Ostracia. Teresa Moure

Ostracia - Teresa Moure


Скачать книгу
pero faltaba de casa, y su mujer pensando en prostitutas... ¡Eso no podía llevar a nada bueno! Porque, por muy liberales que fuésemos, por muy modernas y convencidas de mejorar las condiciones de vida del prójimo, yo siempre tuve para mí que una cosa es enseñar a leer y otra justificar el pecado. Que las mujeres que supiesen leer sabrían llevar las cuentas de gastos de la casa o del negocio del marido, y eso no da reparo. Ni se me pasó nunca por la cabeza la idea de mujeres que viviesen fuera de la casa familiar y, como después se vería, tu madre vislumbró ahí un camino de libertades que no podía llevarla a buen sitio. Porque… ¿qué es mejorar el destino de las mujeres? ¡Hacer que puedan leer el periódico o un libro de cantos de misa! Efectivamente. Pero siempre hay alguna que da en imaginar que, a lo mejor, puede llegar a ser como un hombre, con su capacidad de ir y venir y, digo yo, si Dios nos quisiese así, libres y decididas como hombres, nos habría hecho a todos iguales, y no lo hizo. Y para hacernos distintos, tuvo Dios-nuestro-señor que pensar en cómo y en por qué, y decidió hacernos distintos por ahí abajo... Y bien se sabe que esa pequeña diferencia, destinada a que todo encaje y sean una sola cosa lo que antes estaba separado, le ha causado a Dios-nuestro-señor innumerables problemas ya desde el Paraíso. Si te digo la verdad, todo eso es demasiado complejo para mí. Pero creo que, si Dios tuviese que volver a hacer el mundo hoy, procedería de otra manera bien distinta.

      Y si escribes algo de todo esto, que no salga mi nombre así en el de mujeres a favor de la modernidad ni devotas de los salones, que finalmente lo mejor del socialismo fue que se dejasen esas cosas todas pecaminosas. Que para mí lo único malo de los bolcheviques era el ateísmo, aunque yo continué siempre teniendo mi icono en casa y recé cuanto quise. Por lo demás los bolcheviques fueron siempre gente de orden... Sí, tenían respeto por la esposa y devoción por los hijos. Mira a tu padre, si no, que cuando Inessa le vino con la barriga de otro, y encima, siendo el otro su propio hermano, bajó los santos todos del cielo, que es cosa de perdonar en un momento así en un hombre siempre sobrio y gentil, pero después le dio trato de hijo y le puso su Alexandrievich tras el nombre, para no llamar la atención. Que, en mi opinión, el mejor bolchevique de la casa era tu padre, aunque no entrase nunca en el partido ese. De hecho, lo prendieron una vez por tener libros marxistas o no sé qué, por esa época, cuando tu nasciste. Después, claro, no entraría en el Partido, porque ya los cuernos le llegaban a la Luna, pero era un puro bolchevique, vamos, eso creo yo. No como otras que se apuntarían a un bombardeo con tal de no estar en casa. Y, si escribes algo finalmente con todo esto, no te olvides de poner mi nombre, que yo nunca he salido en un libro... Pero no como amiga de prostitutas ni feminista, pon algo así más normal...

      Várvara Armand (sin fecha). Entrevistas para aclarar la figura de mi madre: Extracto 21, anónimo.

      [Las entrevistas fueron transcritas de acuerdo con el modelo taquigráfico para el ruso de Anna Grigórievna, por cierto, esposa que fue de Fedor Dostoievski, autor de Los hermanos Karamazov, obra prohibida hasta 1953 por Stalin, por ser representativa de la moral individualista burguesa. V. Armand].

      11

      Si un viajero quisiese instalarse en Ostracia

      y viniese a pedirme consejo,

      le mentiría.

      Con toda tranquilidad,

      le hablaría de las lechuzas que cantan por la noche,

      de los corzos que a veces salen a los caminos.

      Le cantaría las bellezas todas de Ostracia:

      la humedad de los bosques,

      la intensidad de las puestas de sol,

      y el canto de mil pájaros al amanecer.

      Mentiría.

      No hablaría de que los vecinos nunca saludan,

      ni de la suciedad que rodea todo cuando cortan la hierba en las últimas horas de la tarde.

      No hablaría de que es imposible venirse a vivir a Ostracia

      voluntariamente

      en un acto de decisión individual.

      Imposible.

      A Ostracia solo se puede venir desterrada.

      Inessa Armand (abril de 1908). Cuadernos apócrifos. Mezen.

      12

      ¿Escribir sobre Inessa? ¡Quítate esa idea de la cabeza inmediatamente! Tu madre no puede ser explicada en un libro. No es que no quiera ayudarte. Tienes que saber que me estás pidiendo algo íntimo y lo íntimo no puede ser recogido en la Historia, por definición. Compartí con ella una parte insignificante de nuestras vidas. Estuvimos presas juntas en Moscú, antes de ir a Mezen. ¡Aquel destierro fue cruel! Ya sé que lo sabes... Era tan excesivo para una madre que apenas podía ser acusada de que en su casa se celebrasen reuniones antizaristas o de imprimir material informativo sobre marxismo... que solo podía explicarse como un castigo ejemplar. Las autoridades de ese viejo mundo que estaba derrumbándose se complacían de que todo el peso de las leyes fuese a caer sobre una extranjera rica... Finalmente, ella traía modelos de existencia que rompían la familia de siempre. Sí, extranjera, porque apellidándose Armand nadie puede ser verdaderamente ruso, ¿no? La política estaba por todas partes y en cierta manera era consentida; las nuevas costumbres, no. Cuando volví a verla, había intentado recomponer mi vida, había salido de Rusia y habitaba otros horizontes. Si tuviese que contar la verdad de Inessa no hablaría de ella, sino de otras mujeres que llevaban décadas desafiando esas costumbres. Voy a contártelo... pero nada de tu madre.

      En Rusia, antes de la revolución, muchas mujeres en el campo se casaban antes de tener la primera menstruación. En el tiempo en que trabajé en un hospital en Petersburgo, supe de muchos usos antiguos que todavía eran frecuentes entre nosotros. En cierta ocasión entró una mujer de parto porque, aunque lo habitual era parir en casa, por cualquier complicación podía aparecer una parturienta y también era atendida. Me sorprendió, al quitarse la ropa, ver que traía sus partes llenas de azúcar. Una partera que había ido a atenderla valoró que el parto iba a ser difícil, así que la mandó al hospital, no sin antes haber hecho esa curiosa recomendación: puesto que el bebé no quería salir a ver la luz del día, lo mejor era intentar persuadirlo poniéndole algo dulce ¡No te rías...! Antes de la revolución, Rusia era un país salvaje, de hielo y osos. Por eso no quise regresar allí... Durante años las clases altas habían procurado educar a sus hijas y las niñas solicitaban el ingreso en las universidades que, invariablemente era denegado. Ante la reiterada falta de éxito, muchas marchaban a Zúrich, de manera que en el 73 el zar decretó que les fuese negado el acceso a los trabajos del estado a las mujeres que hubiesen estudiado allí. Insistía el decreto en la inmoralidad de las estudiantes rusas fuera de casa... Todo fue muy difícil. ¿No conoces el caso de Sofía Kowalevsky? Moriría cuando tú naciste... Pues, contando las cosas por el principio, tres muchachas deseosas de estudiar, por los setenta, escogieron a un hombre con fortuna, el tal Kowalevsky y se le ofrecieron para una singular aventura: él podía decidir con cuál de ellas se casaba y las otras dos acompañarían al matrimonio y así podrían salir de Rusia para estudiar... Sofía, que fue la elegida, llegó a ser una matemática mundialmente famosa... Cuento todo así tan mal que pensarás que estoy loca pero aquel tiempo es difícil de explicar. Lo que quiero decirte es que el mundo no necesita de una historia verídica de tu madre. Ella llegó a relacionarse con personas tan importantes para el futuro de la humanidad que su verdadera vida carece de interés. Se publicarán obras y más obras sobre ella y apenas dirán que fue la amante de tal señor o de tal otro, pero realmente solo puede ser entendida en la tragedia que nos afectaba a todas. Cuando la prendieron, tu madre tenía cinco hijos, entre los trece y los cuatro años. ¿Cómo pudieron hacerle eso? El 21 de noviembre, en la Estación Yaroslavsky, el tren que la llevaba al exilio hizo una parada para que ella, custodiada por dos guardias, pudiese saludarnos −éramos unas pocas personas congregadas para despedirla, además de todos los miembros de tu familia−, ¿te acuerdas? Marchaba a Arcángel, y después todavía más al norte. Sé que lo viviste, pero no siempre entendemos el desgarro que puede producir en los otros el castigo. La sentencia dictaba que Elizaveta Fedorovna Armand era un peligro para el orden público. ¿Qué significa un peligro para el orden público,


Скачать книгу