Puerto Vallarta de película. Marco Antonio Cortés Guardado
embebida en la lógica contenida en una amplia variedad de sus rasgos definitorios. Me refiero aquí a la discontinuidad con la que se experimenta el mundo, además del imprescindible fenómeno de la urbanización, la creciente división del trabajo, los procesos de secularización, la emergencia de la racionalidad científica e instrumental, la pérdida de autoridad de la tradición como guía de la existencia y cimiento de la personalidad, la discontinuidad de la existencia por efecto de la movilidad espacial y social, como también en razón del carácter contingente de las experiencias vitales, debido a la fragmentación del espacio vivido y las correspondientes asincronías en los flujos temporales.
Este es el caso también de un pensador tan influyente como Walter Benjamin, quien, por ejemplo, afirmaba que “el cine corresponde a una serie de cambios profundos en el aparato perceptivo, cambios que son experimentados a escala individual por el hombre que se desplaza por las calles y entre el tráfico de la gran ciudad” (2003). “Desde hace más de un siglo, escribe Stephen Barber, la afinidad entre el cine y el espacio urbano ha dado lugar a una fuerza determinante que subyace en los modos de visualización y mediación de la historia y del cuerpo humano” (Barber, 2006).
Krakauer, a su vez, sostenía que la ciudad, “y especialmente la calle, es un ejemplo esencial del espacio cinematográfico, en sintonía con la experiencia de lo contingente, lo fluido y la indeterminación ligadas a la modernidad” (Robertson, s/f). Por eso, finalmente, también alguien ha llegado a afirmar que la “vida en el pueblo es narrativa… en una ciudad, las impresiones visuales se suceden unas a otras, se superponen y entrecruzan: son cinematográficas.” (Pound, 1921).
En razón pues de que el cine —como expresión artística, industria cultural y espectáculo de masas—, fue una creación de y en las ciudades, y puesto que en ellas se ha desarrollado y ha desplegado su influjo más distintivo, la urbanización progresiva ha sido lógicamente el fenómeno concomitante al entronamiento del cine como espectáculo y medio de comunicación de masas.
No en balde, la capacidad que ha tenido el cine para influir en los imaginarios, alternativos o no, sociales o incluso políticos (como en el ejemplo de Rumania), como también para moldear la imagen que proyectan las ciudades entre propios y extraños (es decir, entre quienes habitan una ciudad y entre quienes viven en otras ciudades o en el ámbito rural).
Pero también la diversidad de estilos de vida, el pluralismo cultural, el dinamismo de la vida urbana, la posibilidad de experiencias diversas, y un público más abierto, son indispensables para la variedad de géneros, como también para la gran cantidad de historias, tramas, argumentos y enfoques que se ensayan en la producción cinematográfica. La ciudad le ofrece a la industria la base cultural y la mentalidad propicia para diversificar la oferta y ampliar los mercados del cine.
En fin, digamos que en “la civilización de la imagen” (Rojas Mix, 2006), el cine es el medio privilegiado en el proceso de emergencia y estructuración de los imaginarios urbanos, es decir, de las representaciones que los individuos se hacen de la ciudad, representaciones visuales preponderantemente. Son, por supuesto, constructos sociales, tejidos alrededor de vectores de sentido y significaciones culturales que se vehiculan por medio de la imagen cinética del espacio citadino. Por lo demás, el imaginario urbano cumple una función social de primer orden, pues opera como “carta de navegación”, que orienta y da sentido al desplazamiento de los individuos por la geografía de la ciudad, y le confiere significación a las experiencias vividas en sus flujos espacio-temporales (Lindon, 2007: 10).
La ciudad: morada natural de la industria fílmica
Alguien ha señalado que por el tipo de interrelación entre la ciudad y el cine, “el ascenso del cinematógrafo siguió las huellas de la urbanización y la industrialización, y su producción y exhibición tempranas fueron completamente urbanas. Más que nada, la ciudad ha demostrado ser tanto un tema como un escenario de gran riqueza y diversidad” (Robertson: s/f).
Sólo que esta observación no repara lo suficiente en el primer aspecto del vínculo, y que ha sido tan importante como el que se enfatiza. Quisiera recordar que en el origen del cinematógrafo sobresale un afán de innovación tecnológica casi exclusivamente. Encontrar la forma de reproducir el movimiento real en imágenes fotográficas, como un fin en sí mismo, consumió los esfuerzos de los pioneros del cine. Todo mundo sabe que consultados al respecto, los hermanos Lumière creían que su invento, con todo lo relevante que era, no tenía otra utilidad que la de permitir el avance tecnológico en el campo de reproducción de imágenes. La fortuna quiso que un mago, George Méliés, discrepara de los ilustres hermanos y adivinara el enorme potencial artístico de su invento, o que Charles Pathé y Léon Gaumont adquirieran la patente del invento de los Lumière, y luego de perfeccionarlo sustentaran en ello las primeras dos grandes productoras de películas en el mundo.
Con esto quiero señalar lo evidente: además de tema y escenario de las películas, la ciudad es la localización de la industria que las produce, las filma y las distribuye. Para rodar una película se requiere antes la existencia del equipo de filmación en sí mismo, pero también de una compleja estructura que incluye escenarios construidos, sofisticados equipos de iluminación, transporte, maquinaria ad hoc, personal capacitado en una gran cantidad de tareas especializadas y, por supuesto, salas de exhibición.
El cine, como empresa económica, creó desde sus orígenes y con una velocidad inusitada, una industria tan compleja como próspera. Y como no podía ser de otra manera, la localización de esta industria fueron al inicio las grandes ciudades, y sólo ocasionalmente le tocó esa suerte a poblados más pequeños, de los países más desarrollados. Localización que se democratizaría pasado el primer tercio del siglo XX, al llegar a ciudades de los principales países en vías de desarrollo (cuadro 1).
Con el cine surgen simultáneamente las grandes casas productoras y los grandes estudios, animados por el enorme potencial de este nuevo medio de comunicación y entretenimiento, que maravillaría a su creciente público por más de un siglo hasta la actualidad, al ofrecerle una experiencia que continúa insuperable en muchos sentidos. Como ya lo mencioné, los pioneros de la industria cinematográfica en forma fueron Gaumont (1895) y Pathé (1896) dos casas productoras fundadas en Francia, cuna además del cinematógrafo, a las que acompañaría pocos años después (1905) la empresa italiana Itala Film. Las tres empresas fueron en su tiempo las más grandes del mundo y, señaladamente, Gaumont y Pathé se extendieron rápidamente hacia otros países europeos y hacia los Estados Unidos.
Entre 1910 y 1928 vieron la luz otras 12 casas productoras y estudios cinematográficos, todas ellas en cuatro países. Se fundan estudios en Checoslovaquia (Praga, 1), Rusia (Mosfilm, en Moscú, 1), Inglaterra (Borhamwood, 1), Alemania (Múnich, Postdam y Berlín, 3) y seis grandes estudios en los Estados Unidos (California).
Estas últimas seis casas asentadas en Los Ángeles incluyen: Universal, Paramount, Walt Disney, RKO, Warner Brothers y Metro Goldwyn Mayer. Originalmente nacida en Nueva York, la industria norteamericana del cine se trasladó a la costa oeste, a causa de la famosa guerra de las patentes, convirtiendo muy pronto a la ciudad de Los Ángeles en la meca del cine en el mundo, pues pasaría progresivamente a dominar el mercado cinematográfico internacional.
Si se toma el conjunto de las empresas creadas en la era del cine silente, se observarán 15 estudios que dan origen y forma a una industria apenas en ciernes, pero ya floreciente y próspera.
El tránsito al cine sonoro no detuvo la llegada de nuevas empresas en más países, de modo que en las dos décadas siguientes, las 30 y 40, se crean 11 estudios cinematográficos adicionales, para sumar 25 estudios existentes para estas fechas. En esta segunda ola, además de Los Ángeles (con la 20th Century Fox, principalmente), sobresalen Londres (Shepperton Studios y Pinewood Studios), Roma, Italia, con Cinecittá y México con los Estudios Churubusco.
Cuadro 1. Principales estudios cinematográficos en las primordiales ciudades de la industria fílmica | |||
País | Ciudad | Estudios | Año |
Francia | París | Gaumont | 1895 |
Pathé | 1896 | ||
Estados Unidos | Los Ángeles | Universal Studios | 1912 |
RKO | 1928 | ||
20th |