La síntesis del yoga. Julián Peragón

La síntesis del yoga - Julián Peragón


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para aterrizar en lo sagrado difícilmente se enreda en las miserias humanas. Porque lo sagrado es una presencia que se cuela hasta el tuétano y nos hace vislumbrar la majestuosidad de la creación, la interrelación profunda de todo lo que existe, la certeza de la impermanencia que nos ayuda a soltarnos de tantos y tantos asideros que prometen estabilidad y falsa seguridad. El amor devocional no es sólo cantar, hacer ofrendas y repetir plegarias, es ante todo un diálogo entre mi pequeño yo y mi Ser, entre tú y la conciencia que despunta en tu horizonte vital, entre el universo que nos rodea y el reflejo de lo divino que encontramos en cada árbol, cada animal y cada piedra.

      La respuesta ante esta relación íntima con lo sagrado se manifiesta en una actitud de celebración. La vida no se posee ni se manipula, pues la vida es otorgada. Agradecer en cada mañana, en cada relación y en cada situación la oportunidad de manifestar esa vida consciente que nos atraviesa es un gran don. Con eso nos basta.

       Liberación

      Siempre lo hemos intuido: el Yoga, en última instancia, apunta a la liberación de todo condicionamiento. Si una gota no tuviera la atracción de la gravedad o el empuje del viento sería absolutamente esférica; si nosotros no estuviéramos constreñidos por la necesidad o el vértigo de la existencia probablemente seríamos espontáneos, desinhibidos y atentos. Seríamos fieles a nuestra esencia como lo es la esfericidad a la gota de agua.

      ¿Qué lo impide? En primer lugar, nuestra ignorancia (avidyā). Hemos confundido esencia con carácter; la presencia del eterno presente por el sueño omnipotente del yo; hemos confundido el ser por el tener y hemos antepuesto las apariencias a lo que verdaderamente somos. Somos ignorantes aunque nuestras estanterías estén llenas de libros y nuestras paredes de títulos, somos ignorantes de haber perdido la conexión con el alma de las cosas.

      En segundo lugar, derivada de esa ignorancia, nos encontramos con una excesiva identificación con lo que creemos que somos (asmitā). Hay un yo hipertrofiado que lo filtra todo por el tamiz de sus gustos y por el engranaje de sus razones y que lucha a brazo partido por tener siempre la razón y por salir ganando en cualquier intercambio. Un yo loco de cordura es impermeable al misterio.

      Más allá de esa perspectiva egocéntrica, nos puede el deseo. Somos seres con un fondo de insatisfacción buscando en el lugar equivocado una llave que hemos perdido. Las experiencias placenteras prometen una felicidad de montaña rusa, te elevan momentáneamente a las alturas para dejarte caer sin previo aviso. Son experiencias sustitutorias de un anhelo profundo. Tristemente, queremos ver a Dios en el fondo de una copa de whisky o en la calada profunda de un pitillo y cosechamos, evidentemente, adicciones que tienen difícil solución. Esto es rāga, el siguiente hijo de la ignorancia y nos habla de esa zanahoria que perseguimos en nuestras experiencias, ese juego claroscuro del deseo que nos seduce con una mano mientras nos frustra con la otra.

      En cuarto lugar nos encontramos con dvesha, precisamente lo contrario de rāga, una aversión irracional a experiencias dolorosas o traumáticas que no queremos ver ni en pintura. Inconscientemente evitamos situaciones donde nos sentimos amenazados o vulnerables, situaciones que nos confrontan con un otro o donde podemos perder nuestro excesivo control. Evitamos situaciones que en su momento fueron dolorosas pero que, hoy en día, sólo son fantasmas de un pasado irresuelto. Nos vamos limitando y limitando hasta aceptar vivir al filo de lo no existencia.

      Por último, abhinivesha tiene que ver con el miedo que se ha instalado en todos los rincones de nuestro ser. Tenemos miedo a perder nuestra estabilidad, miedo a que las cosas cambien, miedo a envejecer, a enfermarnos, a ser marginados, a dejar nuestra pareja que no amamos y nuestro trabajo insufrible. Miedo a todo pero, especialmente, miedo a morir. Tememos vivir intensamente porque tanta intensidad nos obliga a asumir un riesgo que traiciona nuestra fidelidad al confort y la seguridad. Vivimos a medio gas mirando hacia otro lado cuando mueren los otros, como si fuera algo que no va con nosotros, como si secretamente tuviéramos en la guantera un seguro de vida para sortear la muerte o al menos, para postergarla.

      El Yoga habla de todo esto porque el Yoga es una respuesta al sufrimiento. Duhkha es sufrimiento, es un sinvivir, una restricción a la vida, una limitación de nuestras potencialidades. Esta restricción es el resultado de aquella ignorancia ante la vida, de la excesiva identificación con nuestro yo y de su polarización hacia el placer o la huida del dolor. Duhkha es ante todo miedo, un añadido emocional al hecho consustancial de vivir. Atravesarlo puede ser tan sencillo como aceptar que hay día y noche, aciertos y errores, encuentros y desencuentros, placeres y dolores, tan sencillo como aceptar que nacemos un día y que un día también hemos de morir.

      El Yoga nos dice que hay una salida al sufrimiento psicológico y que, si somos capaces de desactivar el mecanismo automático que se activa ante situaciones emocionalmente cargadas, podremos liberarnos de esa rueda pesada que nos aplasta.

      Moksha es esa liberación que está en la aguja que señala el norte del Yoga. Extinguir el fuego excesivo del deseo, liberarnos de nuestros condicionamientos, sustraernos de la actividad frenética de la mente hasta alcanzar la paz.

       Meta

      Casi tendría que pedir perdón por haber necesitado tantas palabras para definir el Yoga pero él, al igual que una montaña, tiene muchas caras y difícilmente podemos dibujar todas ellas en un mismo plano sobre el papel. Es necesario entender que el Yoga es como una tierra con muchas capas y muchos sedimentos, y para su análisis necesitamos un estudio en profundidad.

      El carromato con el que empezamos este viaje está a punto de llegar a la meta; seguramente no tiene nada que ver con lo que imaginábamos al principio, pero el Ser que viajaba en su interior ha vuelto a la fuente, ha regresado a casa. No es la casa de nuestros ensueños y no es, por si alguien tuviera alguna duda, el séptimo cielo. La meta se llama realidad, aterrizar en el mundo para seguir caminando. La meta se manifiesta en el momento presente, en ser lo que somos, en hacer lo que toca hacer, en bailar con las circunstancias y aprender a morir. La meta es sólo una metáfora en nuestra mente que nos incita a seguir viviendo. Podemos vivir las situaciones que nos trae la vida, sólo que ahora sabemos sostenernos en nuestra propia naturaleza esencial. Afianzados en la fuente de lo que somos, nuestra conciencia se expande sin límites y eso se asemeja a la presencia, a la plenitud y al éxtasis. Bienvenidos al Yoga.

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      Shri yantra

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      CAPÍTULO 2

       SĀDHANA

      la práctica personal

      Es maravilloso ver a músicos de jazz interpretando. Improvisan desde la escucha, se alternan sin brusquedades, se mimetizan con el ambiente y se vuelven cómplices con el público en un todo indisociable. Sin embargo, esa improvisación surge de un duro trabajo previo ensayo tras ensayo. Hay que dominar los instrumentos musicales y hay que repasar los compases básicos que sostienen esa improvisación.

      El Yoga y la música, como cualquier arte, es inspiración pero también mucha práctica. Es cierto que práctica resuena con disciplina y nos recuerda, tal vez por el ahínco que ponían algunos profesores en nuestra educación, una posición férrea cuando no un tanto arbitraria. Sobre este sentido del deber malentendido nos hemos rebelado tantas y tantas veces.

      Cuando nuestra práctica ha sido empujada desde una exigencia externa (ya sea de un grupo o escuela), o bien ha surgido como respuesta a una exigencia interna, es posible que nos hayamos encontrado con una práctica que se ha quedado en la superficie, en la robotización o en una actividad forzada con calzador que ha perdido espontaneidad. Al final, divididos, no hemos podido reconocer esa práctica como propia: una práctica que emane como expresión de un proceso interno, una práctica que tenga corazón.

       Práctica

      Pero si la práctica no es una disciplina externa a la que amoldarse ni un mandato al que seguir fielmente,


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