España y su mundo en los Siglos de Oro. Agustín Rivero Franyutti

España y su mundo en los Siglos de Oro - Agustín Rivero Franyutti


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      Profesora investigadora de tiempo completo

      Instituto de Investigación en Humanidades y Ciencias Sociales

      Universidad Autónoma del Estado de Morelos

      Introducción

      Cuando empecé a transcribir documentos mexicanos del siglo XVI para mi tesis doctoral, me di cuenta de que había muchas alusiones –a personas, a sucesos– que desconocía. Por eso, como remedio, traté de situar mis documentos en su época y reuní en una pequeña cronología los principales hechos históricos y culturales que sucedieron entre 1537 y 1557, período al que pertenecían las cartas comerciales o de negocios analizadas en mi tesis. Después, recibí una invitación para transcribir y publicar más documentos de los siglos XVII y XVIII. Lo mismo: no conocía la historia de la época. Por último: el arte que más me gusta es el de los siglos XVI y XVII, el renacentista y el barroco; mi literatura favorita es la del Siglo de Oro español.

      Las anteriores razones y aficiones, además de despertar en mí el deseo de conocer los siglos XVI y XVII, han hecho crecer (nunca cuanto yo quisiera) el número de libros en mi biblioteca: estudios históricos, biografías, libros de arte... Por desgracia, uno no siempre encuentra en los libros lo que necesita y en el momento en que lo necesita. La experiencia me ha enseñado que, a veces, debe uno pasar más de media hora buscando el dato preciso que requiere; eso si el libro cuenta con índices analíticos y de nombres, si no, la búsqueda puede tardar aún más. Además, los historiadores, en su afán por hacer que sus obras sean legibles (afán muy loable, por otra parte), rehúyen, a veces, en sus amplias narraciones, el dato exacto que necesitamos: de los hechos nos dan sólo una interpretación; de las fechas, el año; de los protagonistas, el apellido.

      No es mi intención hablar mal de los historiadores, cuyas obras, junto con las de algunos poetas, son hoy mis libros de cabecera; solamente quiero dejar claro que un libro como éste que presento responde a una necesidad distinta: la de informar clara, rápida y brevemente al investigador no especializado en historia, al estudiante o al curioso lector que desea aprender o recordar algo. Lo que pierde así en legibilidad, por falta de descripciones, gana –espero– en utilidad. Por eso, al redactar cada ficha he invocado a las cuatro musas de la c : claridad, corrección, concreción y concisión.

      Este libro no está escrito para leerse en secuencia de principio a fin: resultaría aburridísimo. Como autor, sin embargo, me sentiré muy satisfecho si este trabajo sirve como obra de consulta en los casos de duda (es una mera herramienta para la investigación) o como compañero en la lectura o como árbitro en los difíciles momentos de la rápida decisión: cuando no queremos o no podemos pasar mucho tiempo buscando el dato requerido.

      Dije más arriba que ésta tiene su origen en otra cronología que realicé para mi tesis doctoral. Es verdad. Pero varias diferencias cualitativas las separan: en aquélla, el número de fichas por año era muy variable (tres en algunos; más de ocho en otros), no había fechas exactas, apenas aparecía la información cultural y no se explicaban los hechos históricos; en ésta, por el contrario, el número de fichas es más equilibrado (aunque algunos años, por su importancia, tengan más), casi todas las fichas tienen fechas exactas, la información cultural ocupa más o menos el mismo espacio que la política y cada ficha tiene las explicaciones suficientes para su comprensión. ¿De qué nos sirve, por ejemplo, saber que en tal año se firmó un tratado de paz si no sabemos quiénes lo firmaron, cuándo lo firmaron y para qué lo firmaron? ¿Cuáles fueron las repercusiones de dicho tratado?

      En cada año, organicé las fichas de la siguiente manera: primero las políticas y después las culturales. Dentro de las políticas, primero las de Europa o Asia (de éstas hay poquísimas), luego las de España, después las de América y en el final las de México. Las culturales incluyen, en el siguiente orden: inventos, nacimientos y muertes de personas importantes, así como la publicación de una obra eminente: libro, pintura o pieza musical. Establecí en seis el número mínimo de fichas por año; el año “ideal” sería aquél que reuniera ocho fichas: cuatro políticas y cuatro culturales.

      Procuré que la prosa en que está escrita cada ficha fuera, sobre todo, clara, directa, casi periodística, en el mejor sentido de esa palabra, es decir, con el mínimo de elementos adyacentes. En cuanto al contenido de cada una, sólo puedo decir en mi favor que busqué a toda costa la objetividad. Estoy convencido de que un libro como éste debe contener sólo hechos “crudos”, sin interpretación, pues según afirma Pierre Grimal en su Diccionario de mitología griega y romana (p. XIII): «Los sistemas envejecen, a veces con extrema rapidez; sólo los datos [...] son inmutables».

      Quizá por el formato necesariamente fragmentario y sucesivo, en el que cada hecho y cada año son como los pequeños cuadros de esa película completa que es un siglo, es que decidí utilizar de manera predominante el presente de indicativo: así parece que cada suceso se desarrolla ante los ojos del lector mientras éste lo lee. Los otros tiempos verbales que más usé son el antecopretérito (pluscuamperfecto, en la nomenclatura de La Academia) y el futuro (futuro simple). El antecopretérito (había cantado) sirve en general para expresar una acción que llegó a su término en un momento anterior a otra acción también pasada y tiene un valor narrativo que ya habían visto muy bien los autores de los primitivos romances españoles; aprovechando su carácter de tiempo relativo, lo uso para cualquier acción anterior al presente y lo prefiero al pretérito porque es un tiempo más dinámico, es decir, que deja en la mente la sensación de una estela en la acción. El futuro (cantaré) expone una acción que el hablante proyecta hacia el porvenir pero que no está terminada, sino abierta. Ya se ve, con esta breve explicación, que el uso de los tiempos verbales tiende a imprimir más agilidad a la narración y a la descripción de los hechos históricos, presentándolos casi siempre en su transcurso para que el lector los “experimente”.

      En cuanto al uso de las mayúsculas, me siento con la obligación de explicarle al improbable lector por qué me alejé del uso común en un sentido. Todos los libros de historia –y de otros géneros– escriben con minúscula los títulos nobiliarios (duque, conde, marqués...). En esta cronología, siempre usé mayúsculas porque tales títulos se refieren en todos los casos a individuos concretos. Como en este tema no hay opiniones unánimes (La Academia dice una cosa; algunos expertos, otras) y como las mayúsculas tienen un valor más «reverencial (psicológico) que gramatical» (así lo dice María Moliner y así lo entiendo yo), no creo haber incurrido en falta de ortografía y sí creo haber destacado mejor así la dignidad –la importancia– de los personajes.

      Se supone que las comillas latinas o españolas («») deben usarse para encerrar citas textuales y las inglesas (“”), en cambio, para expresiones que ya están entre comillas latinas. Eso afirma un experto en ortografía (José Martínez de Souza, en su Diccionario de ortografía); La Academia, en su Ortografía (pág. 79), considera «indistinto» el uso de ambas comillas. En este libro, sí les he dado valores distintos y específicos: las latinas enmarcan citas textuales; las inglesas, expresiones de antífrasis y sobrenombres.

      Redacté las introducciones generales que preceden a cada siglo pensando en los lectores que, como yo mismo antes de concluir este libro, tuvieran un conocimiento vago de los hechos políticos y de la cultura en estos siglos y quisieran formarse una idea completa, rápida y profunda, de sus rasgos esenciales. Más que datos crudos, quisiera transmitir una mirada, y, para ello, seguí muy de cerca, en mi exposición, los artículos que dedicaron Fernand Braudel y Herbert Butterfield a los siglos XVI y XVII en la Enciclopedia Americana. Además, leí y tomé muchas notas de libros sobre la época.

      Para que nadie me acuse de plagio, me apresuro a confesar que usé en mi cronología otras tablas cronólogicas: el Gran atlas de historia universal, de Colin McEvedy, y las que vienen en el final de cada volumen (en especial, de los tomos V y VI) de la Historia universal que dirigió Walter Goetz, pero quien se tome la molestia de cotejar esas obras con el presente trabajo notará que la información aquí es mucho más completa, pues está enriquecida con muy diversas fuentes. Toda la información sobre Hernán Cortés proviene de las cronologías que José Luis Martínez incluyó en su libro sobre el conquistador y está ampliada con más información


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