Memorias de un cronista vaticano. José Ramón Pin Arboledas
esperé a lo largo de mi vida tener relaciones con miembros del Gobierno de la Tierra, como la impresionante secretaria del Gobierno Global, Sra. Randia; ni codearme con cardenales como monseñor Pasquali, nuncio (embajador de la Santa Sede) ante el Gobierno global con sede en la capital del mundo, Nueva York; o al reverendo Duálvez, segundo en la Secretaría de Estado de la Santa Sede (su Ministerio de Asuntos Exteriores), cada uno de ellos representante de dos escuelas teológicas enfrentadas.
Tampoco imaginé toparme con personajes como Paul Corvine, CEO de una multinacional farmacéutica poderosa, L’ Airreal Co, protagonista de una historia de ambiciones y enredos en la que me encontraría con mi sobrina Brigitte, una brillante doctora investigadora psicosocial de las reacciones de los equipos humanos en los viajes de colonización espacial, historia en la que se entremezclan las acciones de una ONG caribeña, el narco-cartel de Bucaramanga, sus sicarios y sus oficinas gestoras esparcidas por todo el mundo y en la que, Luigi, el dircom de un importante bufete de abogados internacional con sede en Londres actuaría de manera sibilina.
Ni soñando llegué a fantasear con que conocería a diputados del Parlamento global de distritos lunares como Kewman y Sajarof, o a Mark, diputado selenita al que la doctora Jalm dio un certificado de buena salud para un viaje espacial. Ni supuse nunca las sospechas del inspector de Seguros de Viaje, Sr. Jorodich, sobre la validez de ese certificado, sospechas que desencadenaron acontecimientos que influyeron en la legislación del Parlamento global y las pesquisas policiales del capitán Valit y Julia, la inspectora teniente de la Policía global, hechos que atañeron al secretario de Orden Público del Gobierno global, el honorable Jacky Suensi.
Por supuesto que nunca creí que pudiera ser cierta la idea de mi amigo, el periodista Boris, corresponsal de «Global News» en el Vaticano, sobre la posible la existencia de una Triple Coalición financiero-político-teológica cuyo objeto es dominar el mundo e imponer su ideología, una ideología basada en el legado de prohombres del siglo XX y XXI de corte capitalista y radical-laicista iniciada por personas social y económicamente poderosas. Una coalición que intentaría imponer sus ideas hasta en la Iglesia católica y sus entornos mediante tentaciones de poder y honores, como las que recibieron tanto Boris como mi sobrina Brigitte, la teniente Julia y otros muchos.
Todo ello fue lo que viví desde mis estancias alternativas en Roma y Nueva York, lo que les intentaré contar de acuerdo con el soneto que un día encontré en el Vaticano y encabeza este relato. Para eso necesito describir el contexto en que se movía la ideología dominante en este siglo mío, que hunde sus raíces en los siglos XX y XXI, en los que se produjo una confluencia entre dos corrientes que parecen contrapuestas pero que en realidad son complementarias y sinérgicas.
La primera era la de los defensores de un capitalismo radical. En ella se encontraban personajes financieros como un tal Soros, hábil en finanzas e impulsor de un foro anual de discusión en la ciudad de Davos, donde asistían y aún asisten cada año casi todos los personajes que ellos consideran importantes en el mundo. También había empresarios con capa de filántropos, como un tal Bill Gates, fundador de una empresa de éxito, Microsoft, y luego animador de campañas sociales a través de su fundación. La convicción de esta corriente filosófica era que el hombre puede desafiar cualquier reto y llevar a la humanidad por sí sola al éxito global, despreciando cualquier referencia a algo que supere la propia naturaleza material del ser humano.
La segunda corriente ideológica era un conjunto de teorías a las que se suponía liberadoras de ese ser humano. No solo suponían la ignorancia de un ser superior como Dios sino que también pensaban que el hombre podía despreciar a su propio espíritu, que la materia era lo único importante. En ambos principios coincidían con los capitalistas. Por último, el avance científico les había llevado a la conclusión de que el ser humano también podía superar su propia naturaleza y construirse a su voluntad o deseo. No importaba, por ejemplo, qué características tuviera al nacer; podía ser lo que quisiera. Incluso se pensaba que en el futuro podría trasladar su consciencia a organismos cibernéticos, rayando los límites de la vida permanente.
Estos conjuntos de ideas se habían reunido bajo un paraguas denominado Humanismo Liberador (HL), y por supuesto estaban en contraposición en muchos casos con el pensamiento judeo-cristiano y, dentro de él, la doctrina católica defendida por la Santa Sede.
A principios del siglo XXI la suma de todas estas ideas se convirtió en lo que se llamó «pensamiento políticamente correcto». Toda aquella persona que mantuviera ideas fuera de este horizonte era considerada reaccionaria y, en algunos casos, fascista, mientras que los que se mantenían dentro de sus coordenadas ideológicas se autocalificaban de progresistas, demócratas y todos los calificativos favorables que se le ocurran al lector.
Debido a este contexto puede que los primeros capítulos le resulten algo densos. No se desanime. Si consigue sobrepasarlos, le asombrará lo que ocurrió, lo mismo que a mí. De hecho, yo aún no he salido de mi asombro. Especialmente, después del misterioso incendio iniciado en la cocina de la Nunciatura Apostólica en Nueva York (¿accidente o acción criminal?) que supuso la intervención de la Policía global y sus pesquisas y consecuencias posteriores.
Libro I
En donde se plantea una batalla en el Parlamento Global
I. Un mundo dominado por las teorías del «Humanismo Liberador»
En este año del Señor de 4.344 d. C. yo, cronista del Vaticano, relato los acontecimientos tal como los vi. Puede que no sean toda la verdad, pero sí mi verdad. Era el papado de Calixto X, el primer pontífice nacido fuera de la Tierra en la colonia lunar permanente. El Colegio cardenalicio lo había elegido hacía unos meses y en su acceso a la «cátedra de Pedro» ya se anunciaba que iban a ser tiempos turbulentos para la Iglesia. El presidente del Gobierno de la Unión de los Pueblos Humanos (UPH), George Nerwin, mostró su malestar por esta elección.
Después de una época de continuo aumento del poder político del Partido del Humanismo Liberador y su injerencia en todos los aspectos de la vida de las personas, el papado quedó como casi la única autoridad moral independiente. Se manifestaba a menudo en contra de las teorías oficiales del Gobierno de la Tierra. Sus doctrinas se oponían, por ejemplo, al aborto, la eutanasia, los embarazos extracorpóreos en laboratorio (que la Iglesia católica solo aconsejaba cuando había riesgo de vida del feto o de la madre, y solo a partir de un tiempo de embarazo natural), la clonación humana (que por razones éticas había sido prohibida a nivel global) o la transmigración cuántica1 de la teoría del post-humanismo.
El Vaticano también abogaba por la separación del poder temporal y el espiritual, etc, doctrinas que mantuvieron firmes en los concilios de los siglos XX, XXI, XXII… y estaban contra las teorías oficiales del Gobierno global planetario reunidas bajo la denominación de «Humanismo Liberador» (HL).
Junto a la Iglesia católica, la ortodoxa y algunas minorías religiosas (judías, islámicas…) mantenían su moral de siempre. Por el contrario, otras confesiones y escuelas filosóficas habían ido evolucionando o claudicando, aceptando los postulados del HL.
En estos años estaba creciendo un movimiento nuevo, de origen ecologista, llamado Humanismo Natural (HN) cuyo principio era volver a los orígenes civilizadores de la humanidad. Coincidía en muchos planteamientos con la Iglesia católica, pero por razones ecológicas. Por ejemplo, era contrario al aborto y los embarazos extracorpóreos de manera mucho más radical. Tenía una representación muy minoritaria en el Parlamento global, en el que eran muy activos.
1 Es el intento, aún no logrado hasta la fecha de este relato, de transferir la conciencia humana a un ordenador cuántico alargando su existencia fuera del cuerpo humano. La Iglesia católica defiende que el ser humano es cuerpo y alma (o conciencia según algunos) y su separación en la muerte es solo temporal volviéndose a unir en la resurrección. Todo intento de mantener la vida fuera del cuerpo es contrario a la naturaleza humana según la moral católica mantenida hasta la fecha. Tanto en esto como en los embarazos extracorpóreos o la clonación humana había corporaciones industriales que necesitaban rentabilizar sus investigaciones. Constituían poderosos