Conflicto cósmico. Elena G. de White
mares y éstos al océano. Y así es como las cenizas de Wiclef son un emblema de su doctrina que ahora está dispersa por el mundo entero”.[6]
Por medio de los escritos de Wiclef, Juan Hus de Bohemia fue inducido a renunciar a muchos de los errores del romanismo. De Bohemia la obra se extendió a otros países. Una mano divina estaba preparando el camino para la gran Reforma.
[1] Barnas Sears, The Life of Luther [La vida de Lutero], pp. 70, 69.
[2]D’Aubigné, lib. 17, cap. 7.
[3]Augustus Neander, General History of the Christian Religion and Church [Historia general de la religión cristiana y la iglesia], período 6, sec. 2, parte 1, párr. 8. Ver también el Apéndice.
[4] D’Aubigné, lib. 17, cap. 7.
[5]Wylie, lib. 2, cap. 13.
[6]T. Fuller, Church History of Britain [Historia de la iglesia en Inglaterra], lib. 4, sec. 2, párr. 54.
Capítulo 6
Dos héroes condenados a muerte
Ya por el siglo IX la Biblia había sido traducida y el culto público se realizaba en el idioma del pueblo en Bohemia. Pero Gregorio VII estaba decidido a esclavizar al pueblo, y se proclamó una bula prohibiendo el culto público en idioma bohemio. El Papa declaró que “place al Omnipotente que su culto se celebre en un lenguaje desconocido”.[1] Pero el cielo había provisto medios para la preservación de la iglesia. Muchos valdenses y albigenses, acosados por la persecución, llegaron hasta Bohemia y trabajaron celosamente en secreto. Así se preservó la verdadera fe.
Antes de los días de Hus había en Bohemia hombres que condenaban la corrupción de la iglesia. Pero se despertaron los temores del clero, y la persecución se inició contra el evangelio. Después de un tiempo se decretó que todos los que se apartaran del culto romano fueran quemados. Mas los cristianos tenían la esperanza de que su causa triunfara. Uno declaró cuando murió: “Se levantará uno de entre el común del pueblo, sin espada ni autoridad, y no podrán prevalecer contra él”.[2] Ya había uno que estaba levantándose, cuyo testimonio contra Roma conmovería a las naciones.
Juan Hus era de cuna humilde y había quedado huérfano a temprana edad por la muerte de su padre. Su piadosa madre, considerando que la educación y el temor de Dios eran las posesiones más valiosas, trató de proveerle esta herencia a su hijo. Hus estudió en la escuela provincial, y luego, por caridad, fue admitido en la Universidad de Praga.
En la universidad, Hus pronto se distinguió por sus rápidos progresos. Su conducta bondadosa y amable le ganó la estima general. Era un creyente sincero de la Iglesia Romana y un fervoroso buscador de las bendiciones espirituales que ella profesaba otorgar. Después de completar su curso en el colegio, entró en el sacerdocio. Rápidamente llegó a ser bien conocido, y se lo empleó en la corte del rey. Fue nombrado profesor y luego rector de la universidad. El humilde alumno que fuera admitido por caridad, había llegado a ser el orgullo de su país y su nombre era famoso en toda Europa.
Jerónimo, que más tarde llegó a asociarse con Hus, había traído consigo de Inglaterra las Escrituras de Wiclef. La reina de Inglaterra, conversa a las enseñanzas de Wiclef, era una princesa bohemia. Por medio de su influencia las obras del reformador circularon ampliamente en su país natal. Hus se inclinaba a considerar con favor las reformas propiciadas. Aunque él no lo sabía, ya había entrado en una senda que lo llevaría muy lejos de Roma.
Dos cuadros impresionan a Hus
Por este tiempo, dos hombres extranjeros venidos de Inglaterra, personas de saber que habían recibido la luz, habían llegado para esparcirla en Praga. Pronto se los quiso silenciar, pero no estaban dispuestos a abandonar su propósito y recurrieron a otros medios. Como eran pintores al mismo tiempo que predicadores, en lugar abierto al público dibujaron dos cuadros. Uno representaba la entrada de Cristo en Jerusalén, “manso, y sentado sobre una asna” (S. Mateo 21:5), y seguido por sus discípulos, vestidos con indumentaria gastada por los viajes y descalzos. El otro cuadro representaba una procesión pontificia: el Papa, con ricas vestimentas y una triple corona, montado sobre un caballo magníficamente enjaezado, precedido por trompetas y seguido por cardenales y prelados rodeados con deslumbrantes galas.
Las multitudes venían a observar los cuadros. Ninguno podía dejar de extraer la moraleja. Se produjo gran conmoción en Praga, y los extranjeros vieron que era necesario partir de allí. Pero los cuadros hicieron gran impresión en Hus y lo indujeron a un estudio más profundo de la Biblia y de los escritos de Wiclef.
Aunque todavía no estaba preparado para aceptar todas las reformas propiciadas por aquél, vio el verdadero carácter del papado, y denunció el orgullo, la ambición y la corrupción del clero.
Praga puesta bajo entredicho
Las noticias llegaron a Roma, y Hus fue citado para presentarse delante del Papa. El obedecer habría significado una muerte segura. El rey y la reina de Bohemia, la universidad, miembros de la nobleza y altos funcionarios del gobierno se unieron para pedir al pontífice que se le permitiera a Hus permanecer en Praga y responder mediante un enviado. En lugar de esto, el Papa procedió al juicio y a la condenación de Hus, y declaró que la ciudad de Praga estaba bajo censura eclesiástica.
En aquella época esta sentencia producía alarma. El pueblo consideraba al Papa como el representante de Dios, que tenía las llaves del cielo y del infierno y que poseía el poder para tomar medidas divinas. Se creía que hasta que el Papa no quitara el entredicho, los muertos eran excluidos de la morada de los benditos. Todos los servicios religiosos eran suspendidos. Las iglesias se cerraban. Los matrimonios se solemnizaban simplemente en el patio de las iglesias. Los muertos eran enterrados sin ritos en zanjas o en el campo.
Praga se llenó de tumultos. Muchos denunciaban a Hus y demandaban que fuera entregado a Roma. Para calmar la tormenta, el reformador se retiró por un tiempo a su aldea nativa. Pero no cesó en sus labores, sino que viajó por el campo predicando a las multitudes ansiosas. Cuando la excitación de Praga se apaciguó, Hus regresó para continuar predicando la Palabra de Dios. Sus enemigos eran poderosos, pero la reina y muchos nobles eran sus amigos, y el pueblo, en gran número, estaba con él.
Hus había estado solo en sus labores. Pero ahora Jerónimo se unió a la Reforma. En lo sucesivo los dos unieron sus vidas, y no estuvieron distanciados en la muerte. En las cualidades que constituían la verdadera fuerza de carácter, Hus era el mayor. Jerónimo, con verdadera humildad, percibió los valores de aquél y seguía sus consejos. Bajo la dirección de esta unión, la Reforma se extendió rápidamente.
Dios permitió que brillase una luz mayor en la mente de esos hombres escogidos, y les reveló muchos de los errores de Roma, pero no tuvieron aún toda la luz que había de ser dada al mundo. Dios estaba sacando al pueblo desde las tinieblas del romanismo, y lo dirigía paso a paso, conforme a la fuerza de ellos. Como la plena gloria del sol del mediodía en el caso de los que han estado por largo tiempo morando en la oscuridad, la luz en su totalidad los habría hecho retroceder. Por lo tanto, Dios la reveló poco a poco, a medida que podía ser soportada por el pueblo.
El cisma en la iglesia continuó. Tres papas ahora peleaban por la supremacía, y esto produjo muchos tumultos entre los respectivos seguidores. No contentos con arrojarse anatemas,