Universidad y Sociedad: Historia y pervivencias. AAVV

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con su óbito esgrimirían este hecho precisamente para negarle cualquier afán intelectual. Recibió sí enseñanzas en la Universidad de Valencia, pero «en todos estos estudios era muy corto, como dizen sus condiscípulos, porque jamás le vieron tener acto de letras alguno, ni jamás de saber, más que acudir a sus liciones». Nada que ver, pues, con el alumno ejemplar descrito por otros. Al contrario, según diferentes testimonios recopilados por el dominico fray Juan Gavastón.39 Por ejemplo:

      «[…] oía Teología con el pavorde Soriano, el cual como un día en la lección hubiese citado a santo Tomás, a Cayetano, a Soto y a otros frailes que hacían a propósito salidos a la lección al poste, dijo mosén Simón al dicho maestro: ¿Por qué nos ha citado a tantos frailazos? Respondióle su maestro escandalizado, que era muy recatado y siervo de Dios dicho pavorde: ¡Ay Señor!, ¿y eso ha de decir?»40

      Como quiera que fuese, la desaparición de Francisco Jerónimo con fama de santo, el 25 de abril de 1612 y a los treinta y tres años de edad, motivaría la rápida determinación del rector del Estudi General Juan Bautista Pellicer para tributar a su alumno unas de las más solemnes honras hasta entonces recordadas.41 La ceremonia hubo de ser pospuesta hasta el día 10 de julio, festividad de San Cristóbal. Sólo de este modo pudieron habilitarse los espacios académicos para albergar a toda la comunidad universitaria, autoridades civiles y eclesiásticas de la ciudad. Hasta el punto de descartarse la capilla y trasladar las celebraciones a los dos patios del edificio. El ornato de ambos bien merece detenernos en sus pormenores:

      «En el patio primero […] se erigieron dos altares a uno y otro lado de la entrada al patio mayor. Estavan vestidas sus paredes de hermosas colgaduras, sirviéndolas de cenefa una orden de bellíssimas pinturas, tan bien ajustadas que parecían hechas al intento. Sobre las cortinas avía muchos geroglíficos e ingeniosos versos. Todo el patio grande se cubrió de los toldos de lienço que sirven a la festividad del Corpus en las plaças de la Seo y del Mercado. Sus quatro seras, desde los texados hasta el suelo, se entapizaron de damascos, terciopelos y brocados, corriendo por lo alto otra hilera de quadros como en el primer patio. En el medio del mayor se erigió el túmulo, y su planta era de 36 palmos en quadro. Del primer cuerpo, elevado siete palmos del suelo, salían a cada esquina una pirámide de bien pintados jaspes y 24 palmos de alto; cada una contenía un nicho bien formado y en él un hermoso y devoto Niño. Del medio de este primer plano se levantavan quatro gradas en seisavo y sobre ellas doze proporcionadas colunas, de orden corinthio, con sus capiteles, arquitrave, friso y cornisa, que coronavan una galería de bien imitado bronce, con muchas luzes y con doze floreros en los ángulos. En el friso, con bien formados caracteres, se leía este lugar de Escritura Oculus Dei respexit illum in bono, et erexit eum ab humilitate ipsius, et exaltavit caput eius (Ecclesiati. 11, 13). Por dentro se descubría un Cielo raso azul sembrado de estrellas de oro y por fuera se elevava un cimborio, o media naranja seisavada, de 11 palmos de alto, que rematava en una proporcionada bola y su pirámide por difinición. En el centro de la obra, sobre el seisavo, sentava la tumba o féretro, cubierto de un riquíssimo paño de brocado y tres almohadas de lo mismo y un bonete negro de clérigo encima, con una curiosa guirnalda de flores que sustentavan dos ángeles»42

      Junto a ello, se encargaron tres ricos altares para cada una de las paredes del patrio principal, dedicados a san José, santo Tomás de Aquino y san Carlos Borromeo, cuyas imágenes de bulto redondo coronarían las estructuras. Más centenares de epitafios, epigramas, jeroglíficos y poesías varias –en valenciano, castellano, griego, hebreo y latín– a la lumbre de un millar de velas y hachas ardientes.43

      A primera hora del día señalado la Universidad reunía en sus instalaciones a un concurrido público, con los jurados de la Ciudad en lugar destacado. Veinticinco catedráticos, doctores y maestros, revestidos todos para la ocasión, escoltaron a don Baltasar de Borja, encargado de oficiar la misa, y al canónigo –y futuro rector– Martín Bellmont, a cuya cuenta corrió el sermón. Los músicos de la catedral aderezarían la ceremonia con algunas piezas ensayadas para ésta. Por la tarde, y en el mismo Estudi General, hubo certamen poético a la mayor gloria del difunto mosén Simó, a quien también se dedicó una serenata final «con variedad de música de vozes y instrumentos, compitiendo la suavidad con la destreza».44

      Por aquellas mismas semanas profesores y condiscípulos de Francisco Jerónimo eran requeridos para predicar en las exequias funerales organizadas en su memoria a lo largo y ancho del reino. Sirva de ejemplo el caso del tantas veces mencionado catedrático Antonio Noguera, con un sermón pronunciado en la parroquia de San Nicolás de Valencia que según los allí presentes:

      «[…] fue muy crecido el concurso que juntó en aquella iglesia la curiosidad y deseo de oír y saber de tan abonado y fiel testigo las virtudes que en aquella edad y profesión de moço y estudiante resplandecía ya en el siervo de Dios. Dexó admirado y enternecido al auditorio el sermón y con mayor conocimiento de las profundas raízes que aquella planta tierna avía hechado en el campo de la virtud para crecer árbol robusto en la perfección»45

      Otros colegas del doctor Noguera en la Universidad, si no profesores de mosén Simó directamente, conocidos al menos por el susodicho, harían lo propio ante diferentes auditorios de la capital. Lorenzo Ximénez de Arguedes,46 catedrático de Filosofía Moral durante aquel tiempo, predicó en las iglesias de San Miguel y San Lorenzo, además del oficio de Carpinteros.47 Sus homónimos de Metafísica, y beneficiados ambos de la catedral, Andrés Guillonda48 y Cristóbal Nadal,49 en San Martín y San Nicolás50 y San Juan del Mercado,51 respectivamente. Los habría también como el catedrático Felipe Mey –en colaboración en este caso con su hermano Pedro Patricio– que desde sus imprentas contribuirían decisivamente a perpetuar y difundir la memoria del finado.52

      Entretanto, el Estudi General se habría sumado ya a la parte promotora de la beatificación de su antiguo alumno.53 Solicitándola primero al vicario general de la sede vacante, quien instruyó un proceso diocesano a este respecto en el que depusieron su testimonio representantes de todos los estamentos universitarios.54 Y poco después al nuevo arzobispo fray Isidoro Aliaga, llegado a Valencia en noviembre de 1612 y desde entonces principal obstáculo en el camino a los altares de Francisco Jerónimo.55

      El prelado, un fraile dominico de formación muy tradicional, luego ajeno como sus hermanos de hábito al modelo espiritual por Francisco Jerónimo representado, acabaría convirtiéndose en la bestia negra del simonismo. En tal sentido, la Universidad pronto hizo público su malestar hacia el padre Aliaga, contra quien se manifestó por vez primera antes incluso de su entrada oficial en la capital. Decenas de estudiantes se arremolinaron junto al palacio episcopal el día de Santa María Magdalena para quemar un muñeco de paja, mitrado, con hábito blanquinegro y al que habían paseado por toda la ciudad a lomos de un jumentillo al grito de «Vítor lo pare Simó a pesar del archebisbe, que és un frare motiló…!».56

      Desde aquella fecha no habría manifestación contraria al ordinario diocesano que no tuviera entre sus promotores o participantes alumnos y profesores del Estudi General, quienes desafiaron abiertamente los sucesivos mandatos arzobispales limitando la devoción simonista. En este sentido, durante la procesión del Viernes Santo de 1613, junto a las andas de la Pasión, desfilaría un Crucifijo con Francisco Jerónimo a los pies bañado por la sangre que emanaba de las santas llagas. En otro de los pasos el mismo sacerdote ayudaba a Cristo a portar la cruz. El prelado puso en marcha una investigación para esclarecer la autoría de ambas invenciones, atribuidas al catedrático Blas García, que daría con sus huesos en la cárcel provocando un hondo malestar entre el claustro universitario.57

      Encontronazos similares se sucedieron en los años siguientes. Hasta que las tensiones alcanzaran su punto más álgido a comienzos de 1619. Para entonces fray Isidoro Aliaga habría arrancado al Santo Oficio la prohibición de cualquier manifestación de culto público a mosén Simó. El día previo a la publicación de los correspondientes decretos inquisitoriales un grupo de estudiantes llamó a rebato mediante la pega masiva de cedulones en las fachadas de los principales edificios del cap i casal, entre ellos el de la propia Universidad


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