La otra economía que NO nos quieren contar. Eduardo Garzón Espinosa
compartía esta visión, aunque le confiriese características e implicaciones distintas[2], como veremos en el capítulo 20.
Sin embargo, la TMM no comparte en absoluto esta concepción del dinero, sino que utiliza la visión de dinero-deuda o dinero-crédito, que fue expuesta con mucho detalle por Mitchell-Innes a principios del siglo xx[3]. Este brillante economista británico vino a decir que el dinero no era en absoluto una cosa, sino una magnitud para medir deudas y compromisos. El dinero sería, por lo tanto, una creación inmaterial del ser humano, como lo podrían ser las ideas de distancia o de volumen; algo que no puedes tocar ni oler, algo que está sólo en nuestra cabeza. Las unidades de medida no serían cosas como monedas, sino números como los que se utilizan para los metros o los litros. Pero, al igual que para medir metros utilizamos cintas métricas y para medir litros utilizamos recipientes, para medir el dinero utilizamos monedas, billetes y también monitores que muestran cuentas bancarias. Se distingue así lo que es una unidad de medida, como los litros, metros o euros –que no se pueden tocar porque son conceptos abstractos–, del instrumento que se utiliza para medir en la realidad dicha magnitud, como recipientes, cintas métricas o monedas –que sí se pueden tocar porque son realidades materiales–.
Acorde a esta visión, lo que de verdad importa no es el instrumento utilizado para medir, sino lo que se mide. Por lo tanto, lo importante no son las monedas ni los billetes, sino los números a los que hacen referencia. El material del que esté hecho ese instrumento no importa, lo que importa es cuánto valor indiquen esos números. La moneda de dos euros no vale lo que valga el material del que está hecho, sino los dos euros que se dibujan en él, que podrían haberse dibujado en cualquier otro material, como en un billete o en un cheque. Esto se ve de forma muy clara con los nuevos pagos electrónicos realizados con tarjetas de crédito o transferencias bancarias, porque ahí no hay ningún producto ni material en juego, sino simplemente órdenes de pago que alteran los números en las cuentas bancarias.
La introducción de nuevos medios de pago, como cheques, billetes o pagos electrónicos, no alteró la esencia de la visión de dinero-mercancía, cuyos defensores siguen entendiendo que estos medios, aunque no están hechos de un material determinado, tienen que guardar una estrecha relación con el material del que se hace el dinero, ya sea oro, plata o lo que sea. De ahí que suelan proponer que toda creación de dinero guarde correspondencia con la cantidad de material del que se haga; como, por ejemplo, lo que se conoce como patrón-oro. Según ellos, si se crea más dinero que la cantidad de oro que haya, entonces habrá inflación, lo cual sería un problema. Por eso, aunque hoy día no haya un vínculo legal entre el dinero y el oro, sí que hay un vínculo económico.
En cambio, la visión del dinero-crédito o dinero-deuda no se preocupa por ningún material o mercancía, ya sea oro, plata o cualquier otro. Para sus defensores, entre quienes se encuentran los partidarios de la TMM, la creación de dinero no está limitada por ningún tipo de mercancía o cosa. Al igual que podemos crear todos los números que queramos para medir metros o litros, también podemos crear todo el dinero que queramos para medir pagos y transacciones. Al ser el dinero una magnitud, es un concepto abstracto y, por lo tanto, no tiene sentido hablar de su finitud. ¿Alguien se imagina a un profesor de Matemáticas diciendo a sus alumnos que no puede dar clase porque se ha quedado sin números? ¿Verdad que no? Pues lo mismo debería ocurrir con el dinero: nunca debería alegarse que no hay suficiente dinero, porque el dinero es, al fin y al cabo, un número que se puede crear a libre voluntad y sin límites. No es una cosa escasa que hay que obtener de nuestro entorno natural.
Pero, ojo, que se pueda crear todo el dinero que se quiera no quiere decir que sea bueno hacerlo. Los autores de la TMM señalan que, si se crea demasiado dinero, se puede generar inflación, pero el punto de inflexión en el que esto ocurre no lo determina, por ejemplo, la cantidad de oro sino la de bienes y servicios que pueden ser producidos. Lo complejo de este asunto es que la creación de dinero también aumenta la cantidad de estos últimos –cuestión que exploraremos en el capítulo 15–. La clave ahora mismo es comprender que el dinero no es concebido ni como una cosa ni como algo que referencia a una cosa, sino como una magnitud, y que precisamente por ello puede ser creado sin restricciones.
En fin, hemos visto grosso modo cuál es la noción que tiene la TMM sobre el dinero y qué la diferencia de la visión dominante. Como decía, esta es la base para seguir explorando esta corriente económica. Las implicaciones que se derivan de esta concepción del dinero son muy potentes y dan lugar a una cosmovisión de la economía muy distinta a la que conocemos normalmente. Un economista ve el mundo económico muy diferente en función de la noción que tenga sobre el dinero. Los economistas de la TMM observan el mundo con gafas muy diferentes a las de los economistas convencionales. En el próximo capítulo veremos cómo esta diferente visión está muy ligada a la interpretación que se tiene de la invención del dinero en las primeras comunidades humanas.
[1] Para profundizar en la visión de Aristóteles sobre el dinero, véase M. A. Martínez-Echevarría y R. Crespo, «Aristóteles y el pensamiento económico: una introducción», Revista Empresa y Humanismo 14, 2 (2001), pp. 5-9. Para una crítica al dinero mercancía, véase S. Medina, «¿Qué es el dinero? Parte 1», Red MMT, 10 de noviembre de 2016, disponible en [http://www.redmmt.es/que-es-el-dinero-parte/], último acceso el 14 de abril de 2021. Y para la discrepancia de visión sobre el dinero entre Aristóteles y Platón, véase Centre d’estudis Joan Bardina, «Capítulo 5. Aristóteles contra Platón», disponible en [http://chalaux.org/epddes05.htm], último acceso el 14 de abril de 2021.
[2] Véase, por ejemplo, el capítulo III de El capital de Karl Marx, «El dinero, o la circulación de mercancías».
[3] A. Mitchell-Innes «What is money», en L. R. Wray (ed.), Credit and State Theories of Money [1913], Cheltenham, Edward Elgar, 2004, pp. 14-49. Disponible en [http://eduardogarzon.net/wp-content/uploads/2020/11/Arti%CC%81culosInnes.pdf].
II
¿Cuándo y cómo se inventó el dinero?
Ya hemos explorado qué visión del dinero tiene la Teoría Monetaria Moderna y en qué se diferencia de la visión convencional. En este capítulo haremos algo parecido pero con la interpretación que tiene sobre el origen del dinero, aspecto sobre el que también hay diferencias radicales con respecto a las creencias convencionales, y que nos ayudará a entender adecuadamente los planteamientos de la TMM.
La teoría más extendida sobre el origen del dinero nos habla de que las sociedades primitivas utilizaban el mecanismo del trueque en sus transacciones; es decir, que intercambiaban unos productos por otros. Si, por ejemplo, alguien necesitaba leña, podía obtenerla a cambio de entregar una cantidad de trigo. Pero esta práctica resultaba muy incómoda y engorrosa porque implicaba transportar productos pesados, que eran difícilmente divisibles y mensurables, y cuyo valor además variaba a lo largo del tiempo. Para superar estas dificultades, se decidió utilizar una única mercancía que fuese más manejable para que funcionase de equivalente común para todos los demás; así se inventó el dinero. De esta forma, si se decidía que ese producto equivalente era la sal, entonces quien necesitara madera sólo podría obtenerla intercambiándola por este producto. Si tenía trigo, tendría primero que cambiarlo por sal y luego cambiar la sal por la madera. Al ser la sal fácilmente transportable, divisible y mensurable, las dificultades antes mencionadas se reducían y mejoraban, y aumentaban los intercambios. Al principio eran sales, conchas, ganado… pero luego se acabaron utilizando metales preciosos como la plata y finalmente el oro, que presentaba las mejores propiedades intrínsecas para ello. El economista William Stanley Jevons identificó siete cualidades ideales del oro: utilidad y valor, portabilidad, indestructibilidad, homogeneidad, divisibilidad, estabilidad de valor y distinguible[1].
Este proceso de ir escogiendo cada vez un mejor producto que sirviese como dinero, habría sido lento y gradual, y no habría estado dirigido por ninguna autoridad, sino que habría ido surgiendo de manera natural entre