Identidad y disidencia en la cultura estadounidense. AAVV

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fuerza que debe ser recalcada. Las zonas de pantanos, por ejemplo, provocaban la elaboración de imágenes de misticismo y de elementos sobrenaturales. La descripción realizada por William Bedford Clark del Sur, desde la perspectiva del imaginario nacional, en su artículo de 1974 “The Serpent of Lust in the Southern Garden”, resulta relevante al enfrentar el pantano al mito dominante del idealizado Sur. Clark afirma que “en la mente de muchos americanos, existen dos Sur;” uno es “una tierra ideal de abundancia [. . .] habitada por gentes felices y hospitalarias para las que la vida es placentera y el placer es un modo de vida”. Y el otro Sur es un “mundo de pesadilla de calor tórrido y asfixiante en el que pasiones incontrolables e insensibles actos de violencia se convierten en los síntomas visibles de una corrupción interna infecciosa; un secreto pecado que envenena los mismos cimientos de la vida sureña” (291). El calor húmedo de las zonas pantanosas, la oscuridad, que provoca un entorno de misterio amenazante y aguas estancadas asociadas a enfermedades, materializan las reacciones de rechazo al Sur.

      De este modo, esta región comienza a adoptar asociaciones trascendentales alegóricas, que la cargan de connotaciones que permanecerán como recurso bien de crítica, como en el ejemplo precedente, o por el contrario, de inspiración. Así, la topografía es una barrera que aleja al Sur en sus representaciones artísticas, como en el siguiente poema colonial. Richard Lewis es considerado uno de los mejores poetas durante la consolidación del Nuevo Mundo. Alrededor de 1731, el escritor compone el poema “Comida para los críticos”, en el que describe el paisaje de Maryland:

      […]

      el grácil cambio del escenario colorido

      el rico bordado de la llanura verde

      sus árboles y el crujir de sus ramas

      los susurros silenciosos del aire al pasar

      el solemne rugido de la caída de las cataratas

      enviando un eco en murmullos de orilla a orilla

      mezclado con la música del coro alado

      hacen despertar la imaginación y el fuego del poeta.

      […]. (cit. Jehlen y Warner, 1046)

      La descripción pastoral evoca un mundo idealizado y con matices espirituales que parecen llamar a los bienaventurados y a las musas. En resumen, una descripción que en nada coincide con la despectiva categorización de Thoreau, mencionada anteriormente, en la que el Sur se presenta como el origen de una infección que podía acabar con la bondad y las artes del país en formación. Ésta, de hecho, será una crítica recurrente referida al Sur: un territorio presentado como la rémora económica y cultural de los Estados Unidos.

      Como consecuencia de estos principios, la unión de los trece estados, una vez firmada la paz tras la guerra de la independencia con el Tratado de París en 1783, no acabará con las relaciones conflictivas entre el Norte y el Sur. Teniendo esto en cuenta, podemos afirmar el gran error cometido por Thomas Paine en Common Sense en 1776 donde afirma que aquellos que temían que la independencia pudiera llevar a una guerra civil hablaban sin conocimiento (39). De este modo, las diferencias regionales y la influencia de los conflictos y cambios en Europa separaron de manera irreversible a las dos mitades norteamericanas como identidades opuestas, culminando años más tarde, entre 1861 y 1865, en la guerra civil de los Estados Unidos.

      La paradoja reside en el hecho de que el rechazo percibido funcionará como lazo de unión entre las comunidades sureñas, alimentando un espíritu separatista y una visión de uniformidad interna. Wilbur J. Cash, uno de los autores más influyentes con su obra sobre el Sur, escribe en The Mind of the South (1941) lo siguiente: “el sentimiento de comunidad y la uniformidad en sus orígenes, [. . .] ayudó a cortar a todos los hombres según un único patrón [. . .] y el efecto final del mundo de la plantación fue unirles con un único objetivo que fue defendido con una intensidad peculiar” (91).

      De hecho, este sentimiento de colectividad y el fiero orgullo que sentían por su identidad activará los primeros discursos que anunciaban intenciones de secesión y lucha en contra del concepto de democracia ideal en el que no tenían cabida el racismo y las fuerzas discriminatorias. Éstas fueron descritas en la novela Uncle Tom’s Cabin de Harriet Beecher Stowe, publicada en 1852. Aunque su trabajo se ha criticado extensamente por contener una propaganda simplista y obvia, llena de estereotipos despectivos, personajes planos y argumentos y diálogos predecibles, representa, aún así, un retrato de la antigua mentalidad de este país. La autora no consigue eludir el tono adoctrinador del narrador en tercena persona que, frecuentemente, interrumpe el ritmo del argumento para incluir sus valoraciones éticas y reflexiones religiosas. Es interesante analizar cómo el dueño de los esclavos describe su actitud hacia los trabajadores:

      Te diré de una vez, y para que te sirva de gobierno, que nosotros, los amos, nos dividimos en dos clases: en opresores y oprimidos. Los que están dotados de un buen corazón y detestan la severidad se exponen a graves inconvenientes. Tenemos por precisión que alimentar a una cáfila de perezosos é ignorantes y que sufrir, por consecuencia, todos sus defectos. Vemos también, aunque raramente, amos dotados de un tacto particular para establecer el orden doméstico, sin necesidad de recurrir á medidas rigurosas, pero yo no pertenezco a esta clase. [. . .] No quiero castigar ni hacer apalear á esos desgraciados, cuya triste condición les hace ya demasiado infelices; con todo debo añadirte que ellos lo saben, y abusan casi siempre de mi indulgencia. (Trad. Orihuela, 161)

      La primera frase de su parlamento resume de manera concisa la ironía de la perspectiva del hablante, quien percibe, en el hombre adinerado blanco, la existencia de un patrón sometido por aquellos que, en condiciones infrahumanas, eran explotados para mejorar la ya generosa situación de bienestar de la familia blanca. La corrupción de valores se sitúa en el esclavo africano-americano, mientras que la inocencia es presentada como virtud inherente al amo. Del mismo modo, la supuesta inteligencia del blanco percibe el intento de beneficio indebido del ignorante sirviente.

      Por el contrario, como se mencionó en párrafos anteriores, el Sur previo a la guerra es despreciado con frecuencia por su actitud casi anti-intelectual por el resto de la nación, y aunque es cierto que la producción literaria del Sur hasta los 60 del siglo XIX no es prolífica, merece la pena mencionar que muchas de las obras producidas en estos años fueron creadas por mujeres. Una de las figuras más importante es la escritora sureña Augusta Evans Wilson que con frecuencia culpa al Norte por sus actitudes prepotentes y el desdén con el que trata al Sur. En su obra The Speckled Bird, culpa al Norte por haber aniquilado el paraíso que ella conoció con “el despiadado mildiú de la pobreza que robó el lustre del esplendor de antes de la guerra” (cit. Ayres, 231). Y así los escritores sureños se aferraron a esta imagen de un Norte infeccioso que acabó con la pureza del Sur que proporcionaba el deleite espiritual que podría haber sido el espejo de la nación. Resulta evidente que la percepción mutua de la mitad opuesta en el antagonismo Norte/Sur coincide. Ambos perciben al “otro” como una amenaza para el progreso de la entidad cultural.

      Harriet A. Jacobs publicó en 1861 Incidents in the Life of a Slave Girl: Written by Herself. En estos escritos recoge sus memorias como esclava, detallando el maltrato y los abusos sufridos. El libro sigue siendo material esencial dentro de la protesta en contra de la esclavitud americana desde el punto de vista femenino. La voz narrativa traza el camino interminable hacia la libertad que no se logra únicamente al convertirse en un ciudadano independiente del amo, sino al conseguir ser dueña de su cuerpo. En el siguiente fragmento, la escritora parte de la pregunta base del alegato por la abolición y lo plantea desde una perspectiva minoritaria ya que el Norte ya no se presenta como la panacea para sufrimiento del sometido, pues se dibuja cómplice cobarde del Sur:

      Admito que el hombre negro es inferior. ¿Pero qué es lo que lo hace inferior? ¿Es la ignorancia en la que el hombre blanco lo obliga a vivir?; ¿es el látigo torturador que azota su hombría hasta acabar con ella? ¿Son los fieros sabuesos del Sur y los sabuesos humanos del Norte apenas menos crueles, que imponen la ley del esclavo fugitivo [. . .] el hombre del Norte no es bienvenido al Sur de la línea Mason y Dixon a no ser que se reprima cada pensamiento y sentimiento que difiera de su “peculiar institución” y no es suficiente permanecer en silencio. Los amos no están complacidos a no ser que obtengan un


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