Crema volteada. Mario Valdivia V.

Crema volteada - Mario Valdivia V.


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sin autoridad ni ley. Las de abajo, las de arriba.

      Sin embargo, no puede sino producir una constante humillación, un resentimiento cocido a fuego lento. Acepto rebajarme sometiéndome al tuteo manoseador de quién acepto poner por encima en el trato de usted –señor, señora, doña y don. Nadie me obliga, todo me obliga. Nadie y todo obliga a la otra parte también. No decimos nada…

      En los minúsculos espacios cotidianos del mundo liberal legalmente igualitario, la diferencia total. La contradicción con lo que nos predican y explican sobre la igualdad ante la ley y en los mercados. Dos seres humanos diferentes pueblan este universo. Ambas lo saben, lo presuponen y lo aceptan. Dos igualdades basadas en dos desigualdades y dos desigualdades fundadas en dos igualdades. No son caprichosas, no corresponden a preferencias o decisiones individuales, todos las entendemos: son sociales. Sabemos de qué se tratan, aunque no quepan en modelos formales y legales.

      ¿La diferencia entre trabajador y capitalista? En parte, sí; pero no solamente, ni siempre eso. ¿Entre el trabajador manual y el intelectual? (¿El encargado de un campo trabaja con las manos? ¿El profesor de computación? ¿El contador, el ejecutivo medio?) ¿Restos pegajosos de la desaparecida sociedad de señores y siervos? ¿Emergencias de una estratigrafía de mestizajes diversos? Diferencias tan complicadas de conceptualizar, como son tajantes y simples para orientar. UBICATEX, la palabra que todo lo resume sin explicitar nada.

      Grafican a la perfección la diferencia entre copiar modelos formales y hacernos cargo de navegar en una situación histórica concreta – con herencias…

      Lo que podemos imaginar es que, si la propaganda ideológica del éxito económico y social del liberalismo como igualador y emancipador se hace muy vacía, la rabia acumulada día a día durante años estará lista para explotar.

      EMPRENDER VS ENGULLIR

      SANDÍAS CALADAS

      (Marzo 5, 2020)

      Con una que otra excepción singular, los empresarios reunidos en el Encuentro Nacional De La Empresa advirtieron de la gravedad que representa la incertidumbre que enfrentan, derivada de las posibilidades abiertas en la discusión constitucional. Al parecer, se sienten en la obligación de hacernos conscientes de la imposibilidad de tomar decisiones económicas relevantes en un ambiente así.

      Oyéndolos, me sentí avergonzado de mi ingenuidad. Suponía que la incertidumbre era una característica del mundo global –cuando menos eso dicen los libros caros que leo. Que ella ocurre por el constante emerger de contingencias– eventos impredecibles –que producen disrupciones muy veloces de las situaciones políticas, las tecnologías, las habilidades y disciplinas profesionales, las industrias y estrategias de negocios dominantes. No hay certezas duraderas, nada se mantiene constante. Que es una característica de la época histórica en la que nos tocó vivir, pensaba.

      Me abochorna enterarme de mi liviandad. Cuando menos en Chile, hasta fines del año pasado, se había inventado un mundo sin incertidumbre, un huerto de sandías caladas, un oasis estable y predecible. Raro, excepcional, no podía durar eternamente… Y, bueno, finalmente se acabó.

      Imaginaba que quienes temen a la incertidumbre son las personas que poseen habilidades e identidades fijas que pueden quedar obsoletas en cualquier momento, a las que un mínimo de decencia obliga a procurar proteger de las posibles consecuencias negativas de la inestabilidad. Quienes trabajan por hora, quienes carecen de flexibilidad para rehacer lo que ofrecen en los mercados. Los viejos, los educados en la rigidez, los poco educados, los que se quedan pegados en mundos locales... Es la base de la idea de red de protección social.

      Pero la protección contra la incertidumbre la exigen ahora los empresarios. Es necesario que se estabilice el mundo, advierten, dirigiéndose al parecer a la “clase política”. ¿Qué necesitan? ¿Planes que fijen el futuro, que lo calculen y lo calen? ¿Qué piden? ¿Qué les aseguren estabilidad para calcucalar?

      Suponía yo –ingenuo de nuevo– que la principal justificación social del rol empresarial y la práctica de emprender es precisamente en tanto que navegantes hacia un futuro incierto; no principalmente como administradores eficientes de lo que está ahí, disponible, calado y cierto. Como navegantes de la incertidumbre juegan los empresarios un rol histórico progresivo, creando nuevas posibilidades históricas para todos. Desde Magallanes hasta Jobs y Musk, pasando por Pasteur, Edison y Ford. Si lo hacen, pueden ganar fortunas, si no, pierden lo suyo. Viven en la incertidumbre. Parten de la base de que, en ausencia de incerteza, o procurando eliminarla, no hay posibilidad de crear algo nuevo, la historia se queda pegada en el pasado.

      Bueno, cuando menos en el papel. Al final, no sé si el ingenuo soy yo, o el lloriqueo por la incertidumbre de nuestros empresarios locales constituye un serio error de interpretación de ellos sobre quiénes son.

      CEGUERA

      (Marzo 19,2020)

      Nos sorprendieron los eventos iniciados en octubre de 2019. Teníamos una ceguera. A diferencia del ciego, alerta porque sabe que no ve, nosotros estábamos ciegos de nuestra ceguera. Creíamos verlo todo. Nada nos inquietaba, hasta que emergió lo que emergió desde una cerrada oscuridad. Una ingenuidad para corregir: tenemos cegueras, y no hay que seguir pensando como antes, suponer que ahora sí, sabido lo que emergió, ya no tenemos cegueras de qué preocuparnos.

      Me pregunto qué nos impidió ver lo que era fundamental que observáramos. Un estado anímico complaciente, que nos tranquilizó con miradas demasiado locales –a Latinoamérica– , o contrastantes con nuestro propio pasado, está, seguro, en la raíz de la ceguera. Ocurrían eventos cargando anuncios en el amplio mundo. Reclamos desesperados por la crisis del 2011, después masivas manifestaciones contra la globalización, reacciones violentas ante la fragmentación social de las ciudades, y de zonas y regiones enteras “dejadas atrás” por los avances tecnológicos y los intercambios globales. Ominosos cambios políticos en países de Europa del Este, que pudimos imaginar experimentaban con una mezcla de democracia y neoliberalismo, al igual que nosotros a parir de pasados socialistas. Nada nos alertó… Estábamos por encima.

      Una narrativa matriz democrática neoliberal nos cogió a todos, cegándonos: derecha, tercera vía concertacionista, empresarios, capas medias exitosas… El discurso económico neoclásico, con su consigna de mercados en todas partes, se convirtió en la ciencia madre de todas las conversaciones oficiales en la academia, el servicio público, los medios de comunicación, los directorios y agrupaciones empresariales. Lo que este discurso no está diseñado para ver, simplemente dejó de existir, como la desigualdad, la concentración del capital, el trabajo precario... La estabilidad macroeconómica y el crecimiento se instalaron como los nuevos dioses. ¿Hay que regular aquí y allá, hacer justes, redistribuir? Para eso está la democracia, las leyes, las reglas. No había de qué preocuparse.

      Pero entre las relaciones mediadas por la ley y las transaccionales está la vida propiamente social: la convivencia cotidiana, la familia, la amistad, las asociaciones libres, la religión, la localidad, la Nación. ¡Una gran zona ciega! Es terrible la destrucción que el orden burocrático mercantil provoca en este universo. ¡Tierra arrasada! La solidaridad y la pertenencia sustituidas por relaciones instrumentales burocráticas. Y donde el nosotros desaparece tragado por las transacciones y las leyes, nadie sabe bien quien es, salvo un rol en algún engranaje. La vida se vuelve ingrata, pierde sentido. La existencia parece debernos algo. Vivir da rabia.

      Así como el socialismo conduce, por “exceso”, al estalinismo, y el nacionalismo al nazismo, el liberalismo lleva, por “exceso”, al anarquismo, el nihilismo de la convivencia social, la anomia del subjetivismo. Ocurría –ocurre–, y estábamos ciegas, encerradas contentas entre la macroeconomía y las leyes.

      DEL CORONAVIRUS

      (Abril 9, 2020)

      El virus nos refregó los ojos –cuando menos los míos– con dos verdades obvias que creo que tomamos poco en cuenta.

      Una, somos seres biológicamente frágiles. Intrínsecamente. Un torbellino de moléculas amarrado por alambritos. Y también los mundos sociales que creamos son muy fáciles de desarticular. Dos, somos seres dependientes.


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