La mirada inquieta. AAVV
educativa. La tarea pedagógica del museo es tan importante, que la museología la ha propuesto como meta principal en función de la utilidad que reporta al hombre. Esto nos lleva inevitablemente a plantearnos dos cuestiones consecutivas. Primero, qué significa educar para un museo y, posteriormente, cómo puede hacerlo.
A estas dos preguntas que se hace Fontal –qué entendemos por educación en el museo y como éste puede educar– intentaremos hallar respuestas a lo largo de las siguientes páginas.
– Para algunos sectores del mundo museístico, los más tradicionales, la educación en el museo es la encargada de llevar a cabo las actividades destinadas a los escolares. Los educadores son únicamente unos transmisores de la cultura y no tienen ninguna relación con los otros departamentos del museo.
– Las últimas posturas dentro del mundo museístico, en cambio, consideran la educación «un valor intrínseco al museo, que debe manifestarse en todas las funciones y actividades de esta institución» (Hooper-Greenhill, 1994: 3). Siguiendo esta última línea, la función educativa del museo llegará a ser prioritaria en la política, organización y funcionamiento de los museos. Se convertirá en el eje en torno al que girará la dinámica interna del museo y se fundamentará su relación con la sociedad. Observamos, pues, que las instituciones museísticas, siguiendo una línea u otra de actuación, han ido diseñando, según sus necesidades, objetivos, recursos, etc., su propia política educativa.
Para Hooper-Greenhill (1991), previamente a la confección de la política educativa del museo, es necesario definir su política comunicativa, a través de la cual se podrá determinar de qué modo el museo quiere relacionarse con la sociedad. La política comunicativa de la institución incluiría distintos campos: la política expositiva, el diseño, el marketing, el estudio de los visitantes y la propia política educativa (figura 1). La autora británica (1998: 189) considera la comunicación como una de las funciones principales del museo y para ella ésta incluye
las actividades que atraen a los visitantes al museo (publicidad y marketing), las que estudian sus expectativas (investigación y evaluación) y las que proporcionan el material necesario para satisfacer sus necesidades intelectuales (educación y ocio).
Figura 1. Para Hooper-Greenhill (1998: 189) la política educativa del museo dependería de su política comunicativa, en tanto que es o forma parte de ésta.
– Mientras que para Hooper-Greenhill la tarea de fondo de la educación en el museo es la comunicación, para Roberts (1997) la tarea de la educación en el museo es la interpretación. La autora norteamericana afirma que en Estados Unidos la función educativa de los museos ha ido cambiando su filosofía de adaptación y de refuerzo al intentar comprender la multidimensionalidad de varios visitantes y en dar distintas visiones del mundo. De este modo, a medida que los educadores de los museos son capaces de representar las perspectivas de los visitantes, éstos van pavimentando el camino para interpretaciones que aportan contextos de significado alternativos y que reflejan, incluso públicamente a los visitantes, la base de las decisiones tomadas detrás de estos contextos. Como consecuencia, la función educativa del museo estaría formada por «un cruce de miradas tot court: la mirada institucional, la mirada del comisario, la mirada de los visitantes y las miradas de otras miradas, etc.» y los museos podrían convertirse en «espacios de intercambio entre visitantes, objetos, problemas, sistemas expositivos y procesos institucionales» (Padró, 2001: 9). Desde este punto de vista, tanto las instituciones como los individuos son “creadores de cultura”.
– Nosotros pensamos que el museo, además de acumular la función de comunicación e interpretación, también debe hacer el papel de vínculo educativo y social. El museo es un elemento de integración educativa y social en tanto que puede articular una educación formal con la no formal, relacionando las personas con su barrio, con los medios de comunicación y con las nuevas tecnologías.
En la figura que mostramos a continuación, hemos representado, de un modo muy gráfico y diferenciado, distintos paradigmas de la educación en el museo.
Figura 2. Aproximación a distintos paradigmas de la educación en el museo.
Eso no significa que éstos sean los únicos que se puedan deducir ni que entre ellos no puedan establecerse vínculos. De hecho, si cogemos una institución museística y analizamos las exposiciones que se llevan a cabo durante una misma temporada, podremos observar que algunas de ellas se limitan a transmitir a los visitantes el mensaje del comisario; otras van un poco más lejos, incorporando la voz del visitante para que la comunicación entre el museo y éste sea fluida; y algunas, pocas, son capaces de dar las herramientas necesarias para que los visitantes interpreten el museo según su propia realidad.
¿CÓMO PUEDE EDUCAR EL MUSEO?
De las posibilidades educativas del museo en los distintos ámbitos educativos –el formal, el no formal y el informal–, nos habla Valdés (1999). Según esta autora, las posibilidades educativas del museo dependen: del uso que se haga del museo, del público que lo utilice, de las condiciones de su visita, de sus conocimientos previos y de sus intereses y objetivos. Entonces, el museo puede llegar a ser:
a) Un instrumento de aprendizaje, cuando las instituciones educativas formales lo utilizan con el objetivo de profundizar en algunos de los contenidos de sus programas de estudio. Varios autores han hablado de la relación entre la escuela y el museo, entre ellos Kelman (1995), que considera que los responsables de la educación en los museos deben esforzarse en descubrir las áreas del currículo escolar que encajen con las colecciones del museo y las formas de enseñanza y aprendizaje utilizadas en los centros escolares. Lo que explica el autor respondería a una realidad concreta en el Reino Unido, donde hay museos que permiten cumplir el programa escolar de forma global y especialmente en distintas disciplinas, como la historia. La opinión de Asensio y Pol (2002: 85) es diferente, ya que manifiestan que
El museo, como institución con fines propios e independientes de la escuela, no tiene por qué plantearse la lógica escolar en su discurso expositivo, ni siquiera las adecuaciones a la lógica educativa. Lo que sí debe plantearse el museo es la adecuación de su mensaje a públicos no especialistas, sean escolares o no, que al no ser especialistas en el contenido específico de la exposición tienen problemas de accesibilidad cognitiva a su discurso.
Según nuestro parecer, el museo debe ofrecer experiencias de aprendizaje informal que deben inserirse en el tejido escolar de una forma transversal, proporcionando al profesor los instrumentos necesarios para que puedan aprovechar los recursos que ofrece el museo y adaptarlos a su trabajo diario en el aula.
b) Una actividad sociocultural. En este caso, estaríamos hablando de las muchas actividades que hoy en día se organizan en los museos, desde ciclos de conferencias hasta visitas guiadas, pasando por talleres, cursos o conciertos. Lo que tienen en común estas actividades es que son muy variadas, su programación es flexible, se pueden utilizar libremente y no presentan exigencias académicas. Este tipo de actividades están dirigidas, básicamente, al público adulto y tienen como objetivo que el visitante «participe, que aprenda activamente, que sienta el museo como un bien propio y colectivo de su pueblo, que le ayude a conocerlo y a integrarse en él» (Pastor, 2004: 96). Todo esto ha provocado la ampliación y la diversificación de la oferta de actividades de los museos que, para que resulten atractivas al público, deben tener en cuenta sus intereses y sus expectativas, llegando a buscar una modalidad que requiera una participación activa del visitante, en un ambiente distendido y apto para la conversación. Evidentemente, no se trata de crear un programa especial para cada persona, aunque las actividades sí pueden dotarse de una cierta flexibilidad para que cada visitante las adapte a sus posibilidades.
c) Un medio de comunicación, que tiene como lenguaje propio la exposición, que queda a disposición de todos los visitantes sin necesidad de estar integrados en grupos, cursos, etc. Por este motivo, al museo se le considera una de las instituciones que pueden formar parte de nuestra vida y por lo tanto, pueden aumentar nuestra educación de modo informal.