40 ejercicios de neurociencia para vencer el estrés. Néstor Braidot

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      Inscripción ley 11.723 en trámite

      ISBN edición digital (ePub): 978-987-42-6226-4

      La vida de hoy es complicada y afecta más todavía al funcionamiento cerebral que en generaciones precedentes.

      La construcción de una existencia equilibrada se parece mucho a la de una buena casa: antes de hacer cualquier cosa es necesario poner primero cimientos sólidos.

      Para ello hay que seguir una fórmula sencilla: la suma de actitud mental positiva más una dosis de risa diaria recomendada es igual a una vida que merece vivirse.

      Los elementos esenciales para mantener el estrés a raya son vivir la vida con pasión, con entusiasmo y con buena actitud y saber reírse de uno mismo y de las situaciones que se enfrentan día tras día.

      De los hallazgos de las neurociencias podemos tomar nuevos conocimientos para mejorar el desempeño de las capacidades intelectuales: habilidades para aprender y memorizar más rápido, razonar con claridad, desarrollar la creatividad y decidir en forma efectiva, entre otras.

      Pero también es posible obtener una gran cantidad de recursos para relacionarse mejor con uno mismo, con los demás y con el medio ambiente.

      No quedan dudas de que el cerebro es producto de lo que se piensa y, consecuentemente, de lo que se hace y lo que se siente.

      Por lo tanto, todo ser humano que viva con autonomía puede constituirse en el artífice de su propio neurodesarrollo, es decir, activar un proceso de neuroplasticidad autodirigida.

      En el día a día, hombres y mujeres crean su realidad a partir de sus pensamientos y emociones.

      En este proceso intervienen no sólo los hechos del presente, sino también los recuerdos de experiencias pasadas y las emociones asociadas a estos.

      Una investigación reciente, realizada en la Universidad de Liverpool, demostró que recordar experiencias sociales positivas actúa como un círculo virtuoso.

      Es que eso genera emociones positivas que, a su vez, desencadenan pensamientos positivos.

      Otras estudios demostraron que si una persona focaliza su atención en que siente dolor, su cuerpo realmente lo experimentará. Si se ríe y piensa que es feliz, su cerebro lo seguirá en esa dirección.

      Existe una relación estrecha entre el tipo de pensamiento de un individuo y los logros o fracasos que obtiene (u obtendrá) en la vida.

      Por lo tanto, es imprescindible detenerse a analizar los procesos que desencadenan las situaciones de estrés y hacer los cambios necesarios para reducirlas.

      Los seres humanos disfrutan o se aburren, están de buen humor o sufren, son activos o pasivos o alegres o depresivos en función de lo que evocan sus pensamientos dominantes.

      Esta dominancia puede ser constructiva, neutral o destructiva, es decir, puede llevar a aprender mejor, a memorizar mejor, a ser exitosos y a tener calidad de vida.

      A la inversa, motiva a “transcurrir” en vez de “vivir”, a aburrir y a fracasar.

      El estrés es también una decisión (consciente o no). A continuación, un recorrido minucioso para concientizar su aparición y herramientas sugeridas para combatir su ataque.

      El estrés se ha convertido en un término de uso común para todos los mortales.

      En algunas ocasiones se lo desvirtúa en su concepto, se relativiza, o se incluye en un estado erróneo.

      Alude al cansancio mental provocado por la exigencia de un rendimiento muy superior al normal, al que el organismo puede o no adaptarse pero que, aún haciéndolo, es capaz de provocar diversos trastornos físicos y mentales.

      El término estrés involucra a todo factor externo e interno que propicie fuertes estados de tensión psicológica y ansiedad que se traducen en malestares emocionales y físicos.

      Esto disminuye el desempeño de las funciones ejecutivas del cerebro debido a dificultades en la atención, la concentración, la memoria y la toma de decisiones.

      En algunos casos (los menos) el estrés es saludable. De hecho, las respuestas de lucha o huida ante una situación peligrosa ha salvado la vida de muchas personas.

      En otros, cuando hay sobrecarga continua de ansiedad y tensión, si no se lo controla puede resultar nocivo.

      Por ejemplo, ha sido observado que un agente de policía puede experimentar 200 pulsaciones por minuto en 3 décimas de segundo durante una persecución.

      Un estado similar se genera en algunas personas durante el momento en que son despedidas de su trabajo.

      Las investigaciones en neurociencias confirman día a día que el estrés, en sus diferentes variantes de intensidad y duración, produce daños en el cerebro.

      Algunos son reversibles, siempre que se tome consciencia y se realice un profundo cambio en la forma de pensar y el estilo de vida.

      Otros pueden ser muy graves (caso de la muerte neuronal y los accidentes cerebrovasculares).

      Aunque en la vida moderna se suele interpretar como estrés a aquél que surge de las ocupaciones o preocupaciones cotidianas, esencialmente centradas en temas laborales o en la combinación de éstos con los personales, cierto es que la reacción es un proceso natural de supervivencia.

      Frente a aquello que se vislumbra como amenaza o peligroso se produce una especie de alerta que genera una serie de consecuencias tendientes a sobrevivir.

      Esta cadena de reacciones fisiológicas o biológicas prepara para diferentes tipos de preocupaciones a enfrentar: un cambio ambiental, otro ser vivo, un cúmulo inesperado de situaciones, temores varios...

      Así, en verdad, sin pensar en patologías probables, se puede prensar el estrés como esa forma de prepararse para enfrentar un desafío.

      Este proceso permite alertarse para que el cuerpo esté listo para la reacción apropiada: pelea, huida, respuesta, acción, omisión, enfrentamiento, fortaleza, silencio, cautela...

      La llamada de alarma se dispara mediante el sistema nervioso simpático, que es el que activa la respuesta.

      No obstante, este estado de emergencia frente a lo que viene no puede mantenerse extendido en el tiempo.

      El propio sistema se obliga a volver al cuerpo a su estado previo. Para ello hay que darle respiro.

      Si el estado de alarma se sostiene más allá de lo previsto se llega al distrés, una condición negativa que puede tener efectos de todo tipo en el organismo y en la calidad de vida de quien lo experimenta.

      La noción de lo que se entiende hoy por estrés tiene pistas en la historia aplicadas a cuestiones de salud y enfermedad desde hace más de 2000 años.

      Herácletus fue el primero en señalar que no es posible un estado sin cambios en los organismos vivos: las reacciones frente al tránsito de existir son necesarias para su condición.

      Empédocles anidó su análisis en torno al balance necesario entre la alianza y la oposición de esos mismos organismos entre sí, consigo y con su ambiente. Para la sobrevida, indicaba, es preciso encontrar armonía.

      En tanto, el


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