Rousseau: música y lenguaje. AAVV

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Chamfort: Máximas, pensamientos, caracteres y anécdotas, Madrid, edición de Antonio Martínez Carrión, Aguilar, 1989, § 348.

      Enrico Fubini

      Università di Torino

      El problema de la relación entre música y palabra, entre lenguaje de los sonidos y lenguaje verbal es antiguo como el mundo y se podría escribir un imponente volumen para contar su historia. Sin embargo, hay momentos en la historia del pensamiento humano en los que tal problema ha asumido una relevancia decisiva y se ha vuelto central en las reflexiones de los filósofos. El Siglo de las Luces indudablemente representa un momento clave en el desarrollo de este problema, porque abre la puerta a una nueva visión de las relaciones entre música y lenguaje verbal. La pirámide de las artes, en cuya cúspide está la poesía y en su nivel más bajo la música, clasificación aún ampliamente sostenida al menos en la primera mitad del siglo XVIII, incluso por Voltaire, estaba destinada no tanto a un cambio como a una subversión radical que habría visto música y poesía en una situación de complicidad y estrecha relación ya no escindible. Muchos pensadores, en particular del setecientos francés, han situado este tema en el centro de sus reflexiones, abriendo nuevas vías no sólo a la estética musical, sino a todo el pensamiento estético en su globalidad.

      La nueva atención de los pensadores dieciochistas a este problema ha tenido origen, sin duda, en el desarrollo impetuoso del melodrama en toda Europa. Nuevo género nacido a principios del siglo XVII, el melodrama quizá sea algo más que un nuevo género: se trata de una invención destinada a llevar savia nueva al lenguaje musical, al teatro y a la misma poesía. Acaso no sea exagerado afirmar que el nacimiento del melodrama y su desarrollo en la sociedad europea de los siglos XVII y, sobre todo, XVIII,ha representado una verdadera revolución en la historia de la música y de las artes. El problema clave planteado por el melodrama era precisamente la cooperación o, mejor, la fusión de música y poesía en la escena teatral. Pero este fenómeno no podía dejar de suscitar interrogantes fundamentales y cruciales: estos dos lenguajes que en la escala tradicional de las bellas artes se hallaban en los polos opuestos y, en cualquier caso, parecían tan heterogéneos y difícilmente congeniables, ¿cómo podían convivir y fundirse eficaz y productivamente? El primero parecía dirigirse esencialmente a los sentidos y a nuestro aparato emocional; el segundo, esencialmente a nuestra razón y nuestras facultades intelectivas. ¿Puede darse un parentesco y una cooperación entre los dos campos, tradicionalmente extraños si no enemigos? Desde el momento en el que el melodrama iba asumiendo un peso nada irrelevante, por cierto, en la vida y en la sociedad dieciochesca, es fácil de comprender que estos interrogantes, exquisitamente filosóficos y estéticos, ocuparan un lugar central en las reflexiones de los teóricos de la Edad de las Luces, debido a sus vastas implicaciones.

      En el curso del siglo XVIII se pueden identificar dos corrientes en lo que respecta al pensamiento musical: por una parte, están quienes se preocupan por fundar y salvar la autonomía y la autosuficiencia del lenguaje musical, con Jean Philippe Rameau a la cabeza; este discurso


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