Sed de más. John D. Sanderson

Sed de más - John D. Sanderson


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milagros (1996)

      El evangelio de las maravillas (1998)

      Las noches de Constantinopla (2000)

       20. GUERRA CIVIL HISPANO-IRLANDESA Y MÁS ALLÁ

      Pasiones rotas (1998)

      Dagon, la secta del mar (2001)

       EPÍLOGO

       BIBLIOGRAFÍA CITADA

       ÍNDICE DE PELÍCULAS

       ÍNDICE ONOMÁSTICO

      INTRODUCCIÓN

      Dedicar un volumen a la trayectoria internacional de Francisco Rabal se justifica porque actuó en películas de grandes directores con repercusión mundial durante una época en la que resultaba insólito para un intérprete español tener un papel protagonista en cinematografías extranjeras formal e ideológicamente innovadoras. Rabal aparecía al frente de repartos de películas proyectadas en los festivales más reconocidos, algunas de ellas invisibles para el público de su país hasta la muerte del dictador. Para entonces, el talento y el compromiso del actor ya llevaban años superando fronteras, prejuicios y tópicos, consiguiendo con cada rodaje internacional saciar su sed de aprendizaje y experiencia, su sed de más.

      Nacido el 8 de marzo de 1926 en la Cuesta del Gos, Águilas, Murcia, a muy temprana edad se trasladó con su familia a Madrid en busca de un futuro mejor. Ya había vendido caramelos por la calle y trabajado en la fábrica de Chocolates Gelabert cuando surgió la oportunidad indirecta de sumergirse en el mundo del cine. Con dieciséis años entró a trabajar como electricista en los estudios Chamartín y, al asomarse por primera vez al rodaje de Fortunato (Fernando Delgado, 1942), Rabal decidió que quería ser actor. En los descansos para comer ojeaba los guiones que encontraba por allí y se ofrecía para interpretar los papeles más insignificantes, pero no le hacían caso. Su única «experiencia cinematográfica» de aquel año se produciría en La rueda de la vida (Eusebio Fernández Ardavín, 1942), cuando reemplazó a Antoñita Colomé tapado hasta arriba en una cama durante una escena en la que entraban varios hombres en su habitación para apalearla, recibiendo él anónimamente los golpes. No sería hasta 1946 cuando tuvo lugar su primera aparición física reconocible en una pantalla con El crimen de Pepe Conde (José López Rubio), como ayudante de un mago en un espectáculo, y 1950 cuando representaría su primer papel protagonista absoluto en La honradez de la cerradura (Luis Escobar). A partir de entonces, su participación en películas de directores como Francisco Rovira Beleta o Rafael Gil no hacía prever una carrera internacional para Rabal, pero precisamente como consecuencia de la presentación de una película de este último en el Festival de Venecia de 1954, El beso de Judas, surgió la oportunidad de protagonizar una coproducción hispano-italiana, y el actor español firmó el contrato sin pensárselo dos veces. De alguna manera había que empezar.

      Se considera que su encuentro con Luis Buñuel fue el detonante de su trayectoria internacional. El gran director aragonés le eligió desde su exilio mexicano para protagonizar Nazarín (1959) tras verle actuar en Historias de la radio (José Luis Sáenz de Heredia, 1955), donde Rabal demostraba su versatilidad actoral en una comedia que le alejaba de las pautas melodramáticas que habían marcado su carrera hasta entonces. Nazarín catapultaría la repercusión mundial del actor y del director, para quienes nada volvería a ser igual, y la consagración de Viridiana (1961) con el gran premio internacional del Festival de Cannes no hizo más que confirmar lo determinante de aquella colaboración mutua.

      Cronológicamente hubo actores españoles que participaron muy meritoriamente en cinematografías internacionales antes que Francisco Rabal. Conchita Montenegro, inicialmente emigrada a Estados Unidos para protagonizar dobles versiones hispanas a principios del sonoro, acabaría actuando en producciones genuinamente hollywoodenses durante los años treinta; Sara Montiel se establecía en México en 1951, y de ahí daba el gran salto a Estados Unidos, donde trabajó a las órdenes de Robert Aldrich, Samuel Fuller y Anthony Mann; Carmen Sevilla y Lola Flores gozaban de una fama considerable, respectivamente, en las cinematografías francesa y mexicana de aquella época, y Jorge Mistral protagonizó una película de Luis Buñuel en México, Abismos de pasión (1954), antes de que el director aragonés ni siquiera hubiera oído hablar de Francisco Rabal. Y habrá otros nombres injustamente olvidados en esta relación, pero en el caso de Rabal se incorporaban valores añadidos.

      Un factor destacable era su protagonismo en películas ideológicamente comprometidas. Resultaba impensable que un actor español interpretara en 1957 un papel como el de Salvatore en Prisionero del mar (La grande strada azurra, Gillo Pontecorvo), un pescador comunista que organiza una cooperativa con sus compañeros para hacer frente a la explotación empresarial, cuando la demonización del sindicalismo obrero era la norma en su país. O que encarnara a Elia en Tiro al piccione (Giuliano Montaldo, 1961), un «camisa negra» de Mussolini progresivamente desencantado con el fascismo y consiguientemente ejecutado por traición. Su mérito era considerable porque las repercusiones en España de sus devaneos con la izquierda cinematográfica internacional podían acarrearle consecuencias negativas. Y las hubo.

      Aún más importante era que contaran con él directores cinematográficos de primer nivel. Ya se han mencionado las dos históricas obras de Buñuel, pero el hecho de que prácticamente coincidieran en el tiempo con su papel de Riccardo a las órdenes de Michelangelo Antonioni en El eclipse (L’eclisse, 1962), junto a Alain Delon y Monica Vitti, le ponía en la órbita del cine más transgresor de la época. El director italiano hacía saltar por los aires muchas convenciones narrativas cinematográficas, y que nuestro actor ocupara un espacio en ese hervidero creativo (y, consiguientemente, en la mayoría de las enciclopedias universales del cine publicadas desde entonces) también justifica lo distintivo de su trayectoria actoral.

      Y no fueron solamente directores europeos. Desde el otro lado del Atlántico grandes realizadores latinoamericanos supieron valorar su talento, desde el argentino Leopoldo Torre Nilsson (La mano en la trampa, 1961; Setenta veces siete, 1962) hasta el mexicano Arturo Ripstein (El evangelio de las maravillas, 1997), algo que le tendría yendo y viniendo a distintos países del continente americano, incluso a Estados Unidos, durante cuatro décadas. Toda esta actividad internacional le hizo compartir reparto con reputados actores internacionales como Louis Jourdan, Irene Papas, Vittorio Gassman, Max von Sydow, Glenda Jackson, Marcello Mastroianni, Claudia Cardinale, William Hurt, Lauren Bacall y un largo etcétera, lo cual contribuyó, sin duda, a depurar su técnica interpretativa. Tuvo incluso la oportunidad de conocer al legendario Orson Welles cuando este se encontraba en España preparando el rodaje de Campanadas a medianoche (Chimes at Midnight, 1965). Rabal no llegó a participar en el proyecto (sí lo hizo su íntimo amigo Fernando Rey), pero intercambió impresiones ante un vaso de buen vino en un popurrí de distintos idiomas con un director y también actor que, como él, buscaba más allá de las fronteras de su país la posibilidad de seguir desarrollando su talento creativo.

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      Orson Welles y Francisco Rabal. Foto: Lara.

      En este volumen se procurará, por tanto, hacer un trazado sobre la evolución de la labor interpretativa de Francisco Rabal en el ámbito internacional. Su naturaleza autodidacta le situaba en un proceso de aprendizaje continuo en el que la observación y la experiencia propia iban fundamentando su poso actoral, aunque las claves aportadas por algunos directores también contribuyeron a su crecimiento profesional. Su citada interpretación como Salvatore le debe bastante al trabajo de Pontecorvo, ya que el comedimiento gestual con el que, paradójicamente, transmite tanta emoción en el desarrollo de su personaje era insólito


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