Visionando lo más bello. John Piper

Visionando lo más bello - John  Piper


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de que él mismo es inteligente y que Cristo es poderoso para salvar».15 Esta declaración ha sido mi compañera constante durante las últimas tres décadas. Anhelo mostrar que Cristo es poderoso para salvar. Temo anular la cruz. Por lo tanto, la exhortación implícita a lo largo de este libro —hacer un esfuerzo poético y encontrar formas sorprendentes de hablar la verdad— corre el riesgo de contradecir las Escrituras. Eso es algo terrible.

      Palabras imprescindibles

      Pero el riesgo es inevitable. Toda persona que busque alabar a Cristo con palabras se enfrenta a este problema. Y no podemos prescindir de las palabras para elogiar a Cristo. Lo conocemos en las palabras de las Escrituras, y las mismas Escrituras nos enseñan cuán indispensables son las palabras en la vida cristiana. Dios ha diseñado el mundo y los seres humanos de tal manera que Su objetivo último y más elevado para la humanidad se realice a través de palabras humanas. Por ejemplo,

      • El nuevo nacimiento se produce a través de palabras (1 Pedro 1:23– 25): «siendo renacidos (…) por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre… Y esta es la palabra que por el evangelio os ha sido anunciada» (cf. Santiago 1:18).

      • La fe salvadora se logra a través de palabras (Romanos 10:17): «Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios».

      • La gracia de la edificación viene a través de las palabras (Efesios 4:29): «[salga de vuestra boca] la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes».

      • El amor cristiano, la pureza de corazón y la buena conciencia vienen a través de las palabras (1 Timoteo 1:5): «Pues el propósito de este mandamiento [nuestras palabras] es el amor nacido de corazón limpio, y de buena conciencia, y de fe no fingida».

      • El gozo de Cristo en el creyente viene a través de las palabras ( Juan 15:11): «Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido».

      • La libertad del poder del pecado viene a través de las palabras (Juan 8:32): «y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres».

      • Es decir, la santificación viene a través de palabras (Juan 17:17): «Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad».

      • Y la salvación final viene a través de la enseñanza con palabras (1 Timoteo 4:16): «Ten cuidado (…) de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren».

      La obra decisiva de Dios

      Por supuesto, si eso es todo lo que dijéramos acerca de la causa de estos grandes logros (nuevo nacimiento, fe, amor, santidad y salvación), entonces uno podría estar tentado a pensar que nuestro talento para usar palabras de manera efectiva es decisivo en provocar estas cosas. El esfuerzo poético y la «redacción de palabras» serían primordiales. Pero, de hecho, nuestras palabras no son decisivas para producir ninguno de estos gloriosos efectos. Dios lo es.

      • Dios dio vida a Su pueblo mientras estaban muertos en sus pecados (Efesios 2:5), para que pudieran ser capaces de escuchar las palabras del evangelio.

      • Por la gracia de Dios, nuestro pueblo llega a tener fe, «y esto no de vosotros, pues es don de Dios» (Efesios 2:8).

      • Cuando nuestro pueblo alcanza alguna medida de santidad, es Dios «haciendo él en [ellos] lo que es agradable delante de él» (Hebreos 13:21).

      • Si experimentan algún amor, gozo o paz que honre a Cristo, es el fruto del Espíritu de Dios (Gálatas 5:22).

      • Si luchan con éxito contra cualquier pecado, es «por el Espíritu [de Dios]» que dan muerte a las obras de la carne (Romanos 8:13).

      • Y si finalmente se salvan, es decisivamente porque Dios «[los] salvó (…) no conforme a [sus] obras, sino según el propósito suyo y la gracia» (2 Timoteo 1:9). Dios los guardó de tropezar (Judas 1:24); Dios completó la obra que comenzó (Filipenses 1:6).

      En otras palabras, todos los objetivos más elevados del lenguaje son decisivamente obra de Dios. Son decididamente sobrenaturales. Y ninguna cantidad de esfuerzo poético o experiencia en el uso de palabras puede lograr los grandes objetivos de vida si Dios retiene su poder salvador. Lo que plantea la pregunta: ¿La forma en que usamos las palabras, el esfuerzo poético, hace alguna diferencia en la consecución de los grandes objetivos de la vida?

      La importancia de cómo usamos las palabras

      El Nuevo Testamento responde que sí, al menos en lo que respecta a la claridad de las palabras y la actitud de su entrega. La claridad de las palabras importa: «Orando también al mismo tiempo por nosotros (…) para que lo manifieste como debo hablar» (Colosenses 4:3–4). «Si por la lengua no diereis palabra bien comprensible, ¿cómo se entenderá lo que decís? Porque hablaréis al aire…» (1 Corintios 14:9, cf. versículo 19). Y la actitud de como se entrega es importante. Pablo pide oración, «a fin de que al abrir mi boca me sea dada palabra para dar a conocer con denuedo el misterio del evangelio (…) como debo hablar» (Efesios 6:18–20).

      Esto nos deja preguntándonos: si Dios es la causa decisiva de los objetivos de nuestro ministerio y, sin embargo, Dios quiere que la claridad y la actitud de nuestras palabras marquen una diferencia en su eficacia, ¿hay otros aspectos del lenguaje (además de la claridad y la actitud) que podrían hacer una diferencia en su efectividad? ¿Y que del esfuerzo poético? ¿Qué hay del esfuerzo por encontrar palabras y formas de juntarlas que sean sorprendentes, llamativas, provocativas, que despierten, que sean creativas e imaginativas?

      Elecciones inevitables de palabras

      No estamos forzando esta pregunta en el texto de la Escritura. No somos nosotros, sino Dios, Quien ha hecho que las palabras sean indispensables para los eventos más grandes del mundo: eventos espirituales con efectos eternos. Y no podemos simplemente citar las Escrituras. Debemos hablar de eso. Explicarlo. Regocijarnos en ello. Defenderlo. Encomendarlo. Anunciarlo. Orarlo. Y cada vez debemos elegir palabras. ¿Qué palabras elegiremos?

      Sabemos que diferentes palabras tienen diferentes asociaciones, connotaciones y efectos. Debemos elegir cómo poner estas palabras juntas en oraciones y párrafos. Debemos elegir cómo decirlas: suave o fuerte, rápido o lento, haciendo una pausa o no, con ternura o dureza, emocional o desapasionadamente, con gozo o tristeza, con gestos o sin gestos, caminando o parados, sonriendo o frunciendo el ceño, mirando a las personas a los ojos o mirando más allá de ellos. No podemos escapar de esto. Debemos tomar estas decisiones. Lo hacemos consciente o inconscientemente.

      Adelante con el riesgo

      De modo que no me arriesgo a escribir este libro porque quiera, sino porque he tenido que tomar estas decisiones todos los días de mi vida cristiana. Por supuesto, no tengo que escribir un libro al respecto. ¿Pero no es menos riesgoso no escribir un libro? ¿Debería tomar estas decisiones sin reflexionar? ¿Debería hacerlo sin modelos cristianos que me ayuden, como Herbert, Whitefield y Lewis? ¿Debería hacer el trabajo duro de pensar en estas cosas pero no compartirlo con nadie? Me parece que el riesgo de cada una de esas opciones es mayor que el riesgo de escribir este libro.

      Entonces preguntamos: ¿El apóstol Pablo en 1 Corintios 1 y 2 tenía la intención de desalentar todo esfuerzo poético en elogiar la verdad y la belleza de Dios en Cristo? ¿Quería decir que no debemos hacer ningún esfuerzo en oración, guiado por la Biblia y dependiente de Dios para encontrar formas impactantes, penetrantes, imaginativas y que despierten, para expresar las excelencias de Cristo? No lo creo.16 Y tengo seis razones. La más importante es el contexto de 1 Corintios en sí y qué tipo de elocuencia Pablo realmente quería condenar.

      1. ¿Qué tipo de elocuencia condenó realmente Pablo?

      Volvamos a la mente de Pablo a través de un libro reciente sobre elocuencia de Denis Donoghue, profesor de inglés y letras americanas en la New York University. En su libro On Eloquence [Acerca de la elocuencia], sostiene que la elocuencia es un estilo sorprendente e impactante que es un fin en sí mismo.


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