Cuidándonos unos a otros & Lado a lado. Edward T. Welch

Cuidándonos unos a otros & Lado a lado - Edward T. Welch


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en todo».

      No es necesario que te sepas todas las respuestas. La humildad y el amor quieren saber más, así que preguntas más. Preguntas qué ha sido útil e inútil. Meditas en cómo orar. Luego, siempre habrá más ayuda disponible en el cuerpo ampliado de Cristo, así que pedimos ayuda juntos.

      Discusión y reacción

      1. ¿Alguna vez has sido bendecido por las respuestas personales de otra persona? Dicho de otro modo, ¿alguna vez has sido animado por alguien que en verdad te escuchó y oyó?

      2. Una de las revelaciones impactantes del carácter de Dios ocurre cuando, en respuesta a los afectos vacilantes de Israel, el Señor dice:

      Mi corazón se conmueve dentro de mí,

      se inflama toda mi compasión.

      (Oseas 11:8).

      La palabra «conmueve» significa que el corazón de Dios se emociona y agita fuertemente en favor de Su pueblo. Dios se conmueve por Su pueblo; nosotros también debemos conmovernos por los placeres y dificultades de las personas que amamos. Cuando pensamos en el hecho de que Dios Se conmueve por nosotros, esperamos ser aún más sensibles con los demás. ¿Cómo podrían afectar estas realidades la manera en que tú oras?

      3. Pasar de conocer a los demás a orar con ellos cara a cara puede ser difícil. ¿A qué puede deberse eso? ¿Cómo esperas llegar a orar más con los demás?

      4. Dense un momento para orar los unos con los otros.

      Las dificultades y el sufrimiento están en todas partes, y la Escritura los aborda hablando de nuestros problemas en casi todas sus páginas. La historia del éxodo abre ese camino.

      Ya que muchas de nuestras conversaciones tienen que ver con dificultades, queremos saber más de lo que Dios les dice a los que sufren. La mayoría de nosotros hemos pensado en estas cosas. Todos tenemos algunas nociones de lo que Dios dice. Lo que nos interesa es refinar y complementar lo que sabemos.

      ¿Por dónde empezamos?

      Algunas de nuestras luchas se identifican claramente en la Escritura. Por ejemplo, podemos buscar «miedo» o «ansiedad» en una concordancia bíblica, y de inmediato encontraremos cientos de pasajes. Pero ¿qué hacemos cuando la Escritura no identifica con claridad un problema específico? Parece que guarda relativo silencio respecto a la prevalencia cada vez mayor de diagnósticos psiquiátricos, que son asuntos urgentes para muchas personas. En respuesta, solicitamos la ayuda de otra gente sabia y seguimos escuchando a los que están en apuros. Cuando lo hacemos, notamos dos cosas:

      1. Las dificultades son únicas. No hay dos formas de sufrimiento que sean idénticas.

      2. Las dificultades tienen algo en común. Son dolorosas y nos hacen sentir que se nos acabaron los recursos. Esa es la razón por la que un solo salmo puede abordar muchos problemas diferentes.

      La siguiente es una de las historias que se extienden a gran parte de la miseria humana. No identifica todos los embates que podríamos experimentar, pero sí nos brinda una historia maestra para guiarnos.

      La historia del desierto

      El relato del éxodo comienza con la compasión y liberación de Dios: «Los hijos de Israel gemían a causa de la servidumbre, y clamaron; y subió a Dios el clamor de ellos con motivo de su servidumbre. Y oyó Dios el gemido de ellos» (Éxodo 2:23–24). Entonces, el Señor mostró Su gran poder sobre Egipto y los sacó de allí. El plan era pasar por el desierto y llegar a la tierra prometida, pero el viaje por el desierto terminó siendo más largo y difícil de lo que cualquiera podría haber previsto.

      El desierto es difícil, por ello respondemos con compasión

      A decir verdad, el desierto es un lugar de miseria e impotencia. Si alguna vez te has sentido así en tus problemas, esta es tu historia. El desierto te hace sentir que todo está perdido y que no puedes dar ni un paso más. Hay peligros en todas partes. Si queremos ayudar, los viajes por el desierto de las personas que amamos despertarán nuestra compasión. Lloramos con los que lloran, nos acercamos a ellos y oramos para que sean fortalecidos.

      En el desierto no hay solo dificultades

      Las cosas no son exactamente lo que parecen. Aunque nuestros sentidos nos digan que estamos solos, el Señor está allí, y ya que Él es la fuente de vida, vida nos dará incluso en una tierra estéril. El desierto es el lugar donde sale agua de las rocas y aparece el maná todas las mañanas.

      También es el lugar donde el Señor prueba y forma a Sus hijos reales, con el propósito de que vean lo que en verdad hay en sus corazones y asciendan a las cortes reales con madurez y sabiduría (Deuteronomio 8:1–3; Santiago 1:2–5). La prueba llega a lo profundo del alma: ¿creeremos y confiaremos en Él cuando las circunstancias parezcan extremas?

      En la prueba del desierto literal, el pueblo se olvidó de Dios. Se quejaron de Él, lo que es una forma de despreciarlo; se entristecieron al recordar Egipto, y buscaron ayuda fuera del Señor. Con mucha frecuencia, nosotros repetimos su travesía y, cuando la vida se pone difícil, confiamos más en lo que nos dicen los sentidos que en lo que nos dice Dios.

      En respuesta a nuestra lealtad vacilante, el mismo Jesús vino al desierto. Resulta ser que el viaje por el desierto, que es el camino por el que Dios lleva a Sus hijos reales, es el camino del Rey Jesús (Mateo 4:1–11). Luego de las muchas fallas de la humanidad en el desierto, nuestro campeón asumió nuestro rol donde nosotros fallamos. Sin embargo, su camino fue distinto. Si bien Israel tuvo maná, Jesús solo sería sustentado por las Palabras de Su Padre, y no por pan. Si bien Satanás se mantuvo en las sombras durante el éxodo, iba a pelear personalmente con el Mesías debilitado, enfocando sus armas espirituales contra Él. Así y todo, sus estrategias fueron similares: «Los caminos de Dios no son buenos. Confía en ti mismo, confía en mí, confía en los ídolos muertos». Cuando viene la dificultad, podemos estar seguros de que oiremos las mentiras de Satanás, que ponen en duda la generosidad, el amor y la veracidad del Señor.

      Nuestro Rey fue voluntariamente a ese lugar tan árido, donde creyó y recitó las palabras de Su Padre. Esas Palabras fueron Su comida y satisfacción. Fueron todo lo que necesitó para fortalecerse y tener éxito, y Su éxito lo cambiaría todo.

      Dicho de otro modo, en nuestro propio desierto, nuestra aspiración es tener ojos para ver a Jesús.

      El desierto es una oportunidad para la fe

      Ahora entramos a la historia del desierto sabiendo que Jesús ya ha ganado la victoria y nos ha dado al Espíritu para que hagamos lo que no podíamos hacer antes. Podemos acudir al Señor en vez de alejarnos de Él en medio de los grandes problemas.

      Esta historia nueva es para todos nosotros: para los que están familiarizados con el trastorno de estrés postraumático, con el trauma, con la victimización y el abuso, con el duelo y con el miedo. También es la historia germinal de la tentación, de modo que es fundamental para todas las adicciones. Nuestra tarea es vivir en ella y apropiarnos de ella.

      Observa lo que ocurre cuando el éxodo se transforma en nuestra historia. Comienza con nuestra liberación de la esclavitud: «Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre» (Éxodo 20:2). De algún modo, Dios escuchó nuestro clamor, aun cuando todavía no estábamos clamando a Él. Demostró Su poder sobre Satanás y determinó que seríamos Suyos.

      Ya que nuestro Rey fue guiado a lugares desolados, podemos estar seguros de que nosotros también seremos llevados a lugares difíciles, pues seguimos al Rey. En el fondo de la mente, pensamos que un buen padre debe protegernos de las dificultades. Es fácil creer que Él nos ama, incluso en dificultades menores como lastimarnos la rodilla. Pero ¿qué padre permitiría que su hijo sufriera un abuso vergonzoso? Esa pregunta es difícil de responder, pero sabemos esto: el Padre ama a Su Hijo perfecto, que pasó por el peor sufrimiento y la peor vergüenza, así que seguramente


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