Siembra y cosecha de conocimiento. Rosalba Frías-Navarro
Agradezco a las instituciones y a las personas por creer en este trabajo y acompañarme en su desarrollo.
En primer lugar, a la Pontificia Universidad Javeriana por su apoyo en tiempo, experiencia y por las posibilidades de conocer los programas Suyusama, IMCA y PROSOFI.
A todas y cada una de las personas que encontré en Suyusama: José Alejandro Aguilar, S. J., Luis Javier Rodríguez, Sileny Salcedo, Marco Gómez, Marly Zambrano, Aramid Suaza y Rodrigo Duque. Todos ellos creen y trabajan comprometidos con su región; son actores clave para contribuir a que las personas de las comunidades que acompañan alcancen la vida querida.
A la comunidad Quillacinga en Obonuco: gobernador Efrén Achicanoy, Silvia Alejandra Pupiales, Floralba Achicanoy; a los taitas John Jairo y William por su ejemplo de perseverancia y fe.
También doy gracias a mis profesores de la Universidad Nacional de Colombia: a Luz Alexandra Montoya Restrepo, por su apoyo y dirección; a Carlos Moreno Mantilla y a Carlos Cortés Amador, que en sus seminarios me fueron envolviendo en este mundo de la investigación.
Agradezco a la Universidade Federal do Rio Grande do Sul (Brasil); a Eugenio Ávila Pedrozo, por su forma de escuchar y de mostrarme los caminos.
A los profesores jurados de este trabajo de investigación: Tania Nunes da Silva, M. Sc., Ph. D., de la Universidade Federal do Rio Grande do Sul; Margarita María Gaviria Velásquez, M. Sc., Ph. D., de la Universidad de Antioquia, y Carlos Moreno Mantilla, M. Sc., Ph. D., de la Universidad Nacional de Colombia.
A mi familia y amigos.
A Frida.
La economía del conocimiento en un mundo globalizado trae consigo nuevos retos no solamente a las organizaciones, sino también a las regiones y sus territorios. El ritmo acelerado de la innovación en entornos turbulentos, la importancia cada día mayor de la educación, la experiencia y el buen juicio en la toma de decisiones y el cuidado por el medio ambiente son algunos aspectos que impulsan la investigación hacia la identificación de modelos de creación de conocimiento que involucren múltiples factores para innovar, que es la base del desarrollo económico y la mejora de la calidad de vida de las personas en una región determinada.
Por otra parte, el “entorno turbulento cotidiano” de un “país del tercer mundo”1 es expuesto diariamente en los medios de comunicación y en las redes sociales. Allí, abunda la información que hace parte del contexto y el diario vivir de comunidades de campesinos, indígenas y, en general, de grupos minoritarios olvidados o abandonados a su destino. Se habla de corrupción política; desastres naturales; minería legal e ilegal, con sus empresas de “explotación” destructiva y procesos con consecuencias irreversibles para el medio ambiente; huelgas de agricultores que claman por mejores ingresos, acceso a la educación y seguridad social para comunidades que viven paralelamente con la violencia de los grupos al margen de la ley y los asesinatos de sus líderes sociales. Al mismo tiempo, mientras la investigación académica y la vida universitaria acontecen, es fácil ver cómo se deteriora el medio ambiente, la sociedad y, por consiguiente, la calidad de vida en el planeta. Cientos de miles de personas están muriendo de hambre, mientras que otros siguen viviendo su vida cotidiana normalmente con indiferencia hacia la problemática mundial, que no se sabe si es producto del individualismo o, bien, una forma de protegerse del dolor que esto causa.
Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO, 2018), la población mundial se ha duplicado desde la década de 1960: hay cerca de 7500 millones de personas, y se prevé que aumente considerablemente en las próximas décadas, debido a una combinación de la alta fertilidad de los jóvenes y la mejora de la esperanza de vida. Los habitantes urbanos son aproximadamente el 55 % de la población mundial. Se encuentra que, mientras más desarrollado sea un país, la participación de la agricultura en su producto interno bruto (PIB) disminuye y se acompaña de la migración de la fuerza laboral de la agricultura a los sectores no agrícolas. Entonces, para que la agricultura siga desempeñando su papel vital en la soberanía alimentaria, es importante motivar a las personas para que continúen su trabajo en el campo. Esto se logra invirtiendo en el campo y propiciando modelos de agricultura sostenible económica, social y ambientalmente, lo que implica mayores ingresos económicos y la mejora en las condiciones de vida de estas personas. A su vez, estas inversiones serán cruciales para alimentar a las aproximadamente 821 millones de personas que en el año 2017 se detectaron como crónicamente desnutridas en el mundo; es decir, una de cada nueve personas carece de alimentos suficientes para llevar una vida activa y saludable. Estadísticas basadas en la escala de experiencia de inseguridad alimentaria muestran que cerca del 10 % de la población mundial estuvo expuesta a una inseguridad alimentaria severa, lo que corresponde a aproximadamente 770 millones de personas.
En términos de resolver el problema mundial de la inseguridad alimentaria, es decir, de asegurar que todas las personas tengan siempre acceso físico, social y económico a alimentos suficientes, nutritivos y no nocivos, para que tengan una vida activa y sana, se requiere considerar la producción, la comercialización y las existencias de alimento mundial, así como el acceso a los alimentos, que depende de los precios del mercado y del poder adquisitivo de las personas, que a su vez tiene relación con las oportunidades de empleo o de recibir ingresos. Sin embargo, la disponibilidad de alimentos es un factor que en varios países depende de los conflictos políticos y de las variaciones del clima, lo que ha impactado y provocado un incremento en el hambre en algunas regiones. Por otra parte, la producción de cultivos está relacionada con las áreas cosechadas y los rendimientos o cantidades producidas por hectárea o unidad de área, modalidad que en general está pensada bajo el modelo de monocultivo, que implica el uso indiscriminado de agroquímicos y fertilizantes y, en ocasiones, de semillas transgénicas, con la premisa de aumentar la productividad. Sin embargo, estas prácticas han incrementado los costos de producción, que a su vez afectan la rentabilidad; además, el uso intensivo de agroquímicos ha producido contaminación de las fuentes de agua, por lo que ha afectado la salud y el medio ambiente. Consecuentemente, hay un deterioro progresivo de los suelos, las fuentes de agua y los bosques, lo que impacta negativamente al medio ambiente y a la productividad misma de los cultivos.
En Colombia, grupos de poblaciones vulnerables ven las opciones de trabajo en el sector agrícola como oportunidades para mejorar sus ingresos, dada su situación de pobreza y abandono, que generalmente es acompañada por entornos de violencia en el territorio. Gran parte de la mano de obra en la agricultura es informal, caracterizada por la estacionalidad en la demanda, a lo que se le suma que los trabajadores deben saber cómo desempeñarse en múltiples actividades en los lugares de trabajo, algo así como “trabajadores multitarea” con pago de jornales diarios, cuya cantidad depende de la región.
Otra característica es que el trabajo puede no ser remunerado o, bien, suministrado por miembros de la familia, que manejan economías de subsistencia mientras sacan al mercado sus cosechas, que a la vez se ven afectadas por la alta volatilidad de los precios del mercado para productos genéricos sin ninguna diferenciación. Debido a que una gran parte de los trabajadores pobres están involucrados en la agricultura, el desarrollo en este sector tiene un alto impacto en el bienestar de las comunidades que habitan el territorio.
Lo anterior desencadenó el interés en llevar a cabo una investigación doctoral enfocada en la comprensión de los procesos de creación de conocimiento regional en territorios rurales, cuya importancia y pertinencia no solo se basa en su consideración como una de las fuentes para lograr una ventaja competitiva, sino, principalmente, para desarrollar formas alternativas de construir un mundo mejor para las comunidades que allí habitan. El trabajo se llevó a cabo en el departamento de Nariño, al sur de Colombia, en donde por más de dos décadas se han promovido dinámicas participativas para trabajar en planificación y gestión a través de la implementación de consejos populares. En este marco, Suyusama —el programa