Gaiger (Sculpture. Some Observations on Shape and Form from Pygmalion’s Creative Dream, Chicago/Londres, University of Chicago Press, 2002) y la gran edición italiana de Giorgio Maragliano (Plastica: Alcune osservazioni su forma e figura a partire dal sogno formativo di Pigmalione, Palermo, Aesthetica edizioni, 1994), ambas, como la de Schneider, acompañadas de numerosas y pertinentes notas aclaratorias de las que, naturalmente, nos hemos servido cuando ha sido necesario.
1 F. Nietzsche, El viajero y su sombra, #118.
2 I. Berlin, «Herder and the Enlightenment» (1965), en The Proper Study of Mankind. An Anthology of Essays, Londres, Pimlico, 1998, p. 434.
3 La visión de Herder como un irracionalista enemigo de la Ilustración, en lugar de como un ilustrado autocrítico, procede de intérpretes como, por ejemplo, Dilthey. Por eso sorprende que, aún en nuestros días, pensadores tan alejados de aquel tardo-romanticismo como Alain Finkielkraut insistan en ofrecer esa imagen de Herder como un mero reaccionario defensor de la colectividad nacional y del «calor materno del prejuicio» (La derrota del pensamiento, Barcelona, Anagrama, 1987, pp. 10 ss.). Dicho esto, es preciso reconocer que, si no el espíritu, sí la letra de muchas formulaciones de Herder se prestan demasiado fácilmente a semejantes interpretaciones.
4 Herder estudió con Kant entre 1762 y 1764. Éste pudo haber sido quien le iniciase, por ejemplo, en el pensamiento de Rousseau y de Montesquieu, o en la ciencia natural de Buffon. No obstante, hay que recordar que Kant, por entonces joven, no había desarrollado todavía, ni de lejos, su filosofía crítica, a la que Herder habría de oponerse. Para ésta y otras noticias sobre los años de formación de Herder, cfr. Robert T. Clark, Herder. His Life and Thought, Berkeley/Los Ángeles, University of California Press, 1969, cap. I; sobre su «campaña contra Kant», cfr. ibid., cap. XII.
5 Johann Georg Hamann (1730-1788), el llamado «Mago del Norte», se erigiría, como es sabido, en una las figuras más brillantes y respetadas de entre los opositores a la Aufklärung. Herder y él se conocieron en Königsberg, y siguieron manteniendo lazos e intercambiando correspondencia hasta el final. Hamann fue uno de los primeros en considerar el lenguaje como mucho más que una herramienta de comunicación, hasta el punto de identificar la poesía con el puro lenguaje originario. Aunque estas y otras ideas encontraron un claro eco en Herder, el influjo del místico Hamann en su obra no debería ser sobrevalorado. Cfr., a propósito, su Aesthetica in nuce (1762), en Belleza y verdad. Sobre la estética entre la Ilustración y el Romanticismo, Barcelona, Alba Editorial, 1999.
6 Sobre las relaciones entre Herder y Goethe, cfr. el testimonio de este último en Poesía y verdad (De mi vida, Barcelona, Alba Editorial, 1999, libro 10). En cuanto a Schiller, el problema de Herder estribaba, por un lado, en sus discrepancias acerca de la filosofía de Kant, que Schiller abrazaba con fervor y que Herder combatía; y, por otro (y esto es algo que atañía también a Goethe), en su concepción tendencialmente universalista –pero también de un sesgo elitista– de la literatura y el arte, algo lejana respecto de las perspectivas nacionales y popularistas de Herder.
7 Friedrich Nicolai (1733-1811) fue la figura principal del círculo de ilustrados de Berlín, orientado en una dirección más práctica que la de la corriente wolffiana (cfr. infra, nota 10). De hecho, Nicolai sería más relevante por sus actividades organizativas y editoriales que por su propio pensamiento. Cfr. Clark, op. cit., pp. 21 ss.
8 John Locke (1658-1704), fundador del empirismo inglés, constituyó uno de los puntos de referencia de la concepción herderiana de la experiencia y de su oposición al racionalismo alemán. Tanto su negación de las ideas innatas, como su tesis sobre el origen de las ideas en las sensaciones podían conducir, por un lado, al relativismo historicista, y, por otro, al reconocimiento de la dependencia de razón respecto de los sentidos. En Escultura, en concreto, desempeña un papel particularmente importante su Ensayo sobre el entendimiento humano.
9 A Étienne Bonnot de Condillac (1714-1780) se le debe la formulación más radical y consistente, en el contexto francés, de las consecuencias sensualistas del empirismo. En el Tratado de las sensaciones (1754) desarrolla estas teorías al hilo de la suposición de una estatua como la de Pigmalión, que va cobrando vida a medida que adquiere cada uno de sus sentidos, partiendo del olfato. En ese texto considera al tacto como el «sentimiento fundamental».
10 Christian Wolff (1688-1754), discípulo y comentador de Leibniz, constituyó en su momento el más influyente referente del racionalismo sistemático en el marco de la Ilustración alemana, del que también se nutriría Kant, y antes de él Baumgarten.
11 Cfr. de nuevo Clark, op. cit., cap. XII. Herder veía en la Crítica de la Razón Pura una especie de «pasatiempo verbal» [Wortspielerei]. En cualquier caso, sus planteamientos se mantenían también en el marco de los principios racionales (aunque no racionalistas) de la Ilustración.
12 Ésta y otras obras de Herder son hoy accesibles en castellano en la excelente edición de Pedro Ribas: J. G. Herder, Obra selecta, Madrid, Alfaguara, 1982 (pp. 23-131), a la que remitiremos aquí siempre que sea posible.
13 J. G. Herder, Obra selecta, op. cit., p. 49. Sobre el programa pedagógico, cfr. ibid., pp. 45-76.
14 Cfr. Obra selecta, op. cit., pp. 131-232. Allí, en efecto, polemiza en distintos tonos con las teorías mecanicistas de Condillac (pp. 143 ss.), el espontaneísmo naturalista de Rousseau (pp. 144 ss.) y el providencialismo teológico del ortodoxo Süssmilch (pp. 158 ss.), entre otros.
15 Ibid., pp. 151 ss.
16 Vale la pena recordar que ya en este contexto aparece ya el tacto, el que «capta lentamente», como fundamento de todos los demás sentidos («la misma vista comenzó siendo sólo tacto», «¿qué son originariamente todos los sentidos sino tacto?»), y ello, por cierto, por referencia al problema planteado por Diderot en la Carta sobre los ciegos (Obra selecta, op. cit., pp. 140-141 y 174 ss.).