El ejército y las partidas carlistas en Valencia y Aragón (1833-1840). Antonio Caridad Salvador
EL EJÉRCITO Y LAS PARTIDAS
CARLISTAS EN VALENCIA Y ARAGÓN
(1833-1840)
EL EJÉRCITO Y LAS PARTIDAS
CARLISTAS EN VALENCIA Y ARAGÓN
(1833-1840)
Antonio Caridad Salvador
UNIVERSITAT DE VALÈNCIA
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© Antonio Caridad Salvador, 2013
© De esta edición: Publicacions de la Universitat de València, 2013
Publicacions de la Universitat de València
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Diseño de la maqueta: Inmaculada Mesa
Ilustración de la cubierta: Augusto Ferrer-Dalmau, El general Cabrera en Morella, colección particular Diseño de la cubierta: Celso Hernández de la Figuera
ISBN: 978-84-370-9327-7
Edición digital
ÍNDICE
1.FORMACIÓN Y CONSOLIDACIÓN DE LAS PARTIDAS
2.ESTRUCTURA Y FUNCIONAMIENTO DEL EJÉRCITO
3.CRISIS Y DISOLUCIÓN DE LAS FUERZAS CARLISTAS
PRÓLOGO
La historia y las guerras contemporáneas mantienen una relación difícil. En España las asignaturas del bachillerato y los planes de estudios del grado en historia las tienen en cuenta, y hasta las usan para compartimentar temarios, pero a la hora de la verdad se les dedica muy poca o ninguna atención. La inmensa mayoría de los titulados superiores en historia contemporánea de nuestro país acabarán su carrera habiendo oído citar a menudo y como referencias insoslayables las revolucionarias y napoleónicas, las de independencia americanas, las dos mundiales o las civiles españolas, desde la de 1822-1823 a la de 1936-1939, pero rara vez habrán asistido a clases en que se analicen con detalle esos u otros conflictos armados. Cuesta discernir cuánto hay en esto de descuido o inercia y cuánto de rechazo consciente, genérico o frente a algunos enfrentamientos concretos. No obstante, hasta quienes sienten escrúpulos antibélicos saben que la guerra es un fenómeno histórico total, un torbellino del que no se escapa ni siquiera emprendiendo el camino de un exilio que, guste o no, también altera la relación de fuerzas en pugna.
Por otra parte, es notorio que la historiografía más destacada en nuestros días, la británica, alienta el estudio de la guerra, al tiempo que la historia militar, un género autónomo y diferenciado, cosecha un gran éxito en los países de habla inglesa. Ojalá que a este libro de Antonio Caridad le suceda lo mismo y le sonría la suerte editorial como merece. Sea como fuere, la historia contemporánea de España, que de un tiempo a esta parte parece moverse solo al compás de las conmemoraciones, se halla tan necesitada de historia bélica en sentido amplio como de buena historia militar de formato clásico, y Caridad nos suministra ambas cosas.
La guerra civil de 1833-1840 de que tratan las páginas siguientes, la conocida desde hace unas cuantas décadas como primera guerra carlista, proporciona un excelente ejemplo de esa costumbre a la que me refería de indicar los conflictos armados y después obviarlos. Se ha llegado a poner tanto énfasis en el adjetivo accidental de carlista –en realidad, absolutista español– que casi se borra el sustantivo, guerra. Sin embargo, de eso se trató, de una guerra, y no de una revuelta ni de un motín. Tampoco de una jacquerie campesina, como se ha dicho en ocasiones. Cierto, hubo un levantamiento rural en los reinos de la antigua Corona de Aragón y Murcia durante el verano de 1835, pero en él los campesinos, voluntarios y milicianos isabelinos prendieron fuego a las moradas de unos frailes a los que acusaban, con fundamento, de apoyar a las partidas carlistas.
Historiadores en principio tan distantes como Jesús Millán, José Ramón Urquijo y Ramón del Río han coincidido en que ese primer carlismo en armas estuvo subordinado a los designios de una élite social, económica y hasta cultural. Los dirigentes absolutistas españoles no podían reconquistar el poder que había comenzado a escapárseles el otoño de 1832 mediante el juego político, ya que lo rechazaban por principio, de modo que recurrieron a la guerra. En vez de la continuación de la política, aquella se convirtió en su recambio. Era, por lo demás, un recurso muy socorrido en un país donde las armas llevaban hablando casi sin cesar desde hacía un cuarto de siglo y en el que, como escribiría Pío Baroja el siglo siguiente, “para un hombre joven y lleno de entusiasmo se comprende el encanto de esta vida salvaje del guerrillero, que es la misma que la del salteador de caminos”.
Tiene poco sentido estudiar el primer carlismo sin tomar en consideración peripecias vitales como la que evocaba el escritor vasco y de la que tantos detalles se dan en este libro. En cambio, habrá que tenerlas en cuenta si se desea emplear una herramienta histórica tan potente –y peligrosa– como la empatía con las gentes del pasado. Sobre todo, la guerra y sus reglas se han de tener muy presentes si se quiere explicar la génesis de lo que primero fue la contrarrevolución carlista y solo muchas décadas después se convertiría en la comunión tradicionalista.