Paraíso en el desenlace. Desislava Tomova

Paraíso en el desenlace - Desislava Tomova


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ciudad. Vivían en Milán, pero él siempre viajaba con los grupos y los intérpretes. En los albores de su matrimonio entre ellos había una pasión y una química que fueron convirtiéndose en odio, lucha por la supremacía e irritación. Ambos tenían caracteres difíciles y no se llevaban bien. A juicio de Patricia era ella la que solía ceder, ya que le permitía viajar durante algunas semanas. Al principio lo acompañaba. Después él comenzó a justificarse, que ya no había presupuesto para ella y que no podía viajar con él, hasta que llegó el momento en que todo terminó. Finalmente comenzó a salir con una de las asistentas, una joven de 18 años con boca y pestañas artificiales con las cuales parpadeaba como una sierva herida mientras esperaba cobrar el pago extra. Todo ello atraía mucho a Michele y en un abrir y cerrar de ojos abandonó su vida común. Menos mal que tras esta historia no hubo consecuencias imprevistas, como un embarazo no planificado. Patricia era diseñadora de interiores. Tenía su propio taller y ganaba bien, pero no se imaginaba que podía vivir como una madre soltera. Ella anhelaba tener a su lado a una persona con la que pudiera contar. Estaba sumida en sus pensamientos y su corazón estaba cubierto de hielo. ¿Podía superar el frío que la agarraba por dentro para convertirse de nuevo en aquella criatura feliz que era antes de conocer a Michele? En el pasado tuvo algunos intentos frustrados de aproximarse a los objetos de su amor. Todo le parecía perdido. Le irritaban la cordialidad y la amistad falsas de los italianos. Su madre era italiana y había abandonado a su papá para casarse de nuevo. Su padre, Félix, que vivía en Sodankila (Finlandia), la había invitado a visitarle. No lo veía desde hacía un año.

      —¡Hola, papá! ¿Está todo en orden? ¿Puedo visitarte la próxima semana?

      —Claro, siempre eres bienvenida.

      —¿Necesitas algo, papá?

      —Exceptuando tu presencia, nada más.

      —Espero nuestra cita con impaciencia —exclamó Patricia.

      Ella comenzó a preparar su equipaje, una maleta con lo más necesario y ropa. Había decidido quedarse unos diez días. Era invierno y tenía que disponer de ropa que abrigara bien. Félix vivía en la región de Laponia finesa y su hija quería ver la aurora boreal y sentir las infinitas noches de enero. Tras unas horas de viaje, el avión aterrizó. Su padre la esperaba en el aeropuerto. La besó tiernamente en la mejilla, la abrazó y la acomodó en el coche. Patricia estaba bastante cansada. Después de la cena se retiró a su habitación para dormir.

      Al otro día conoció a su vecina, Ilda, una joven solitaria que habitaba la casa al lado de la suya. Enseguida le cayó bien. Les unía un vínculo invisible: ambas habían sido abandonadas por los hombres a los que querían. Ilda tenía solo 25 años y la oportunidad de encontrar un nuevo amor. La expresión de su cara era tranquila y fría. Le propuso a Patricia que observaran juntas el extravagante fenómeno natural (la aurora boreal), la causa principal por la cual Patricia amaba Finlandia. La otra causa era poder derretir los hielos en su alma en ese norte lejano. Las dos contemplaban enormes manchas de luz en el cielo, rayos movedizos como arcos iris, cortinas de luz y manantiales de luz. La aurora presentaba colores verde pálido y rosa, aunque también había matices de rojo, amarillo y violeta. Decidieron pasar unos días juntas, solas ellas dos, en un iglú cerca del lago Inari. Era una excelente manera de vencer al frío: observando el fenómeno natural desde el iglú y tomando té caliente.

      Algo impacientaba a Ilda. No pudo dormir en toda la noche. Patricia vio como se tomó unas pastillas. Después se acostó de nuevo en la cama para descansar. Por la mañana Ilda salió silenciosamente y fue al lago helado. Llevaba patines; se los puso rápidamente y se encaminó a la pista de hielo, donde comenzó a bailar como una bailarina. En ese momento Patricia se despertó y se acercó a la mesa. Allí vio los antidepresivos de Ilda. Se dio cuenta de que no estaba y fue a buscarla. Pensó que podría haber ido al lago. El día anterior le había dicho que el lugar la tentaba. Cuando llegó, Patricia vio como su nueva amiga hacía círculos sobre el lago helado. Se estremeció. Ilda se movía sobre el hielo como en éxtasis. Patricia le gritó: «¡Vuelve enseguida!» Justo en ese momento el hielo se rompió e Ilda se hundió en la grieta que se había abierto para tragársela.

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      El mecánico

      Era un caluroso día de julio y Víctor, importante productor de series de televisión que elogian a la mafia, subió a su nuevo Ferrari de color rojo llamativo y se encaminó al taller mecánico. Unos treinta minutos después llegó al trabajo de su mecánico Rumen. En el taller se escuchaba chalga a tope. Víctor, vestido sin esmero, iba ataviado con varios anillos y aretes, y tenía tatuajes por todo el cuerpo. Se dirigió a Rumen:

      —Me parece que las pastillas de freno deben ser cambiadas. ¿Puedes verlas?

      —Desde luego. Voy a cambiártelas, pero tengo que pedir las que encajan con tu modelo. Llámame dentro de una semana.

      Víctor le tendió la mano al mecánico y se fue caminando igual que un vencedor, como creía que era y como se lo inculcaban los demás, ya que lograba que camiones tipo TIR cruzaran la frontera ilegalmente y sin pagar accisas. Gracias a esto podía invertir el dinero en cine y series de televisión de baja calidad. Había aparcado el coche frente al taller mecánico. Rumen pidió a su asistente que lo condujera adentro y lo colocara entre las dos columnas de la plataforma elevadora.

      Hacía un calor tremendo, el mercurio marcaba 35 °C. Grandes gotas de sudor se deslizaban por la frente de Rumen.

      Él había fijado la mirada en el Ferrari cuando ante sus ojos apareció una bella rubia, Pamela Anderson, vestida con escasa lencería sexy de color rojo. Rumen la había colocado en la barra de un bar para “arreglarle” distintas imperfecciones de su cuerpo. Ella gemía de placer y se volvía al otro lado para obtener más mejoras. Cuando terminó el procedimiento de reparación de la famosa rubia, Rumen suspiró con alivio. A su lado estaba su asistente y lo rociaba con agua. Le dio una botella de fría cerveza y le dijo:

      —Jefe, pareces mareado. ¿Estás bien?

      —Creo que es por el calor. Además, llevo mucho tiempo sin haber estado con una mujer.

      Rumen bebió de la cerveza. Cuando se recuperó, comenzó a reparar el rojo Ferrari.

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