Hijas del viejo sur. AAVV

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Nueva Inglaterra del siglo XVII fueron pobladas por familias, las de la región del Chesapeake se poblaron fundamentalmente con hombres solteros y sin familia, ya que los plantadores preferían hombres jóvenes para trabajar en los campos de tabaco. Ello dio lugar a una notable desproporción entre el número de hombres y mujeres (seis hombres por cada mujer). La presión ambiental obligaba a muchas mujeres a casarse a los 16 o 17 años. La vida de la mujer en el sur colonial no difería mucho de la de Nueva Inglaterra: cuando era necesario trabajaba en el campo, pero ocupaba la mayor parte de su tiempo en labores domésticas, cuidando huertos, cosiendo, haciendo pan y preparando comida, cuidando niños y animales domésticos. En la práctica totalidad de los casos, los límites de la plantación eran los límites de la vida de estas mujeres, vida caracterizada por una inmensa soledad.

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      La plantación, ilustración de las señoras Cowles Social Life in Old Virginia Before the War, Thomas Nelson Page, 1897

      El rápido aumento de los esclavos en el sur colonial del siglo XVIII tuvo una incidencia notable en la vida de la mujer blanca y en la de la negra. La plantación se convirtió en una unidad social independiente que incluía la casa familiar y los esclavos y que era la unidad dominante de producción y reproducción (Fox-Genovese 38), en contraste con el sistema capitalista incipiente en el norte, que era incompatible con el sitema esclavista que no aceptaba la libertad individual y la oferta libre de la fuerza de trabajo en el mercado libre característico de la sociedad burguesa (Fox-Genovese 53).

      El sistema esclavista condicionó la vida de la mujer sureña al confinarla en hogares muy aislados en una sociedad rural y férreamente controlados por el hombre y, en el caso de las mujeres negras, ni siquiera por sus propios hombres (Fox-Genovese 53). Al pertenecer a hogares no regidos por sus propios maridos, hermanos o padres, la experiencia de las mujeres negras difería radicalmente de la de las blancas. La autoridad del plantador adquirió, así, tonos patriarcales y su poder absoluto sobre los esclavos le confirió un mayor poder sobre los subordinados de su propia unidad familiar. Al mismo tiempo, la necesidad de proteger la sexualidad de su esposa y demás mujeres blancas de la familia reforzaba su poder absoluto sobre los esclavos (Berkin 1520).

      El patriarcado no tenía cabida en el mundo de los esclavos. Al tener tanto el hombre como la mujer negra la condición de súbditos, aquel no podía ejercer su autoridad sobre la mujer. Para la mujer negra el matrimonio no daba lugar a la transición de la autoridad y la casa paternas a las del marido. Para esta mujer su rol como esclava estaba por encima de su rol como esposa (Berkin 1520).

      Después de la Revolución, en el norte la mujer sufrió un proceso de idealización conocido como republican motherhood, que reconocía a la mujer un papel activo, no como ciudadana de pleno derecho y políticamente activa, pero sí como educadora de futuros ciudadanos. Se promocionó y favoreció la educación de la mujer para prepararla como agente socializador, con la consiguiente desaparición de la consideración de la mujer como intelectualmente inferior. El caudal educativo adquirido en escuelas y academias llevó a la mujer del norte a una mayor autoestima y a una participación cada vez más intensa en la sociedad, que servirían de fermento para las demandas de reforma social de las décadas de 1830 y 1840. En el sur, la vida de la mujer continuó restringida exclusivamente a la esfera privada y su educación no era precisamente un valor admirado y fomentado, tanto que cuando llegó la guerra civil las mujeres del sur tenían el nivel más alto de analfabetismo de todo el país. Para la mujer negra, la educación estaba prohibida por ley. Los historiadores atribuyen la prohibición de educar a los negros al miedo de los plantadores a las rebeliones lideradas por negros alfabetizados. Nada más paradójico que el florecimiento del comercio de esclavos justamente durante el período de la Ilustración en Europa y América (Weaks 9).

      El ideal de la madre republicana no podría haber penetrado en el sur debido al aislamiento de las mujeres blancas de todas las clases en una región eminentemente rural, sin acceso a la compañía de otras mujeres y sin ambientes urbanos que facilitasen la relación entre mujeres y la formación de asociaciones. Además, las mujeres sureñas, blancas y negras, se casaban y morían más jóvenes, y tenían más hijos que sus hermanas del norte. Al acceder más temprano a las obligaciones adultas de esposa y madre, la mujer sureña, al contrario de la del norte, no disponía de ese período vital para adquirir una educación adecuada.

      El pedestal en el que el patriarcado sureño colocó a la mujer blanca la dejó privada de una voz propia, y pocas mujeres del sur se expresaron públicamente por escrito antes del siglo XIX. Las primeras publicaciones de mujeres sureñas fueron textos políticos publicados en periódicos para defender el boicot al té inglés por parte de los colonos en 1773-74 (Weaks 9). Debido al alto grado de analfabetismo que imperaba en el sur, donde solo una de cada tres mujeres blancas era capaz de escribir su nombre, habilidad que sí tenían por lo menos 3 de cada 5 hombres (Weaks 11), los editores y los libreros no hacían esfuerzos por promocionar sus productos en tamaño desierto cultural. Si algo leían las mujeres sureñas del período, eran almanaques, libros religiosos o de economía familiar y, después de la Revolución, libros de normas de conducta, normalmente escritos por hombres, como el famoso The Ladies Calling (1673), además de revistas como The Female Spectator y The Ladies’ Magazine. Estas publicaciones promovían los ideales que constituían lo que se llama southern womanhood: delicadeza, castidad, maternidad, religiosidad (Weaks 13). En un ambiente en el que la mujer no tenía la menor oportunidad para publicar o se le prohibía por códigos de género y raza, la escritura de diarios le ofrecía unas posibilidades de autoexpresión que quedaban en lo semiprivado. Estos diarios pasaban de madres a hijas y eran, así, no solo vehículos de autoexpresión sino también de instrucción para niñas y jóvenes (Weaks 13-14).

      Como apunta Elizabeth Turner, la guerra civil no significó lo mismo ni tuvo las mismas consecuencias para los hombres que para las mujeres (1). De hecho, hace ya años que muchas historiadoras muestran más interés por el “frente doméstico” que por el frente de batalla. De los 800.000 hombres que lucharon en el ejército confederado, cerca de un tercio murieron o resultaron heridos, y fueron muchos más los que volvieron a casa con la mente y el corazón destrozados por la tragedia. Durante la guerra, cerca de 200.000 hombres negros se liberaron de la esclavitud mediante su servicio en el ejército del norte, mientras que muchísimas mujeres y niños negros se emanciparon de facto mediante la huida a localidades situadas tras las líneas enemigas. Debido a la pérdida de la mayoría de los hombres adultos y también la de muchos esclavos, los hogares basados en la posesión de esclavos, tan importantes en la estructura socioeconómica del sur, resultaron trágicamente fracturados por un conflicto bélico al que habían recurrido para preservar dicho orden social (Whites 70). El patriarcado sureño se desmoronó, debido no solo a la derrota de los hombres sureños a manos de los del norte sino también a la pérdida del férreo control sobre los esclavos y las mujeres.

      Mientras los hombres se batían en el frente, muchas mujeres blancas lucharon denodadamente por mantener los negocios y las haciendas familiares. Ello las llevó a asumir actuaciones y roles previamente considerados no femeninos. Se dio así la paradoja de que los hombres fueron al frente a luchar por el Viejo sur y sus códigos patriarcales de género, a la vez que dicha guerra cambió drásticamente el rol de la mujer. Obligada a bajarse del pedestal, la mujer sureña acomodada experimentó una nueva dimensión y variedad en su vida que difería de la imagen en la que siempre se había visto reflejada. Es muy probable que la mayoría de las mujeres blancas cuestionasen, con mayor o menor convicción, la validez de unos roles que exigían una posición de inferioridad y subordinación en la familia y en la sociedad. Numerosas mujeres de la Confederación descubrieron por sí mismas una nueva identidad conferida por el enorme sufrimiento y por las privaciones del período bélico, en el que la mujer blanca perdió poder dentro del hogar en relación con los privilegios de su raza y tuvo que asumir incluso algunas de las labores que venían haciendo los esclavos. Así pues, las mujeres de la Confederación perdieron poder económico, igual que sus maridos, pero ganaron un considerable poder doméstico durante la guerra y lo mantuvieron durante algún tiempo después ante sus hombres derrotados y devastados física y espiritualmente. La mujer negra lo pasó todavía peor durante la contienda, sobre todo cuando el ejército


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