Republicanas. Luz Sanfeliu Gimeno
de movilización establecido sobre un discurso de ciudadanía, tan difícil de difundir en una sociedad atrasada, sometida al universo de la superstición y el analfabetismo.16
En el diario las referencias a la vida personal, a los papeles femeninos o a la vida familiar eran escasas, porque las informaciones de El Pueblo estaban dedicadas mayoritariamente a las noticias de actualidad de la vida política local, estatal o internacional, a los anuncios o a la sección literaria.
Sin embargo, entre 1895 y 1910, también se apuntaban determinados ideales de feminidad, masculinidad o respecto a la vida familiar cuando se describían las actividades cotidianas de los militantes del partido; y también cuando, a través de un proceso de diferenciación y oposición, se criticaban posiciones, hábitos de conducta o de comportamiento de otros grupos sociales. En las crónicas de sociedad, en los sucesos o anuncios que daban cuenta de la actividad local, se obtienen toda una serie de datos que hacen posible la aproximación, no sólo a las representaciones de los sujetos que los republicanos aspiraban a ser y al hogar que debían formar, sino también a las prácticas de vida de los militantes y de las familias republicanas.
Así pues, es posible afirmar que, a partir del acceso cada vez más importante de los ciudadanos y ciudadanas a la prensa, en este caso al diario El Pueblo, los republicanos intentaron también que las identidades de hombres y mujeres, además de construirse a través de vivencias y experiencias, se constituyeran por referencias morales, por consignas ideales relacionadas con unos determinados presupuestos ideológicos que hacían también referencia a la vida privada.
Asimismo, en la sección literaria, a través de los folletines que se publicaban por entregas en el diario, los lectores y lectoras del periódico republicano encontraban determinadas representaciones de la vida amorosa y de las relaciones familiares, que indirectamente incitaban a la identificación, que proyectaban modelos positivos y negativos, que debieron forzar la comprensión de las vivencias de los lectores y lectoras, ampliando sus universos inmediatos en lo que se refería a las relaciones amorosas y a las atribuciones de los géneros.
Ese supuesto lector o lectora simpatizante con el movimiento blasquista obtenía, a través de la lectura de las novelas, informaciones que potenciaban un discernimiento más autónomo, que no sólo dependía de las presiones y pautas que regían en el entorno inmediato. Las vidas de ficción que todos los días se podían ir leyendo en los folletines por entregas también negaban o afirmaban los ideales colectivos que debían convenir, en ese ámbito íntimo que el blasquismo aspiraba, asimismo, a transformar.
La literatura se convertía así en la arena del disfrute, pero también, de la reflexión. Espacio abierto a la hora de analizar la conformación de esas identidades colectivas, cuyas propuestas y críticas se convirtieron paulatinamente en demandas políticas y morales que establecieron nuevas ideas y consensos respecto al conjunto de la vida social.
En este sentido, las diversas formas de los «discursos» utilizados por los blasquistas habrían tenido un carácter abierto y sus usos sociales podrían plantearse como un diálogo constante entre las experiencias sociales y los lenguajes disponibles.17 A través de la relación entre la ficción de las novelas, que se publican o se reseñan en el periódico, y las representaciones y las prácticas de vida de los militantes blasquistas, que también aparecen reflejadas en El Pueblo, se hace posible percibir el complejo entramado que desplegó el republicanismo valenciano para dotarse de una identidad social, combinando en sus representaciones el poder de la ficción literaria con el de la propia «realidad» cotidiana, hasta dar sentido y legitimidad al mundo social que estaban tratando de construir.
La relación del blasquismo con la tradición popular resulta uno de los capítulos más sugerentes de las reflexiones de Reig en torno al tema. Como afirma el historiador
[els] blasquistes portaren una pràctica de cara als costums, hàbits, comportaments i tradicions populars que podríem resumir en dues paraules: dignificació i politització.18
En ambos sentidos –dignificación y politización– se pueden analizar los roles de género y las representaciones y prácticas de vida de los blasquistas respecto a la vida familiar. A las formas de vida cotidiana y privada de las clases populares, el blasquismo trató de darles contenidos progresistas y, a la vez que las fiestas se politizaban, y que en los carnavales los disfraces aludían a imagen de la propia República o que, tras la quema de alguna falla, la banda de música tocaba La Marsellesa, la vida familiar y las identidades de hombres y mujeres de clases populares se constituían en relación con atribuciones que contenían notables rasgos políticos, lo que contribuía además a su dignificación. Mientras que la sociedad moderna y burguesa se constituyó en un proceso progresivo de depuración, que incluía relegar toda una serie de tradiciones literarias y comunicativas de la cultura popular y de la tradición oral, en los primeros años de blasquismo, dichas tradiciones no desaparecieron del todo, y continuaron funcionando adaptadas y transformadas en relación con el contexto y con la propia ideología republicana.
Por ello, «los textos» –también los de ficción– publicados en el diario El Pueblo tuvieron una función ideológica que recuperaba las aspiraciones de las clases populares y les daba forma cultural, conformando la identidad colectiva de los sectores que se oponían al sistema de la Restauración, tanto en lo político y económico como en lo cultural.
Y aunque no es posible pensar en un «grupo» blasquista, ni en un público lector en singular, sino en un colectivo que mantenía una cierta homogeneidad y que buscaba establecer determinados consensos basados en una serie de principios e ideales comunes, la referencia al mundo republicano o a los blasquistas,19 a lo largo de la investigación, incluye opiniones, a veces contrapuestas, que sin embargo dejan entrever un modo común, una forma propia de afrontar y criticar la realidad. De esta forma, los blasquistas compartieron una «visión del mundo» que, conceptualmente, puede ser definida como «el conjunto de aspiraciones, de sentimientos y de ideas que reúne a los miembros de un grupo amplio y los opone a otros grupos».20 Como afirma Townson,
[el] peso e influencia del republicanismo durante la Restauración no se demostraron por su actuación como fuerza política nacional, sino como fuerza cultural y social; lo que significa que tuvo más éxito en un intento de cambiar las costumbres, tradiciones y modos de pensamiento de la sociedad española que en el de modificar las instituciones y la política gubernamental de la monarquía.21
De este modo, a través de lo publicado en El Pueblo es posible extraer un repertorio de modelos de comportamiento y de relación que reflejan una cierta mentalidad, en la que quienes leían y quienes escribían en el periódico coincidían y se reconocían y en donde, además, también se proponían nuevos gestos, pensamientos y actitudes cotidianas.
Y aun cuando los textos no tienen un sentido estable, ni fijo, ni universal, sino que, como afirma Chartier, están investidos de significaciones plurales y móviles, en el momento en que circulan por una determinada sociedad, «organizan y singularizan la distribución del poder, la organización de la sociedad o la economía de la personalidad», lo que constituye una fuente muy estimable para conocer cómo se construye la vida social y sus sistemas de valores.
Ya desde finales del siglo XIX y comienzos del XX, el mundo de las publicaciones, a través de nuevos medios de producción y consumo cultural, como los periódicos o las novelas, se había convertido además en un instrumento eficaz con el que los distintos grupos sociales afirmaban sus aspiraciones e ideales, tratando de diferenciarse de otros grupos a los que consideraban, no sólo contrarios políticos, sino también enemigos, respecto a toda una serie de concepciones que hacían referencia a los valores y el significado que tenía o debía tener la vida social.
En este sentido, los modelos de masculinidad o feminidad, o las alusiones