Nehemías. J. I. Packer
tampoco hubiera buscado el costoso y atemorizante papel de ser el líder en esa restauración, tampoco hubiera tenido lo que se requería para mantenerlo adelante frente a la apatía y animosidad que su liderazgo enfrentó. Mientras que es cierto que por temperamento era un maestro al punto de ser autocrático y áspero al punto de la obstinación, estas cualidades solas nunca producirían la paciencia, disposición, sentido de responsabilidad y libertad del cinismo defensivo que lo caracterizó. La cualidad de Nehemías que C. S. Lewis llamó obstinación en creer, el factor de continuidad, tenía algo sobrenatural que solo puede explicarse en la manera que el escritor de Hebreos explica la firmeza de Moisés al desafiar al rey de Egipto y dirigir a la chusma de israelitas en el peregrinaje a su nueva tierra: “Por la fe salió de Egipto sin tenerle miedo a la ira del rey, pues se mantuvo firme como si estuviera viendo al Invisible” (Heb. 11:27). Es sólo los que “ven” al Dios del pacto grande, poderoso, bondadoso, fiel los que son capaces de resistir la clase de presiones que Moisés y Nehemías enfrentaron -presiones que implicaban extremos de lo que los dichos ingleses de los años setenta llamaban “aggro”- y de aquí real riesgo a la vida. Esta visión produce esperanza, levanta la moral, y sostiene el compromiso en una manera más allá del entendimiento del mundo y de los de la iglesia cuya visión de Dios ha disminuido.
Se ha calculado que los varios lapsos del siglo veinte en barbarismo político, trivial y sociológico han producido más mártires que cualquier siglo anterior ha visto, aun el segundo y el tercero, durante los cuales el cristianismo era una religión prohibida y surgió persecución oficial vez tras vez. Simplemente es un hecho que aquellos que renunciaron a sus vidas antes que renunciar a su fe han venido de aquellos círculos cristianos en los cuales la visión bíblica del Dios vivo se ha enseñado y mantenido.
Por la mejor parte de dos siglos, formas del camaleón intelectual llamado liberalismo, o modernidad, han dominado las iglesias principales de occidente. La raíz del liberalismo modernista es la idea, surgido de la llamada Ilustración, de que el mundo tiene la sabiduría, de modo que el cristianismo debe absorber y ajustar a lo que el mundo esté diciendo en el mundo acerca de la vida humana. El deísmo, que desvanece a Dios enteramente del mundo de los asuntos humanos, y el punto de vista llamado hoy pananteísmo o monismo, que lo aprisionan penetrante pero impotentemente, han sido los polos entre lo que ha fluctuado el pensamiento liberal acerca de Dios. Pero ninguno de estos conceptos sobre Dios, es, o puede ser, trinitario; tampoco tiene espacio para creer en la encarnación, o en una expiación objetiva, o en una tumba vacía, o en el señorío cósmico soberano de un Cristo vivo hoy; y tampoco encuadra con la afirmación que la enseñanza bíblica es una verdad revelada divinamente. No es de sorprender, entonces, que el liberalismo típico produce, no mártires, ni personas que desafían el estatus secular, sino adornos, personas que van con el consenso cultural del momento, sea sobre al aborto, la permisividad sexual, la identidad básica de todas las religiones, la impropiedad del evangelismo y la tarea misionera, o cualquier otra cosa.
En el último siglo, cuando las ideas del progreso estaban en el aire y era posible creer que cada día en todas maneras el mundo estaba mejorando, el liberalismo, que se presentaba a sí mismo como un cristianismo de vanguardia, podría hacerse parecer correcto; en nuestro día, sin embargo, las personas que piensan que están seguros lo han encontrado equivocado. Hoy, después de todos los horrores que nuestra era han visto, la idea de que el mundo es el depositario de sabiduría parece más un mal chiste, y el punto de vista que clasifica al cristianismo de nuestros padres, el cristianismo que produjo a Agustín, Lutero, Whitefield, Wesley, Spurgeon, Lloyd-Jones y Billy Graham, como una bolsa de retazos de basura pasada de moda en el cual podemos mejorar las apariencias como realmente es. La única clase de cristianismo que puede razonablemente reclamar la atención para el futuro es el cristianismo basado en la Biblia que define a Dios en términos bíblicos y ofrece, no afirmaciones, pero transformación de nuestra vida desordenada.
Un signo esperanzador en medio de la confusión a gran escala que marca a la iglesia moderna es que más y más de lo que profesan ser cristianos reciben la Biblia como la Palabra de Dios y toman al Dios que encontramos en sus páginas con total seriedad, como lo hicieron los reformadores y los puritanos y los despertares evangélicos del siglo dieciocho. Ha sido como cualquier cosa que en cualquier tiempo en la historia que el Espíritu de Dios se ha movido en avivamiento. Fue así en los días de Nehemías, como veremos, y todavía es el caso que la vida espiritual comienza cuando almas con hambre se vuelven, o regresan, a la Biblia y su Dios. Quizás Dios no nos ha abandonado totalmente, después de todo.
La piedad de Nehemías
Las personas que viven cerca de Dios tienen más consciencia de Dios que consciencia de ellos, y si les llama piadosos o santos en su cara es probable que sonrían, muevan su cabeza y digan que les gustaría que eso fuera verdad. Lo que conocen de sí mismos se relaciona más con sus debilidades y pecados que con algún atavío espiritual verdadero o imaginario, y son reacios a hablar de sí mismos excepto como instrumentos en las manos de Dios, siervos cuya historia sólo merece ser tomada en cuenta porque es parte de la historia más grande de cómo Dios se ha exaltado en este mundo que le niega honor. Nehemías parece haber sido esta clase de santo, y las vislumbres que nos da de su vida interior son raras. Por temperamento natural él era tan extrovertido como Jeremías era introvertido, y en cualquier caso la manera de los extrovertidos es enfocarse en asuntos fuera de ellos mismos. Tres cosas al menos, sin embargo, pueden especificarse con seguridad sobre su vida espiritual, en cada una de ellas él es un brillante ejemplo para los creyentes cristianos.
Primero, el caminar con Dios de Nehemías estaba saturado con su oración, y oración de la clase más verdadera y pura; es decir, la clase de oración que siempre procura aclarar su visión de quién y qué es Dios, y celebrar su realidad en adoración constante, y volver a pensar en su presencia las necesidades y peticiones que se traen ante él, de manera que la expresión de ellas comience por especificar que “santificado sea tu nombre... que se haga tu voluntad... porque tuyo es el reino, el poder, y la gloria”. Como comenzamos a ver antes, Nehemías enfatiza su historia con oraciones a “mi Dios”, quien es “nuestro Dios”. Él comienza su libro con una trascripción completa de su plegaria por el pueblo del pacto (1:5-11), la termina con cuatro peticiones, la última de las cuales en realidad es su línea de terminación (13:14, 22, 29, 30), y se sale de curso para registrar otras oraciones a través de su narración. (¿Escribió estas oraciones en el primer momento que las hizo? Parece que así fue, y gran cantidad de personas que oran han encontrado que esta es una buena práctica.) Está claro que como escritor entiende, y ahora quiere que sus lectores entienda, que solamente las aventuras que comenzaron con oración y estuvieron bañadas de oración con ellas es probable que sean bendecidas como la aventura de reedificar los muros de Jerusalén, así que selecciona y ordena su material para proyectar esta verdad sin tener que ponerlo en palabras. Él nos habla de su oración para enseñarnos de su propio ejemplo que es la oración la que cambia las cosas, y que sin oración no hay prosperidad. Evidentemente había aprendido esto en años anteriores a que abriera su libro, así que cuando las malas noticias procedentes de Jerusalén sabía que su primera tarea era, como dice el antiguo himno: “llevar todo a Dios en oración.
La vida pública de Nehemías fue el flujo, y por tanto la revelación, de su vida personal, y su vida personal como lo muestra su narrativa estuvo empapada, y formada por oración habitual de petición, en la que la devoción, la dependencia y el deseo por la gloria de Dios encontraron igual expresión. En esto él está frente a nosotros como un modelo. “oren sin cesar”: “oren en el Espíritu en todo momento”, dice Pablo (1 Ts. 5:17; Ef. 6:18). Jesús dijo a sus discípulos la parábola del juez injusto “para mostrarles que debían orar siempre” (Luc. 18:1). La vida de Nehemías enseña la misma lección. La conversación privada constante con Dios, pidiendo y adorando, es una expresión natural de un corazón regenerado y una disciplina necesaria para un líder espiritual, y el ejemplo de Nehemías en este punto debería ser indeleble en nuestra mente.
Segundo, el caminar de Nehemías con Dios implicaba solidaridad con su pueblo -los judíos, pueblo de Dios- en su pecado y necesidad. Él era un hombre de grandes dones y marcada individualidad, viviendo como empleado oficial persa, primero como copero real, luego como gobernador de provincia; esto necesariamente ponía una