El ocaso de los dominios valencianos de los Medinaceli. Vicente Gómez Benedito
Peset Reig, prólogo al libro de José L. Hernández y Juan Romero: Feudalidad, burguesía y campesinado en la Huerta de Valencia, Valencia, 1980, p. 20. Dos breves y esclarecedoras síntesis sobre esta polémica historiográfica en Pedro Ruiz Torres: «Los señoríos valencianos en la crisis del Antiguo Régimen: una revisión historiográfica», EHCPV, 5, 1984, pp. 39-51; J. Catalá: Rentas y patrimonios…, pp. XI-XIX.
23 Para el caso catalán, Rosa Congost llama la atención sobre el doble sentido de la enfiteusis, silenciada siempre por la ideología pairalista, que conduce a una clara tergiversación de la historia, «perquè és tergiversar la historia posar en un mateix sac la gallina que pagava el señor Puig i Padrola al señor directe d’un dels seus masos i la meitat de l’oli que produïen les terres d’un pobre jornaler [subenfiteuta] que, malgrat esdevenir, gràcies a l’emfiteusi, quasi-propietari, havia de continuar essent jornaler». Rosa Congost i Colomer: Els propietaris i els altres, Vic, 1990, p. 66.
24 Julián Casanova: «Resistencias individuales, acciones colectivas: nuevas miradas a la protesta social agraria en la Historia Contemporánea de España», en Manuel González de Molina (ed.): La Historia de Andalucía a debate I. Campesinos y jornaleros. Una revisión historiográfica, Granada, 2000, p. 299.
25 Jesús Millán: «Moviments de protesta i resistència a la fi de l’Antic Règim (1714-1808): cap a una integració de les actituds i les trajectòries socials», en R. Arnabat (ed.): Moviments de protesta i resistència a la fi de l’Antic Règim, Barcelona, 1997, p. 8.
26 B. Yun: Consideraciones para el estudio…, p. 39.
27 S. Aragón: op. cit., p. 19.
28 G. Colas: op. cit., p. 57.
29 Sobre esta cuestión nos remitimos a las palabras de Christian Windler: «El hecho de que en España se acepte generalmente la época comprendida entre 1808 y la década de 1830 como un límite entre dos épocas distrae la atención de los importantes elementos de continuidad, pero también de la trascendencia de los cambios producidos antes de 1808». Christian Windler: Élites locales, señores, reformistas. Redes clientelares y Monarquía hacia finales del Antiguo Régimen, Córdoba-Sevilla, 1997, p. 420.
1. LOS DOMINIOS VALENCIANOS EN EL PROCESO DE FORMACIÓN DE LA MAYOR CASA NOBILIARIA DE ESPAÑA
Previo al estudio del proceso histórico de declive de los dominios valencianos de los Medinaceli, resulta imprescindible señalar la composición y características de cada uno de los estados valencianos y conocer las circunstancias que provocaron su incorporación a la Casa ducal de Medinaceli. En este primer capítulo se analiza el proceso de agregación a la Casa ducal de los estados valencianos de Segorbe, Dénia, Aitona y Cocentaina, iniciada a mediados del siglo XVII y que no concluirá hasta los albores del siglo XIX. Un proceso de agregación que consideramos muy complicado de explicar si no se enmarca adecuadamente en el contexto general de la Casa de Medinaceli. Ahora bien, la propuesta planteada no pretende ser una mera reconstrucción genealógica del linaje de los titulares de los diferentes estados, cuestión que ya ha sido tratada en las obras de una dilata lista de genealogistas, sino que el interés se centra en los orígenes medievales del patrimonio de cada uno de los linajes y su ampliación durante la época moderna. Pero para poder llegar a entender la evolución patrimonial, también es necesario reconocer la intervención de los miembros de estas familias en las tareas de gobierno, las relaciones que mantuvieron con los monarcas y su capacidad de influencia y control social.
1. GÉNESIS Y CONSOLIDACIÓN DE LA CASA DE MEDINACELI
Medinaceli, uno de los más importantes títulos de la aristocracia española, se constituye como un caso paradigmático del complejo proceso de renovación nobiliaria que supuso la revolución trastámara. El infante de Castilla Enrique de Trastámara se vio precisado a recompensar con honores, títulos y donaciones, las conocidas como mercedes enriqueñas, a sus partidarios en la guerra civil que libró a mediados del siglo XIV contra su hermanastro, el entonces rey Pedro I de Castilla. Entre los favorecidos por las donaciones del futuro Enrique II se encontraba Bernal de Béarn, hijo bastardo del noble francés Gastón de Foix, a quien entregó en 1368 con el título de conde la villa de Medinaceli y sus 107 aldeas.1 Pero la ayuda y protección del monarca a la nueva Casa nobiliaria no se limitó a la concesión del título de Condado de Medinaceli, Enrique II facilitó la unión matrimonial de Bernal de Béarn con el último vástago del preclaro linaje de los de la Cerda, descendientes directos del rey Alfonso X de Castilla. En 1370 Bernal contraía matrimonio en Sevilla con Isabel de la Cerda, heredera de los señoríos de la recompensa y del señorío del Puerto de Santa María, verdadera joya de la Casa ducal durante varias centurias. Previamente, en 1366 Enrique de Trastámara había confirmado a Isabel en las posesiones del linaje de la Cerda. De este modo, el Condado de Medinaceli aumentaba considerablemente sus rentas y, sobre todo, su prestigio, al emparentar con la Casa real castellana por su ascendencia regia.
La incorporación del linaje de la Cerda al Condado de Medinaceli supuso una profunda renovación de aquella ilustre estirpe castellana2 y a la jovencísima Casa de Medinaceli le permitió encumbrarse en la cúspide del estamento nobiliario, futura Grandeza de España. A partir de ese momento, la concentración de la base territorial, hasta entonces muy diseminada, se constituirá en el objetivo primordial de la Casa nobiliaria y la mayoría de los señoríos pasarán a convertirse en meros dominios accesorios, sirviendo a través de la permuta o la compraventa para la adquisición de otras posesiones más próximas a Medinaceli.3 A mediados del siglo XV esta política de concentración territorial, a la que también coadyuvaron las mercedes regias y los enlaces matrimoniales, presentaba unos resultados más que evidentes. En esos momentos, ya pueden considerarse conformados los tres grandes núcleos territoriales que compondrán la Casa de Medinaceli hasta los inicios del siglo XVII.4 El primero, un extenso estado señorial con más de 2.500 km2, con cabecera en la villa de Medinaceli y desarrollado por el sur de la actual provincia de Soria y el norte de la de Guadalajara. Otro estado muy cercano, en el noroeste de Guadalajara, con centro en la villa de Cogolludo.5 Y, por último, el más reducido en extensión pero el más valioso y floreciente, el señorío del Puerto de Santa María, en Cádiz, calificado por Domínguez Ortiz como la avanzadilla marítima de una casa nobiliaria de sólida raíz meseteña.6 Estos dos últimos estados venían a suponer, en conjunto, cerca de 2.000 km2.
El periplo de la Casa condal de Medinaceli concluía con su quinto conde, Luis de la Cerda. Hombre de carácter marcadamente renacentista, Luis de la Cerda destacó en el último tercio del siglo XV por su intento de asumir la Corona de Navarra y por el decidido apoyo a Cristóbal Colón en la gestación de la empresa del descubrimiento de América. Pero para la Casa de Medinaceli la relevancia de Luis de la Cerda estriba en la transformación del condado en ducado, concedido por los Reyes Católicos en el año 1479. El título ducal era