Los rostros del islam. Pablo Cañete Blanco

Los rostros del islam - Pablo Cañete Blanco


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precio del crudo probablemente contribuyan a aumentar en un futuro el poder económico de Arabia Saudí. En un escenario así, lo más posible es que el islam wahabita se extienda de manera aún mayor en la diáspora musulmana por todo el mundo (Shore, 2006: 105). Este modelo fomentará posiblemente nuevas formas de terrorismo informal incapaz de identificarse con estados. Este modelo fundamentalista resulta, quizá paradójicamente, pro-capitalista, ya que el modelo económico saudí es, de hecho, neoliberal (y no creemos posible que cambie en las próximas décadas si quiere perpetuar su dominio en la región).

      El wahabismo también tiene un carácter beligerante: «La herejía debe ser combatida y los herejes asesinados». Esta postura nos lleva a un escenario en que las tensiones religiosas entre las diferentes sectas del islam se encuentran radicalmente enfrentadas y en el que la yihad, entendida como guerra santa, es una opción para acabar con el enemigo (Roshandel, 2006: 13).

      Lacroix realiza un contraste con las visiones más inmovilistas del wahabismo para centrarse en analizar las limitaciones de la interpretación religiosa del propio Wahhab y la imposibilidad de utilizar su corriente para explicar los movimientos sociales que tienen lugar en su país original, Arabia Saudí, que analizaremos más tarde:

      El wahabismo no es, como a menudo se lo retrata, una esencia inmutable, sino una «tradición» en movimiento, sujeta a la interpretación y la reinterpretación. De hecho, el minimalismo –sus detractores lo llamarían pobreza– del pensamiento de Ibn Abd al-Wahhab es culpable de la proliferación de interpretaciones. En ese sentido, el wahabismo determina el fenómeno social tanto como está determinado por él, engendrando consigo mismo todo tipo de cambiantes arreglos. Más importante, el estudio del wahabismo no explica por qué las protestas aparecieron (Lacroix,2011: 4).

       1.2.3. Salafismo

      Además del wahabismo, el salafismo conforma otro potente pilar reaccionario definido por su propio nombre: Salafismo viene del árabe as-salafiyya, cuya raíz, salaf, significa ‘predecesor’, ‘ancestro’. Aunque suele estar erróneamente ligado al wahabismo, el salafismo representa una manera más amplia de vivir la religión y de entenderla, es una cosmovisión.

      El salafismo considera, igual que el wahabismo, que hay que volver a las prácticas integrales del islam de los tiempos del Profeta y vivir de acuerdo a como lo hacían en la época dorada del islam, donde no había expertos religiosos que interpretaran los textos, sino tan solo la sunna del profeta Mahoma. La lectura de El Corán y de la sunna es fundamental para esta filosofía donde no caben los escolares del islam.

      En mayor medida que el wahabismo, el salafismo está vinculado de forma explícita a algunos de los movimientos yihadistas, en parte debido a que figuras como Osama bin Laden se apoyaron en los ancestros para reivindicar sus actos (Roshandel, 2006: 51). Sin embargo, lejos de poder considerar a todos los salafistas como violentos, debemos distinguir dos tipos de salafistas: aquellos que participan de la yihad global en sus formas de terrorismo islámico y aquellos que simplemente optan por vivir el islam de manera integral y buscan en las figuras del pasado referentes a los que seguir y una manera de entender la religión como un esfuerzo propio.

      Tanto los terroristas yihadistas como los salafistas pacifistas tienen en común una búsqueda del pasado como perfección. Esta figura resulta recurrente en el islam y desde Occidente se puede entender como el tópico aurea aetas (de la «edad de oro»), en el que cualquier tiempo pasado fue mejor. Analizar el concepto del tiempo anterior y establecer comparaciones entre culturas, pueblos, naciones y religiones puede ayudarnos a entender mejor los movimientos sociales en las distintas regiones y nos hace preguntarnos por la historiografía de las regiones como elemento explicativo del presente.

      Otro de los elementos que distingue al wahabismo del salafismo es que el último tiene cierto componente alterglobalizador: considera el neoliberalismo como un enemigo. Los fines materiales no deben estar –para un salafista–por encima de los espirituales, cuestión que a menudo le es achacada a Arabia Saudí, que no duda en participar de los intereses económicos y militares de Estados Unidos.

      Por su parte, para entender correctamente el salafismo beligerante actual es necesario remontarse a la guerra de Afganistán en la que los talibanes luchaban contra la URSS con la ayuda de Estados Unidos:

      Un salafismo yihadista, cuya incidencia real en la guerra afgana, llevada a cabo básicamente por la propia resistencia afgana, es mínima, pero del que, sin embargo, saldrán la ideología y los ejércitos clandestinos que, una vez expulsados los soviéticos de Afganistán, en febrero de 1989, acudirán a la llamada de un saudí, Osama Ben Laden, que se formó entre ellos y que considera inadmisible la presencia de soldados infieles en la Tierra de los Lugares Sagrados, su país de origen, con ocasión de la Guerra del Golfo. Soldados infieles que vienen, precisamente, a combatir a otros musulmanes a solicitud y con la aquiescencia de un régimen, el saudí, que se dice piadoso, pero que se comporta en función de sus intereses materiales, dando preferencia al mantenimiento de su privilegiada posición de potencia financiera en el mundo neoliberal creado por los infieles, a la defensa del Dar al-Islam (Vega, 2010: 243).

      El yihadismo de Osama bin Laden representa, según Vega Fernández (2010: 249), una ruptura entre el islam prooccidental y neoliberal de Arabia Saudí, aliado geopolítico de EE. EU., y el movimiento de la yihad islámica salafista.

      Más allá de la cuestión religiosa, Osama bin Laden era dos cosas: fundamentalista y terrorista. Estos dos factores no vienen dados, no obstante, por el islam, sino por una interpretación que de él se hace. La confusión entre términos e ideas en el ámbito de la religión musulmana llevan a pervertir, en el imaginario occidental, las realidades humanas tras la religión divina:

       1.2.4. Fundamentalismo y terrorismo

      Fundamentalismo: 1. m. Movimiento religioso y político de masas que pretende restaurar la pureza islámica mediante la aplicación estricta de la ley coránica a la vida social (RAE, 2001).

      Por otra parte, la fuerza del fundamentalismo islámico en el nuevo siglo evidencia una cuestión que antes poníamos de manifiesto: el análisis de la modernidad según el islam. No obstante, la búsqueda del pasado como patrón inspirador no quiere decir que el islam sea esencialmente retrógrado.

      Se acusa al islam de ser una religión en su conjunto fundamentalista e integrista, cuando el fundamentalismo es una desviación o, peor todavía, una perversión, y no pertenece a su esencia, aun cuando contenga algunos rasgos fundamentalistas como sucede en la mayoría de las religiones (Tamayo, 2009: 21).

      El concepto de modernidad es en sí el más conflictivo porque el propio término (moderno) no es otra cosa que lo que acordamos que sea. Desde Occidente se asocia lo moderno con una idea de mejor. Así pues, ¿puede lo anterior a nosotros ser moderno? Para un europeo o para un norteamericano la respuesta probablemente sea negativa y, sin embargo, para un musulmán fundamentalista solo volviendo a los orígenes se puede encontrar la modernidad.

      Este enfoque reaccionario de la modernidad por parte del fundamentalismo pone de relieve dos cuestiones. Por un lado, la paradoja de una modernidad reaccionaria en un mundo eminentemente impregnado con los signos de la modernidad occidental y, por otro, la progresiva polarización ideológica del mundo.


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