Revistas para la democracia. El papel de la prensa no diaria durante la Transición. AAVV

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ello acabó abriendo una primera grieta entre los periodistas de La Calle afiliados al PCE y los afiliados al PSUC, como Manuel Vázquez Montalbán y Julia Luzán. Tras su legalización en 1977, el PCE había puesto de manifiesto su plural y a veces contradictoria composición interna, que incluía militantes prosoviéticos, activistas y una masa de afiliados que habían entrado en el partido no por firmes convicciones comunistas, sino por tratarse del partido más comprometido en la lucha antifranquista. Una vez caída la dictadura y cuando los resultados obtenidos en las elecciones de 1977 quedaron muy por debajo de las expectativas, esta pluralidad se tradujo en profundos conflictos políticos, ideológicos y de poder (Andrade Blanco, 2010: 439). Al final, las fricciones acabaron por traspasar la redacción y llegaron a los propios lectores. El 20 de enero de 1981, La Vanguardia anunciaba la querella de dos militantes de CC. OO. de Barcelona contra La Calle en la que acusaban al director, César Alonso de los Ríos, y al subdirector, Carlos Elordi, de tergiversar interesadamente la información en contra del PSUC.

      CRISIS Y DECLIVE

      Ahora bien, si la política nacional no parecía prestarse a tácticas unitaristas, la agenda internacional quizá sí ayudara a ello. Después de dos años en los que había desatendido en su agenda periodística el panorama internacional, recuperó su atención sobre él en un intento de trazar el mapa de un nuevo internacionalismo ideológicamente funcional en el contexto de la Guerra Fría. La izquierda en Francia o en Italia, los movimientos insurreccionales en el Magreb o las guerrillas latinoamericanas ocupaban de nuevo las páginas y las portadas de Triunfo al igual que lo estaban haciendo en La Calle. El viejo antiamericanismo de la izquierda española ahora aparecía renovado en medio de la controversia política en torno a la OTAN. Tras dos años centrados en la actualidad interna española, en Triunfo se debió de percibir que la recuperación de un cierto internacionalismo antiimperialista podía atraer de nuevo el interés de los lectores hacia la revista y recuperar para ella el papel de liderazgo que había desempeñado en los años sesenta. Sin embargo, ninguna de estas estrategias funcionó y las cifras de tirada se desplomaban.

      Su director, José Ángel Ezcurra, reconstruyó la memoria de aquel tiempo aludiendo a los intentos del PSOE por ejercer un control indirecto sobre la revista a partir de la compra de un abultado número de suscripciones. Ante semejante oferta, replicó Ezcurra que Triunfo «no podía ni merecía terminar en la condición de publicación subvencionada» (Alted y Aubert, 1995: 656). Mientras tanto, las reuniones en la redacción ponían de manifiesto lo que para los periodistas constituía una incomprensible deserción de los lectores, mientras los costes de producción de la revista no dejaban de aumentar a causa de la inflación y el descenso de ingresos por publicidad no encontraba freno. Desde esta posición de debilidad, el director de Triunfo recibió una nueva oferta, esta vez del círculo empresarial más próximo al presidente del Gobierno, que propuso a Ezcurra a través de Garrigues Walker efectuar una importante inyección de capital a cambio de que la redacción de Triunfo considerara «intocable» a Adolfo Suárez (Alted y Aubert, 1995: 657). No hubo respuesta al ofrecimiento. Sacrificar la esencia crítica e izquierdista de Triunfo en aras de la supervivencia debió de parecer un precio demasiado alto para su director y el resto de la redacción.


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