Caminar dos mundos. Márgara Noemí Averbach

Caminar dos mundos - Márgara Noemí Averbach


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target="_blank" rel="nofollow" href="#ulink_ce1b9c69-46c0-5823-b50c-65787a0de422">9 Louise Erdrich, Tracks, New York: Henry Holt. 1988, pág. 225. “Convertirme en otro burócrata fue la única forma en la que pude vadear a través de las cartas, los informes, el único lugar en el que encontré un punto de apoyo para arrodillarme, estirarme a través del agujero y traerte a casa. Contra todos los chismes, los labios fruncidos, la risa, produje papeles de los registros de la iglesia para probar que yo era tu padre, el único que tenía derecho a decir dónde irías a la escuela y que debías volver a casa”.

      Según Eric Cheyfitz, toda traducción (lingüística o cultural) entraña violencia contra el objeto, discurso o idioma que se traduce (la lengua origen) porque trata de expresar una idea a través de un significante que no es equivalente al del original (un significante correspondiente a la lengua meta). Las equivalencias entre lenguajes nunca son completas porque las culturas que les dan origen leen el mundo desde distintas visiones del mundo. Por esa razón, los significantes de cualquier idioma pertenecen a un sistema y a una cultura en particular y no se transmiten a otros, no sin costos esenciales en el nivel semántico.

      Cuando una cultura traduce a otra, pervierte la cultura original porque la explica a través de significantes que expresan ideas, instituciones y conceptos que en el lenguaje de origen son inexistentes. Eso es inevitable y muchas veces se hace sin intención, pero en la mayor parte de los casos, la violencia de la traducción tiene también una función económica e ideológica: borra la “diferencia” del Otro, la convierte en algo manejable, manipulable, la domina y la domestica, como dice Walter Benjamin. Cuando le es posible, la elimina por completo.


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