El falo enamorado. Silvia Fendrik

El falo enamorado - Silvia Fendrik


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mitos del héroe, a Freud y a sus discípulos se les escapó, dice Goux. Y junto con esto se les escapó que matar a la monstruo mujer sería una condición necesaria para un casamiento no incestuoso.

      Si Freud hubiera tenido en cuenta la estructura del mito universal, evidentemente hubiera reconocido que el asesinato del monstruo tenía que ser la condición de una unión no incestuosa. ¿Por qué la interpretación freudiana del Edipo no responde a esta cuestión? Más aún, dice Goux, cuando Freud o Rank sostienen que el asesinato de la Esfinge es un sustituto del asesinato del padre, no repararon que se trata de la Esfinge. Tanto en griego, como en alemán, como en francés, como en castellano, es la Esfinge. Tampoco repararon que el padre ya estaba muerto. ¿Por qué dos veces Edipo tendría que matar, la primera al padre y luego a un sustituto del padre? Esta pregunta es bastante maligna pero no quita que nos enfrenta a una indudable dificultad para responderla. ¿Por qué sería necesario un sustituto simbólico y por lo tanto un disfraz del asesinato del padre si ya éste tuvo lugar? ¿Y por qué ni Freud ni Rank repararon en el hecho de que Edipo no mata a (la) Esfinge sino que (el) Esfinge se suicidó?

      Su conclusión es que el enigma de la Esfinge no ha sido resuelto por el psicoanálisis freudiano.

      Cabe preguntarse si son razones de estructura del psiquismo inconsciente, o razones de elaboración teórica las que hacen que la cuestión no haya sido pensada como Goux propone que sea pensada.

      Sobre todo cuando afirma que el matricidio es lo impensado en la teoría freudiana y considera que el cisma que sacudió al psicoanálisis en sus comienzos, la ruptura con Jung, no es ajena a esta cuestión.

      Jung se opuso a considerar la rivalidad edípica con el padre como el núcleo de las neurosis, aunque la versión oficial de la ruptura entre Freud y Jung apunte al concepto de libido, para Jung energía psíquica desexualizada mientras que Freud afirmará siempre su origen sexual. Pero Goux nos recuerda algo importante: que Jung no quiso reconocer la rivalidad edípica, ni el asesinato del padre, como el núcleo de las neurosis. El tema de Jung no es el parricidio. Lo que él habría percibido, de un modo oscuro, extraviado, señala una cuestión que Freud omite, la lucha del héroe con la monstruo mujer.

      Jung llegó a hablar de una madre sombría, ancestral, arquetípica, pero no sin que su delirio contenga algún núcleo de verdad, porque esta madre sombría, envolvente, asfixiante, es precisamente la que retiene y fascina al hijo varón y lo atrapa en sus laberintos.

      No sería entonces sin vencer al monstruo materno opresivo y devorador, sin movilizar todas las energías viriles para liberarse de su asfixia, que el héroe podrá acceder a una joven a la cual el monstruo(a) le cierra el camino.

      La victoria contra el monstruo, el motivo típico en el mito universal, tendría el sentido profundo de un matricidio, no de un parricidio. La gran prueba iniciática, aquella en la cual el postulante a héroe arriesga su vida para salir de la infancia y transformarse en hombre, es un combate que tiene lugar siempre, siempre, en les profundidades oscuras, cavernosas, de caverna o de mar, y no un enfrentamiento a la luz del día. Siempre en las profundidades de una caverna, en el fondo del mar, en el corazón de un laberinto, en una oscura gruta, es donde el héroe mata a la monstruo.

      Desde un lugar exterior al psicoanálisis, Goux afirmará entonces que el deseo de la madre es un deseo mortífero.

      El retorno a la caverna, al útero, al infierno, obliga a una confrontación en la que la vida del héroe está en juego; no puede salir vencedor si no es mediante una lucha violenta para romper con la atadura ancestral.

      Sólo el matricidio permitiría entonces la liberación de la mujer, el acceso a la novia, la separación de lo femenino de lo maternal atrapante. Algo a tener muy en cuenta es que en esta operación el padre no parece tener parte alguna; el acceso a lo femenino no se obtiene obedeciendo a una ley que prohíbe a la madre y obliga a buscar en otra parte a la novia, sino que es la victoria contra la monstruo la que corta el mítico cordón que une lo femenino a lo maternal. Y lo que el mito ha unido no siempre la teoría podrá separarlo.

      Hay figuras de tipo paterno que en el mito universal del héroe juegan un papel, pero no alcanzan el estatuto de prohibidoras de la madre. Por ejemplo: la figura del rey mandatario, que impone una prueba que proviene más de la investidura real que le es propia que de la ley del padre, que prohíbe la unión incestuosa con la madre.

      Si el mito de Edipo se organiza alrededor de la secuencia parricidio-incesto, es porque matar al padre lo lleva a Edipo a casarse con la madre. El monomito se despliega en cambio en la causalidad matricidio-casamiento con una bella prometida.

      En Edipo, el crimen parricida conduce al crimen incestuoso. En el caso del héroe universal, la victoria del héroe sobre el monstruo conduce a la novia (Goux parece haber olvidado que no siempre hay un final feliz, como lo demuestra el casamiento de Jasón con Medea, pero admitamos que ése no es su tema). Sólo así se comprendería que Freud, dice Goux, al no haber percibido el valor de estructura del monomito, haya tenido tantas dificultades para pensar la disolución del Complejo de Edipo. Y que no haya podido pensarla sino como una atenuación de las tensiones puestas en juego en él, con la constitución de un Superyó que exterioriza la prohibición, pero jamás como otra estructura.

      El monomito sería esa otra estructura. Al hacer del matricidio, que abre el acceso a lo femenino, y no del parricidio, que conduce al incesto, el eje central, el monomito da cuenta, sin necesidad de recurrir a la prohibición, del deseo fundamental del sujeto masculino que es separarse de la madre. El Edipo freudiano no daría cuenta de la dimensión no incestuosa del deseo masculino, sino que implicaría a su vez una versión desviada de sus vicisitudes estructurales.

      Las múltiples críticas al complejo de Edipo no sólo las encontramos en Jung y sus seguidores, también se revelan en un lugar inesperado: la enseñanza de Jacques Lacan. No obstante sus reiteradas declaraciones de ortodoxia, Lacan ha cuestionado muchos postulados freudianos y es sobre todo alrededor del Edipo donde se juega uno de sus principales cuestionamientos. Desde los inicios de su obra Lacan señaló la insuficiencia de la construcción freudiana para dar cuenta de hechos de la clínica, hasta a hacer de la crítica del Edipo freudiano una exigencia teórica insoslayable.

      Aquello con lo que Lacan se vio confrontado en la clínica de las neurosis es el deseo de la madre y la proliferación de síntomas relacionados con este deseo.

      Esta dura crítica que Lacan formula por primera vez en El Mito Familiar del Neurótico [4] dejaba presagiar, dice Goux, un verdadero cisma, y sin embargo por distintas razones esa crítica quedó en reserva. Aunque Lacan la enunció en términos claros y desprovistos de ambigüedad, no hizo sino anunciarla, sin llegar a una conclusión definitiva.

      La crítica del Edipo freudiano hecha por Lacan quedó como un hilo subterráneo que orientó sus hallazgos más innovadores y fecundos, pero no la llevó hasta sus últimas consecuencias.

      ¿Cuáles son los elementos principales de la crítica que Lacan le hace al Edipo freudiano?

      1 el lugar de la castración, y

      2 el estatuto de la prohibición.

      El Edipo freudiano ubica al padre, vía amenaza de castración, como el que prohíbe el acceso a la madre.

      Dice Lacan que ni el deseo por la madre ni la amenaza paterna serían la forma más radical del deseo y de la castración.

      El Edipo freudiano no revelaría pues lo que constituye la verdadera esencia del deseo, cuyo objeto es imposible y no solamente prohibido, y de este modo encubre la confrontación con la falta originaria, que es mucho más terrible que la amenaza paterna. El Edipo freudiano disimula esta imposibilidad y sirve más para pensar la represión que la castración. El sujeto edípico queda protegido por la prohibición paterna que fabrica para creer que la madre está prohibida por el padre y no que la madre está prohibida por la estructura misma del lenguaje, por la estructura propia de la palabra. El Edipo freudiano alimenta la creencia neurótica de que hay un señor poderoso, un padre imaginario, terrible, que impone la ley que prohíbe la madre. Oculta entonces el hecho radical de que no es el padre imaginario el que prohíbe


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